¿Los animales van al cielo? Parece la típica pregunta para la cual todo catequista infantil debe tener preparada una respuesta, dado que antes o después alguno de los niños la planteará
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| Ceyda Çiftci / Unsplash |
No solo
niños...
Por eso puede
resultar sorprendente que no precisamente niños, sino escritores
católicos de primer orden, como Peter Kreeft y C.S. Lewis (no formalmente católico, pero
asimilable a casi todos los efectos) abordasen la cuestión de forma más
amplia que el simple "no" que sugiere una formación
cristiana básica.
Así lo
recordaba recientemente Jared Staudt, profesor de Teología
y de Historia de la Iglesia, padre de familia y oblato benedictino, en un
artículo publicado en Catholic
World Report con ese interrogante como titular.
Y contestaba
partiendo de dos premisas:
- "En teología, solo podemos hablar con
confianza de aquello que Dios nos ha revelado";
- solo podemos esperar con la virtud teologal de la
esperanza "aquello que Dios ha prometido explícitamente".
Pues bien, ¿qué
nos ha revelado y qué nos ha prometido Dios al respecto?
El cielo y
la tierra nueva
Se lo hemos
preguntado a un teólogo, y hace una distinción entre dos
conceptos:
- por un lado, el cielo entendido
como la visión beatífica, esto es, la contemplación de Dios
"cara a cara" que describe San Pablo (1 Cor 13,
12);
- por otro lado, la "tierra nueva"
del Apocalipsis de San Juan (21, 1), a la que hace
alusión el propio San Pablo al hablar de los "gemidos de parto"
de la creación (Rom 8, 18-22).
A partir de
esta distinción, continúa, hay dos respuestas:
- Sobre el cielo, explica, la Revelación es
clara y la promesa de salvación y visión de Dios explícita para
los hombres. Sin embargo, "los animales son incapaces de ella porque
su alma no es ni racional ni inmortal, y eso no admite discusión. Pensar
en una 'salvación' de los animales es absurdo".
- Sobre la tierra nueva no existe una
Revelación concreta ni una promesa explícita, por lo que la respuesta
honesta del experto es "no lo sabemos".
Por tanto,
cuando nos preguntamos si nuestras mascotas nos pueden acompañar, la cuestión
no está en si pueden 'compartir' en el cielo con nosotros la
dicha de la visión de Dios y la unión con Él (pues eso sabemos que no), sino si
pueden 'completar' en la tierra nueva esa dicha.
La frase
lapidaria de Mike Schmitz
Los animales
cumplen su fin en la tierra, no tienen un alma inmortal, no son capaces de amar
porque no son capaces de conocer ni tienen conciencia del bien y del mal. No
tienen derecho al premio del cielo ni serán castigados con el infierno. El
lobo que devora a la oveja es tan 'inocente' como ella, y en ese
drama no hay 'buenos' ni 'malos' que merezcan premio o
castigo. Es su relación con nosotros lo que cambia la perspectiva. El problema,
nos explica este teólogo, es que hoy, por la pérdida del sentido y el gusto de
lo espiritual, "la proyección afectiva se vuelca en
ocasiones sobre las mascotas hasta el extremo de desear una perpetuación
imposible".
Mike Schmitz,
delegado de Juventud en la diócesis de Duluth (Minnesota) pero conocido en todo
el mundo anglófono como uno de los evangelizadores con mayor
presencia en las redes, lo explica con gran rotundidad en este vídeo,
donde responde a la pregunta '¿Tendré a mi mascota en el cielo?':
Tras introducir
la cuestión con gran respeto a los sentimientos de quienes querrían perpetuar
la relación con su mascota en el más allá, e incluso concediendo una primera
respuesta tranquilizadora ("Si necesitas a tu mascota para ser feliz en el
cielo, Dios te dará a tu mascota"), su respuesta es muy tajante: "Si
necesito a mi mascota para ser feliz en el cielo... entonces no estoy preparado
para el cielo".
¿Por qué?
Schmitz, acudiendo a Santo Tomás de Aquino, lo explica:
"Porque el alma racional del hombre y de los ángeles está orientada a algo
como el cielo, su fin propio es el cielo, mientras que el fin propio del alma
animal se cumple en la tierra. Y ¿cuál es la finalidad del cielo? ¿Cuál es la
finalidad del alma racional, del ser humano? Es la unión con Dios. Así
que el cielo es para centrarnos en la unión con Dios, es cuando la
finalidad de la vida nos será revelada y nos será cumplida".
Si la unión con
Dios vale tan poco para ti que aspiras a completarla con tu mascota, quizá es
que la unión con Dios no vale para ti tanto como para puedas gozarla, viene a
decir Schmitz, aun a costa, confiesa, de parecer "áspero" o
"insensible": "Si para estar en el cielo necesito algo
distinto de Dios, simplemente no estoy preparado para el cielo... y para eso
está el purgatorio", sostiene, "donde se purifica nuestro
corazón para que aprendamos a amar a Dios por Sí mismo y no por los
bienes que nos da"... mascotas incluidas.
El cielo
imaginario
"¡El
problema es que muchos no quieren ir al cielo!", añade el
teólogo con quien compartimos este debate: "Al menos, no al cielo tal como
es".
Otro
evangelizador estadounidense, monseñor Charles Pope, párroco en la
diócesis de Washington, ya apuntó este problema sobre el cielo en un artículo
-paradójicamente- sobre el infierno (ese infierno que parece excluido de la
ecuación, ya sea de personas o de mascotas):
"¿Acaso no
todo el mundo quiere ir al Cielo?", se pregunta Pope: "Sí",
responde, "pero suele ser un 'cielo' tal como ellos lo definen, no el
Cielo real. Muchas personas entienden el cielo egocéntricamente: es un
lugar donde serán felices según sus propios términos, donde tendrán en
abundancia todo aquello que les agrada". Pero el Cielo real no es así,
matiza: "El Cielo real es el Reino de Dios en plenitud. Aunque todo el
mundo quiere ir a un 'cielo' tal como ellos lo definen, no todo el
mundo quiere vivir en el Reino de Dios en plenitud".
Preguntémosle
a un franciscano
Faltaría por
consultarle a un teólogo franciscano, dado que su orden religiosa
destaca por su amor a los seres vivos inferiores al hombre. ¿Saldrá un
discípulo de San Francisco de Asís en defensa del 'cielo
animal'?
Daniel Maria
Klimek, T.O.R. es sacerdote de la Tercera Orden Regular y doctor en
Teología Espiritual. Según recoge la revista de la universidad franciscana
de Steubenville (que también se plantea ¿Van los perros al
cielo?), Klimek respalda expresamente la frase de Schmitz, y la
completa: "Dios mismo, Él, es el amor supremo, y la gravedad, el poder, la
belleza y la alegría sobrenatural que nos supondrá ese amor en el cielo son
tan enormes que nada más tendrá importancia".
Y destaca que,
cuando se representa a San Francisco con una bañera para los pájaros a quienes
predicaba, "se está destacando algo que no es tan importante como aquello
a lo que se entregaba Francisco enteramente, como es la intimidad y la
unión con Jesucristo". En esa unión consisten el Cielo y la felicidad
del Cielo: "Su amor a la luna y al sol y a la vida de animal se basaba
enteramente en el hecho de que son huellas del Creador, y todas ellas apuntan a
Dios y remiten a la dependencia respecto a Dios", concluye
Klimek.
Las
objeciones de Lewis a su propia tesis
Kreeft o Lewis
no caen en ninguno de estos gruesos errores cuando especulan sobre una posible
"tierra nueva" escatológica donde estuviesen presentes, como
en el Edén antes de la caída, otros seres vivos. Su reflexión (que es especulativa,
aunque remite a la Biblia) va por otro lado.
En El problema del dolor,
Lewis argumenta que "la inmortalidad carece de sentido para una
criatura que no es 'consciente'". Pone el ejemplo de una
lagartija: aunque Dios la resucitara, "no se reconocería a sí misma como
la misma", porque no tiene conciencia del yo. Y así como "el hombre
solo puede ser entendido en su relación con Dios", sin embargo "las
bestias han de ser entendidas únicamente en su relación con el hombre y, a
través de él, con Dios".
Sin embargo,
"el animal domesticado debe casi enteramente a su amo el
'yo' o personalidad real que en cierto sentido
posee". Aferrándose a eso, el escritor británico abre la posibilidad,
para esos animales domesticados, de una presencia en la "tierra
nueva": "Sí me resulta posible imaginar que ciertos animales sean
inmortales, no en sí mismos, sino en la inmortalidad de sus amos.
La dificultad de la identidad personal de una criatura no personal
desaparece cuando se mantiene dentro de su contexto".
De todas
formas, él matiza que "la idea de felicidad futura de una bestia parece
una torpe afirmación de la bondad divina". Esos (y solo esos)
animales gozarían de eternidad pero no como "compensación", sino como
"parte esencial del cielo y la tierra nuevos relacionada
orgánicamente con el doloroso proceso de la caída y redención del mundo".
El propio
Lewis, sin embargo, concluye ese capítulo (El dolor animal) de El
problema del dolor planteando objeciones a su propia tesis.
Entre las que destacan:
- que, si la profecía de Isaías 11,
6 se refiere a ese momento ("Habitará el lobo con el cordero, el
leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán
juntos") entonces "tener leones y corderos hermanados de
ese modo significaría tanto como no tener ni
corderos ni leones";
- y que cualquier presencia animal en la 'tierra
nueva' sería una "participación en la vida celestial de los
hombres en Cristo hacia Dios" [las
cursivas son de Lewis], porque "una 'vida celestial' para el
animal como tal carece probablemente de sentido".
Kreeft
defiende el Cielo
En cuanto a
Peter Kreeft, el "¿por qué no?" con el que -comentando a Lewis- abre
la cuestión de los animales en la "tierra nueva" no tiene nada que
ver con ideas fantasiosas sobre el Cielo, al que dedicó un libro: Todo lo que querías
saber sobre el Cielo.
En efecto, en
su curso Fe y Razón. Filosofía de la Religión,
responde a una de las objeciones materialistas al cielo (que el Cielo
es wishful thinking: una mera proyección de nuestros deseos) en
forma muy similar a la de Charles Pope: "El Cielo no se corresponde con
nuestros deseos y wishful thinking, porque nuestros deseos
son egoístas, pero el Cielo no lo es. Es el lugar de los santos abnegados,
no de los soñadores auto-indulgentes. Es la muerte del egoísmo, más que su
recompensa".
Y en otro de los contra-argumentos a quienes niegan la existencia del Cielo (pues sostienen que la visión beatífica solo sería para ángeles, no para seres humanos, a quienes lo que les hace felices son los bienes naturales, ya sea materiales -el sexo o el vino- o inmateriales -una pintura o una sinfonía-), Kreeft responde: "Tu imaginación es demasiado limitada. ¿Cómo sabes lo que te puede excitar en el Cielo? ¿Por qué pones límites a tu crecimiento espiritual?" Lo cual viene a ser el argumento del padre Mike Schmitz: si no concebimos un cielo sin mascotas... ¿por qué concebir un cielo sin sexo, vino, pinturas u orquestas?
Carmelo
López-Arias
Fuente: ReligiónenLibertad
