Agradecerles por esta
oración común en este aniversario, pidiendo el perdón por mis pecados y la
perseverancia en la fe, en la esperanza, en la caridad
Junto
a los cardenales presentes en Roma, Papa Francisco presidió una misa en ocasión
del XXV aniversario de su Ordenación Episcopal en la Capilla Paolina
del Palacio Apostólico, también conocida como la “Capilla de las Lágrimas” ya
que es el lugar donde el nuevo Papa va a llorar, inmediatamente después de ser
elegido y antes de presentarse al pueblo en la Plaza de San Pedro.
Texto de la homilía del
Papa
En
la primera Lectura hemos escuchado como continúa el diálogo entre Dios y Abram,
aquel diálogo que comenzó con aquel “Vete. Vete de tu tierra…” (Gén 12, 1).
Y en esta continuación del diálogo, encontramos tres imperativos: “¡Levántate!”,
“¡Mira!” “¡Espera!” Tres imperativos que marcan el camino que debe
recorrer Abram y también el modo de hacer, la actitud interior:
levántate, mira, espera.
“¡Levántate!”
Levántate, camina, no estés detenido. Tú tienes un deber, tú tienes una misión
y debes cumplirla en camino. No permanezcas sentado: levántate, en pie. Y Abram
comenzó a caminar. En camino, siempre. Y el símbolo de esto es la tienda. Dice
el Libro del Génesis que Abram andaba con la tienda y cuando se detenía tenía
la tienda. Abram jamás hizo una casa para sí mismo, mientras existía este
imperativo: “¡Levántate!” Solamente construyó un altar: la única cosa. Para
adorar a Aquel que le ordenaba levantarse, estar en camino, con la tienda.
“¡Levántate!”
“¡Mira!”
Segundo imperativo. “Alza ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás
hacia el norte y hacia el sur, y hacia el oriente y hacia el occidente”.
(Gén 13, 14). Mira. Mira el horizonte, no construyas muros. Mira siempre.
Y sigue adelante. Y la mística del horizonte es que cuanto más se va adelante,
el horizonte está siempre más lejos. Ir más allá con la mirada, ir más allá,
adelante, caminando pero hacia el horizonte.
Tercer
imperativo: “¡Espera!” Está ese diálogo hermoso: “Tú me has dado tanto, pero el
heredero será este doméstico” – “El heredero saldrá de ti, nacerá de ti.
¡Espera! (cfr. Gén 15, 3-4). Y esto, dicho a un hombre que no podía
tener herencia, ya sea por su edad que por la esterilidad de la esposa. Pero
será “de ti”. Y tu herencia – de ti – será “como el polvo de la tierra. Si
alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será
contada”. (Gén 13, 16). Y un poco más adelante: “Mira ahora los cielos y
cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu descendencia”. Y Abram
creyó y el Señor se lo contó por justicia (cfr Gén 15, 5-6). En la fe
de Abram inicia aquella justicia que Paolo mencionará más adelante en la
explicación de la justificación. “¡Levántate! ¡Mira!” – el horizonte, nada de
muros, el horizonte – “¡Espera!” Y la esperanza es sin muros, es puro
horizonte.
Pero
cuando Abram fue llamado, tenía más o menos nuestra edad: estaba por
pensionarse, por jubilarse para descansarse… Comenzó a aquella edad. Un hombre
anciano, con el peso de la vejez, aquella vejez que trae los dolores, las
enfermedades… Pero tú, como si fueras un jovencito, ¡levántate, ve, ve! Como si
fueras un scout: ¡ve! Mira y espera. Y esta Palabra de Dios es también
para nosotros, que tenemos una edad que es como aquella de Abram… más o menos.
Hay
algunos jóvenes aquí, pero la mayoría de nosotros tiene esta edad. Y a nosotros
el Señor hoy nos dice lo mismo: “¡Levántate, mira, espera!” Nos dice que no es
la hora de encerrar nuestra vida, que no cerremos nuestra historia, que no
resumamos nuestra historia. El Señor nos dice que nuestra historia está abierta
todavía: está abierta hasta el final, está abierta con una misión. Y con estos
tres imperativos nos indica la misión: “¡Levántate!” “¡Mira!” “¡Espera!
Alguien
que no nos quiere dice que somos la gerontocracia de la Iglesia. Es una mofa
del destino. No entiende lo que dice. No somos ancianos: somos abuelos. Y si no
sentimos esto, debemos pedir la gracia de sentirlo. Abuelos a los cuales
nuestros nietos miran. Abuelos que deben darles un sentido de la vida, con
nuestra experiencia. Abuelos no encerrados en la melancolía de nuestra
historia, sino abiertos para dar esto. Y para nosotros, este “levántate, mira,
espera” se llama “soñar”. Nosotros somos abuelos llamados a soñar y a dar
nuestro sueño a la juventud de hoy: lo necesitan. Porque ellos tomarán de
nuestros sueños la fuerza para profetizar y llevar adelante su deber.
Me
viene en mente aquel pasaje del Evangelio de Lucas (2, 21-38), de Simón y Ana:
dos abuelos. Pero ¡cuánta capacidad de soñar tenían estos dos! Y todo este
sueño lo contaron a San José, a la Virgen, a la gente… Y Ana iba hablando de
aquí para allá y decía: “¡Es Él, es Él!” Y contaba el sueño de su vida. Y esto
es lo que hoy el Señor nos pide: que seamos abuelos. Que tengamos la
vitalidad de dar a los jóvenes, porque los jóvenes lo esperan de nosotros. Que
no nos cerremos, que demos lo mejor de nosotros: ellos esperan de nuestra
experiencia, de nuestros sueños positivos para llevar adelante la profecía y el
trabajo.
Pido
al Señor para que nos dé a todos nosotros esta gracia. También para aquellos
que todavía no son abuelos: vemos el presidente de los obispos del Brasil: es
un jovencito, ¡pero llegarás! La gracia de ser abuelos, la gracia de soñar, y
dar este sueño a nuestros jóvenes: lo necesitan.
Al
finalizar la Santa Misa y antes de la bendición, el Pontífice expresó su
agradecimiento con estas palabras:
Quiero
agradecerles a todos ustedes por las palabras que me ha dirigido el cardenal
Sodano, decano, con el nuevo vice-decano que está a lado de él -
¡felicitaciones!
Agradecerles
por esta oración común en este aniversario, pidiendo el perdón por mis pecados y
la perseverancia en la fe, en la esperanza, en la caridad.
Les
agradezco tanto por esta compañía fraternal y pido al Señor que los bendiga y
los acompañe en el camino del servicio a la Iglesia. Muchas gracias.
Traducción
de María Cecilia Mutual
Radio
Vaticana