PACIENTES EN LAS DIFICULTADES
II. Paciencia con nosotros
mismos, con los demás y en las contrariedades de la vida corriente.
III. Pacientes y constantes
en el apostolado.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las
sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por
causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar
vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá
hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres,
y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de
vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»”
I. En los textos de la
Misa de hoy, el Señor nos anuncia: en el mundo tendréis grandes tribulaciones;
pero tened confianza, Yo he vencido al Mundo (3). En este caminar en que
consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes,
otras de poco relieve, en la cuales el alma debe salir fortalecida, con la
ayuda de la gracia.
Estas
contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no
comprenden la vocación cristiana... Pueden venir dificultades económicas,
familiares... Pueden llegar la enfermedad, el desaliento, el cansancio...
La
paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de
cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en
Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que
querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria
está de nuestra parte.
II. La paciencia es una
virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no
reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y
lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o
pequeñas, como venidos del amor de Dios.
Entonces
identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la
fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los
que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto
que es fácil desalentarse ante los propios defectos.
Paciencia
con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación
o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con
aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.
III. Para el apostolado, la
paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la
calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado
previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de
una paciencia indecible.
La
paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las
limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo,
su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo
soporta, enseña San Pablo (1 Corintios 13, 7).
Si
tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de
muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org