Este domingo, el cardenal Angelo Amato ha presidido la beatificación de Daswa, en la que han participado su madre, de 93 años; su viuda, sus ocho hijos –la más joven nacida cuatro meses después de su martirio– y sus nietos
Delante de 30.000 personas, la Iglesia Católica beatificó
este domingo al primer mártir sudafricano, Benedict Daswa, un profesor muerto
en 1990 por haberse opuesto a la superstición de unos aldeanos.
Daswa fue proclamado "beato"
en una carta leída en nombre del papa Francisco por el cardenal italiano Angelo
Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
La lectura tuvo lugar delante de unas
30.000 personas, durante la misa celebrada en el pueblo sudafricano de
Tshitanini, cerca de la casa del beato en la provincia de Limpopo (noreste).
"El venerable servidor de Dios
Samuel Tshimangadzo Benedict Daswa, laico y padre de familia (...), catequista
celoso, educador completo y testigo heroico del Evangelio hasta el
derramamiento de su sangre, será llamado beato a partir de ahora", declaró
el cardenal Amato entre aplausos y cláxones.
El papa Francisco, que anunció la
beatificación en enero, rindió homenaje al nuevo beato desde la plaza de San
Pedro del Vaticano.
"Hoy ha sido beatificado en
Sudáfrica Samuel Benedict Daswa, un padre asesinado en 1990, hace apenas 25
años, por su fe en el Evangelio", dijo el sumo pontífice.
"En su vida siempre mostró una gran
solidez, defendió con valentía las ideas del cristianismo y rechazó las
costumbres terrenales y paganas", añadió.
Cuando una oleada de
tormentas asoló su región en 1990, el sudafricano Benedict Daswa se negó a
pagar para que se contratara a un curandero que alejara la supuesta brujería
que causaba los relámpagos. Unos días después, fue asesinado. Este domingo, el
primer mártir sudafricano reconocido por la Iglesia será beatificado
Sudáfrica tendrá, a partir de
este domingo, su primer mártir y beato: Benedict
Samuel Tshimangadzo Daswa,martirizado el 2 de febrero de 1990,
hace sólo 25 años, por oponerse a la brujería y las supersticiones de su
pueblo.
Daswa era miembro de la tribu lemba, y no nació en una familia
católica. A los 16 años, mientras estudiaba para ser maestro, conoció y le
fascinó el modo de vida de los católicos, y pidió y el bautismo.Ya como católico, se implicó
en la construcción de un colegio y de la primera parroquia católica de su zona,
de la que llegó a ser el director. Además, cultivaba frutas y verduras para
venderlas a sus vecinos, o regalárselas si no tenían dinero.
El padre John Finn, su
párroco, explica que Benedict «era uno de los líderes en el distrito de Nweli. A veces dirigía la celebración del domingo cuando no había
un sacerdote, catequista o religiosa. Estaba implicado en el consejo pastoral
de la parroquia y en muchas otras áreas, como la atención a los pobres, la
educación de los niños en la catequesis, catequesis de adultos. Era un hombre decidido, que tenía una
forma muy testaruda de conseguir lo que quería. Tenía una gran capacidad para
razonar las cosas, así que no le podías decir que no. También tenía un alma muy
dulce, y nunca era brusco o áspero».
Tradiciones sí, brujería no
«Tenía una relación muy cercana con la Iglesia, y vivía su fe en
su vida cotidiana. Siempre intentaba ver lo que su fe significaba para su
propio pueblo, y enseñarla de forma que mejorara la vida de los demás». Al mismo tiempo –explica el
sacerdote– «tenía una fuerte conexión con sus propias tradiciones como un
lemba», pero se daba cuenta de que «la brujería no era parte» de esas
costumbres que merecían ser protegidas, porque era incompatible con su fe.
Unos días antes de su muerte,
la zona en la que vivía fue golpeada por un fuerte temporal y tormentas
eléctricas. El consejo de ancianos decidió hacer una colecta para contratar a
un curandero que expulsara este mal. Cuando le llegó el momento de pagar su
aportación, les explicó que los relámpagos eran fenómenos naturales, no obra de
la brujería, y que su fe como católico le impedía participar en este ritual.
El 2 de febrero –recuerda el
padre Finn–, «estuvo en mi casa para traerme algunas verduras de su jardín».
Luego avisó a su hija, de 13 años, de que llegaría un poco más tarde porque iba
a llevar a un anciano a su casa, porque llevaba un saco de 12 kilos con comida.
Sin embargo, cuando estaba de vuelta, se encontró la carretera bloqueada por
rocas y árboles. Al bajarse del coche, empezaron a lloverle piedras desde ambos
lados del camino. Intentó huir y esconderse, pero al final el tumulto de gente
que le había tendido la emboscada lo encontró y lo mató. Una vez muerto, le
echaron agua hirviendo por la cabeza, tal vez como burla hacia el bautismo.
Pero la cosa no acabó ahí. Después del asesinato, se produjo una
oleada de «hostilidad y miedo –explica su párroco–. Es una práctica común que
se rece cada noche en la casa de la familia hasta que se celebra el funeral. Va
gente de la zona. Sin embargo, en este caso no vino a las oraciones nadie de la
aldea ni de los alrededores». Sólo él y unas religiosas acompañaron a la
familia en esos momentos, aunque no les resultó fácil. «A medida que nos acercábamos a la
aldea había hostilidad. A veces la carretera estaba cortada con rocas y
árboles, y nos decían que nos fuéramos a casa. A veces utilizaban palabras más
fuertes. Tengo el recuerdo claro de que fue la primera y única vez que he
sentido el mal. Es triste que esta realidad de los asesinatos rituales y la
brujería continúe, y que no se pidan responsabilidades a nadie». Nadie ha sido
juzgado por su muerte.
El obispo siguió al pueblo
Durante el funeral, además de
la pena por una vida truncada cuando tenía tanto que ofrecer, los católicos de
la zona empezaron también a sentir que había habido un mártir entre ellos. De
hecho, los sacerdotes llevaron vestiduras rojas. Pero en esa época había muchos
asesinatos, y el obispo diocesano, monseñor Hugh Slattery, se entristeció por
su muerte no le dio mucha importancia.
Sin embargo, en el año 2000,
al cumplirse diez años de su muerte –recuerda monseñor Slattery–, «me contaron
cómo los católicos locales le habían recordado juntándose para una Misa
especial. Luego fueron al lugar donde le habían tendido una emboscada y su
viuda colocó flores en medio de la carretera. Entonces su muerte empezó a
impactarme y se me pasó por la cabeza que podía haber sido un mártir por la fe.
Algunas preguntas entre los que lo conocieron me mostraron que era alguien muy
especial y que debíamos hacer algo al respecto». Incluso hoy, 25 años después
de su muerte, «la gente lo recuerda y van a su tumba a rezar».
El domingo, el cardenal Angelo Amato participará en la beatificación
de Daswa, en la que participarán también su madre, de 93 años; su viuda, sus
ocho hijos –la más joven nacida cuatro meses después de su martirio– y sus
nietos. El obispo confía en que «la
gente descubrirá en Benedict a un hombre santo y humilde, un modelo realmente
espectacular en varias áreas de la vida: un marido y padre devoto y amante; un
miembro muy activo de la Iglesia; un hombre de oración; un testigo valiente de
la fe en la vida pública; un amante de los pobres y los necesitados; un mentor
ideal para los jóvenes; un maestro competente y comprometido; un buen jardinero
y una persona profundamente implicada en el servicio y el levantamiento de su
comunidad».
La conclusión del padre Finn,
su párroco, es similar: «Quizá un santo no está tan definido por
su muerte como por su vida, y el martirio ocurre cuando la bondad de un alma
hace que otros se sientan amenazados, por la falta de bondad en su alma. Si éste es el caso, entonces Benedicto
ciertamente es un mártir, un santo y un modelo para los demás. Fue un
privilegio haberlo conocido, haber trabajado con él y celebrar su vida, incluso
en su muerte».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega
