"Cambia
mis deseos de morir por ilusiones que vengan de tu amor, extiéndeme tu mano y
levántame, inspira en mí un aliento de vida..."
Busca
a Dios y ámale a través de su propio corazón.
“Dios,
dame dos corazones, uno para ponerlo donde quiero y el otro donde debo”. Alguna
vez se me ocurrió pedirle esto y de inmediato me respondió.
“Dios
mío, préstame tu corazón para amarte a través de él”. De verdad sentí cómo esas
palabras traspasaban mi alma al punto del llanto. Después me quedé muda, sin
palabras. Solo sentía que el corazón se me salía del pecho. Hasta hoy no me da
la razón para comprender la magnitud del amor que yo tendría por Él amándole a
través de su propio corazón.
De
qué tamaño, de qué intensidad sería mi capacidad de amarle y, por ende, de amar
al mundo entero. Sencillamente, infinita…
A
Dios, como sucede con todo, para amarle hay que conocerle. Imposible amar lo
que no se conoce. Si de verdad quieres encontrarle para luego conocerle, amarle
y servirle comienza por buscarle dentro de tu corazón, pero a través
del suyo.
No
le busques en las cosas de la tierra, no le busques afuera. Dios te habla, pero
como su lenguaje es el silencio tú no le escuchas por estar enganchado en las
cosas del mundo.
Para
salir de cualquier tristeza hay que regresar a lo básico, no quitar nuestra
mirada del corazón de Jesús y amar como Él ama. Búscale en su Morada, en su
Palabra. Pisa las huellas que Él dejó a su paso por la tierra – vive los
sacramentos-.
No
tardes más. Ve y busca a Dios. Sobre todo, si te sientes abatido. Visítale.
Voltea a la Cruz, míralo detenidamente. Mira el Cristo con sus brazos
extendidos como diciéndote: “Ven a mis brazos, te esperaba”. Es una invitación
a que corras a su corazón, a que te envuelvas en esos brazos de Padre amoroso y
protector.
Hay
muchas cosas en la vida que nunca vamos a acabar de entender, pero por eso
tenemos la fe puesta solo en Dios quien tiene la perspectiva perfecta de las
cosas. A veces nada tiene sentido, pero para Él siempre lo tiene. Si
alguien sabe de tu dolor es Él. Si alguien te quiere consolar, es Él.
Hazte
niño otra vez y recuéstate en su regazo y háblale a su corazón. Dile cómo te
sientes, a qué le tienes miedo. Deja correr tus lágrimas en ese hondo
sufrimiento que sientes en el pecho y grítale, desde el fondo de tu alma: no
puedo con tanto dolor, sálvame. ¿Señor, realmente estás aquí? ¿Por qué siento
que me has abandonado? Escúchame, respóndeme, no te oigo Señor. Dile cómo
tienes desgarrado el corazón, sangrando por dentro. Háblale y háblale más…
“Padre
soy yo, tu hijo, el que más desvalido y triste se siente hoy. Por favor,
ayúdame. Sé que me he separado de ti, pero Tú nunca me has dejado. Te suplico,
hazme sentir tu amor y protección.
Tengo
miedo. Me siento solo, abatido y sin ganas de seguir adelante. Me siento
desesperanzado y triste, sin deseos de vivir. Me siento confundido, herido y no
sé a quién pedir auxilio. Me siento derrotado, traicionado y con unos deseos
enormes de ya no despertar jamás.
¿Me
escuchas Padre? ¿Dónde estás mi Señor ahora que te necesito? Siento miedo,
mucho miedo. Tengo miedo a vivir, no entiendo nada, no se a dónde voltear ni en
quién confiar porque todos me han dado la espalda. He tratado de dirigir mi
vida de la mejor manera que podido, pero ¿sabes Padre? nada me ha funcionado y
siento que ya no puedo más.
Mi
corazón está roto y mi alma abatida. A mi vida le falta algo y sé que ese algo
eres Tú. Pero no sé ni cómo hablarte, no sé cómo encontrarte, no sé
dónde estás. No sé cómo dirigirme hacia ti. Escucho que estás en todas partes. Entonces,
¿por qué yo no te encuentro? ¿Acaso te escondes de mí? ¿O será que soy yo quien
no me he dejado encontrar por ti?
Aquí
estoy Padre bueno. Por piedad mírame, ten compasión de mí porque me faltan las
fuerzas y aliento para seguir adelante con mi vida.
Yo
no escucho tu voz, mi Señor, pero Tú si estás escuchando la mía, acude a mi
plegaria y ayúdame, rescátame de mí. En tu Palabra dices que vayamos a Ti los
que estemos cansados y agobiados. En obediencia a esa palabra de Vida acudo a
Ti porque justo así me siento yo Padre.
¿Me
escuchas Padre, sabes que yo te grito, sabes que estoy aquí? Sé que sí, mi
Señor, porque tengo la certeza de que la única oración que no escuchas es
aquella que no te dirigimos…
Me
encuentro vacío y no sé por qué, aunque al mismo tiempo sí lo entiendo, me
encuentro vacío de ti. He pretendido llenar mis huecos con dinero, con
antidepresivos, con todo eso que me haga sentir euforia y felicidad, pero estas
no duran en mí, rápidamente se alejan.
Ahora
reconozco que solo necesito de ti, de ti que no sé cómo pedirte, de ti que no
sé dónde encontrarte. ¿Sabes? Deseo amarte con toda mi alma y que Tú mi Señor
seas el centro de mi vida. También deseo permitirme ser amado y aceptado con
todas mis miserias.
Me
rindo ante tus pies. He tratado de resolver todo en mi vida pensando que no
había un Dios, que no existía ese todopoderoso y me doy cuenta de que me
equivoqué porque mis fuerzas humanas ya se agotaron.
Hoy
reconozco que en mi límite encontré a un Dios que no tiene límites. Padre
bueno, ya no deseo lastimarte, ya no deseo ofenderte con mi desesperanza y con
mi falta de credulidad y fe en ti. Tú me creaste y en ti y a ti deseo volver.
Quiero
vivir en el cielo, en ese estado donde sólo se vive el amor verdadero, el
perdón y la gratitud. Deseo reconocerte, que mi alma sepa que eres Tú antes de
que sea demasiado tarde.
Señor,
no sé qué me pasa, pero el temor me invade, se apodera de mí. Escóndeme en tu
corazón donde el peligro no me encuentre. Cúbreme con tu amor donde el odio no
sepa de mí. Protégeme de mí mismo, de mis pensamientos de destrucción, de mis
pensamientos negativos. Te pido que me des esa paz que sólo Tú me puedes dar.
Quita
de mi camino a todo eso que me pueda ofrecer un bienestar temporal. Pon en mi
corazón confianza, certeza, inyecta ánimo a mi alma, esperanza a mi corazón
desesperanzado. Da luz a mis ojos ciegos que muchas veces quieren cerrarse
eternamente. Cambia mis deseos de morir por ilusiones que vengan de tu amor.
Quisiera
comenzar de cero y no sé cómo. Extiéndeme tu mano y levántame, inspira en mí un
aliento de vida. Que no me ganen el peso del dolor, del miedo, de mi falta de
perdón y comprensión a los demás. Que sea más tu amor en mí que mi desánimo y
mis deseos de ya no seguir.
No
te quiero fallar mi Señor porque Tú eres más grande que todo mi yo. Pon en mí
la certeza de que todo es para bien porque viene de tu amor”.
Luz
Ivonne Ream
Fuente: Aleteia
