EL JOVEN RICO
II. La
respuesta a la personal vocación.
III. Pobreza y
desprendimiento en nuestra vida corriente.
«Cuando salía para
ponerse en camino, vino uno corriendo y arrodillado ante él, le preguntó:
Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo:
¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios.
Ya conoces los
mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso
testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. Él
respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús,
fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda,
vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo;
luego ven y sígueme. Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste,
pues tenía muchos bienes.» (Marcos 10, 17-22)
I. Nosotros hemos de preguntarle
a Cristo como el joven rico del Evangelio (Mateo 19, 20) de la Misa: ¿Qué me
falta aún? . Y El Señor tiene una respuesta personal para cada uno, la única
respuesta válida. El Señor nos ve ahora y siempre, como vio al joven rico, con
amor hondo, de predilección. Cuando aquel joven escuchó la respuesta de Jesús a
entregarse por completo, se retiró entristecido. Los planes de Dios no siempre
coinciden con los nuestros, con aquellos que hemos forjado en la imaginación.
Los
proyectos divinos siempre pasan por el desprendimiento de aquello que nos ata.
Dios nos llama a todos a la santidad, a la generosidad, al desprendimiento, y
nos dice: ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo;
Él no quiere discípulos de “media entrega”, con condicionamientos. Y nosotros
le decimos: “Señor, no tengo otro fin en la vida que buscarte, amarte y
servirte... Todos los demás objetivos de mi existencia a esto se encaminan. No
quiero nada que me separe de Ti”
II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor?
II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor?
Seamos
sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad
los caminos de Dios. “La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la
brisa” (1 Reyes 19, 22). Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda
atadura: sólo Cristo Importa. Todo lo demás, en Él y por Él.
III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos.
III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos.
Hoy
podemos examinar valientemente en la oración dónde tenemos puesto el corazón:
si nos empeñamos en andar desprendidos de los bienes de la tierra, o si
sufrimos cuando padecemos necesidad; si reaccionamos con rapidez ante un
detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad; si somos parcos en las
necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los
gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades, si llevamos con
alegría las incomodidades o la falta de medios... Sólo así viviremos con la
alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del
mundo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org