CON LOS PIES DE BARRO
II. La experiencia de la
personal debilidad.
III. Nuestra flaqueza, ocasión para que Dios muestre su
poder y su misericordia.
“En
aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la
piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -«Esto que contempláis, llegará un día en
que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron:
-«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está
para suceder?»
Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos
vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "el
momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de
guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir
primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: -«Se alzará
pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en
diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en
el cielo»” (Lucas
21,5-11).
I.
Los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor en una de las
lecturas de la Misa de hoy (Daniel 2, 31-35), tenemos una inteligencia de oro,
que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad
de amar; y la fortaleza que dan las virtudes... pero los pies los tendremos
siempre de barro, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta
debilidad del fundamento humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada
experiencia.
Este
conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y
humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y
buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de
mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual, De esta forma, las
propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos
volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina.
II.
Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en
el alma la concupiscencia, el fomes peccati, “que procede del pecado y al
pecado inclina” (CONCILIO DE TRENTO, Sesión 5). Tenemos los pies de barro, como
esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del
pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia
del mundo y en la vida personal de todos los hombres.
Cada
cristiano es como una vasija de barro (2 Corintios 4, 7), que contiene tesoros
de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con
facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado.
En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible,
para unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos,
pues –como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos
cometer.
III.
Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las
tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como
a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2
Corintios 12, 9-10).
El
Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en el Sagrario, nos
dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un Ángel nos guarde
en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos, del ejemplo de
tantas personas buenas, de la corrección fraterna...
Tenemos,
sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores...
Acudamos a Ella.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org