MEDITACIÓN DIARIA: MIÉRCOLES DE LA SEMANA 34 DEL TIEMPO ORDINARIO

PACIENTES EN LAS DIFICULTADES

Dominio público
I.
La paciencia, parte de la virtud de la fortaleza.

II. Paciencia con nosotros mismos, con los demás y en las contrariedades de la vida corriente.

III. Pacientes y constantes en el apostolado.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. 

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»”

I. En los textos de la Misa de hoy, el Señor nos anuncia: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al Mundo (3). En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia.

Estas contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana... Pueden venir dificultades económicas, familiares... Pueden llegar la enfermedad, el desaliento, el cansancio...

La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

II. La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios.

Entonces identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos.

Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.

III. Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible.

La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Corintios 13, 7).

Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org