DESEANDO EL SILENCIO

Parece que el que grita logra imponer su criterio y su opiniĆ³n mejor que el que calla

La Semana santa es una semana de silencio, no de ruidos. Pero sƩ que a veces me dejo llevar por el ruido de los hombres que gritan. Hay demasiado ruido.

El otro dĆ­a leĆ­a algo que me pareciĆ³ muy verdadero: “El ruido ha adquirido la nobleza que antes poseĆ­a el silencio. Al hombre que habla se le aplaude. El silencioso es un pobre mendigo hacia el que ni siquiera merece la pena alzar la mirada. El hombre silencioso ya no es signo de contradicciĆ³n, es sĆ³lo un hombre que sobra. El que habla posee importancia y valor mientras que el que calla sĆ³lo recibe poca consideraciĆ³n. El hombre silencioso queda reducido a la nada. El simple hecho de hablar aporta valor. ¿Que las palabras no tienen sentido? No importa”[1].

El camino hacia la Pascua es una lucha ciega entre el ruido y el silencio. Hombres que gritan. Hombres que callan. Los gritos que aclaman y dan gloria. Los gritos que condenan y piden la muerte. Los silencios de los que huyen por miedo a la muerte. El silencio de JesĆŗs llevado al GĆ³lgota, indefenso. Y luego su muerte silenciosa.

Me impresiona esa lucha extraƱa en mi propia alma entre el ruido y el silencio. En la vida parece que el que grita logra imponer su criterio y su opiniĆ³n mejor que el que calla. Y el que guarda silencio pierde todo crĆ©dito y admiraciĆ³n. El que calla cede, falla, es olvidado, ignorado, se vuelve invisible.

Tal vez por eso gritan tanto hoy los hombres para hacerse oĆ­r. Su grito vale mĆ”s que su palabra, mĆ”s que su silencio. Yo mismo grito muchas veces y se turba mi juicio. Pero no por gritar poseo la verdad. Aunque la fuerza de mis gritos parezca imponerla. Pero no es verdad.

El Domingo de Ramos aclamaban a JesĆŗs el entrar en JerusalĆ©n. Y no por eso la ciudad se rendĆ­a a los pies del nuevo rey. Los gritos se ahogan. Los mantos quedan tirados en el camino junto a los ramos de olivo. A los gritos y a los cantos sucede un hondo silencio. Y en ese silencio trascurren los dĆ­as de Pascua.

Gritos de los hombres en el templo convertido en mercado. Gritos de los hombres que luego pedirĆ”n la muerte de JesĆŗs.

El silencio sin defensa de JesĆŗs ante Pilato. No hay gritos. SĆ³lo un llanto silencioso de los que aman, de los que esperan, de los que aguardan. Pero los gritos del odio tienen mĆ”s fuerza. Imponen la cruz. Todos los oyen.

Hoy parece que si no grito no me oyen. Si no alzo la voz no existo. Pero sigo creyendo yo en el poder silencioso del silencio.

Una poesĆ­a habla de ese silencio verdadero que estĆ” en mĆ­. Dios habla: “Me pides mĆ”s silencio y el silencio estĆ” en ti. ConfĆ­a a mĆ­ tus voces y estas acallarĆ”n. Quiero ser el Dios que escucha tu voz, El que te descubre los pensamientos que te entristecen y no te dejan vivir. Quiero ser el Dios que dulcifica tus penas. Que agranda las puertas de entrada y de salida. Que te acompaƱa en tu responsabilidad y te libera cuando te esclaviza. Que te libera de los agobios y asume tus cargas. Me pides silencio para que pueda hablarte. BĆŗscalo pero no dejes entrar la culpa ni la tristeza si no das con Ć©l. Y nunca creas que te quiero mĆ”s cuando mĆ”s en silencio estĆ”s. Pero si me pides Silencio, ¿cĆ³mo no te lo voy a dar? Y cuando lo tengas, trĆ”talo como tratas el aire, que existe y que no procuras atrapar. Y cuando lo tengas, sĆ³lo lo tienes que gozar. Yo soy el silencio y en ti quiero descansar”.

Me falta silencio. Menos palabras. MƔs presencia de Dios en el alma. El silencio no se impone por su fuerza.

El silencio de JesĆŗs camino al Calvario me sobrecoge. Se dejarĆ” torturar y matar sin decir nada. Igual que se dejĆ³ alabar y bendecir guardando silencio.

Quiero vivir asĆ­ las injusticias. Aceptar muchas cosas en silencio, sin gritar, sin clamar a Dios, sin escandalizarme. Ese silencio santo es el que anhelo.

[1] Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, 42

Carlos Padilla Esteban


Fuente: Aleteia