Clasificada con Santa Margarita y Santa Bárbara como uno de los catorce santos más útiles en el cielo, fue continuamente alabada por los predicadores y cantada por los poetas
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De
noble origen y versada en las ciencias, cuando tenía sólo 18 años, se presentó
ante el emperador Maximino, que perseguía violentamente a los cristianos, y le
recriminó su crueldad intentando demostrar cuán inicua era la adoración de los
dioses falsos.
Asombrado por la audacia de la joven, pero incapaz de competir
con ella en sabiduría, el tirano la detuvo en su mismo palacio y llamó a
numerosos sabios a los que ordenó que usaran toda su capacidad y razonamientos
falsos de manera que Catalina apostatara; pero ella quedó victoriosa en el
debate. Algunos de sus adversarios, conquistados por su elocuencia, se
declararon cristianos y fueron ejecutados. Furioso por no haber conseguido su
propósito, Maximino la mandó azotar y después la encarceló.
Mientras tanto, la
emperatriz deseosa de ver a una mujer tan extraordinaria se acercó a visitarla
a las mazmorras, acompañada de Porfirio, jefe de las tropas, y ambos cedieron a
las exhortaciones de Catalina, creyeron, se bautizaron y ganaron inmediatamente
la corona de los mártires. Poco después la santa, que lejos de flaquear en su
fe, conseguía muchas conversiones, fue condenada a morir en la rueda, pero al
tocarla, el instrumento de tortura se destruyó milagrosamente. Enfadado y fuera
de control, el emperador la mandó a decapitar. Unos ángeles trasladaron su
cabeza al Monte Sinaí donde más tarde se construyó un monasterio e iglesia en
su honor. Hasta aquí las Actas de Santa Catalina.
Desafortunadamente
no se conservan estas actas en su forma original, sino transformadas y
distorsionadas con descripciones difusas y fantásticas debidas a la imaginación
de narradores, a quienes les importaba menos hacer constar los hechos
auténticos que agradar a a los lectores con sus relatos maravillosos. La
importancia que se dio a lo largo de la Edad Media a la leyenda de este
martirio explica el interés y cuidado con el que en tiempos modernos se han
examinado y estudiado los textos antiguos griegos, árabes y latinos que lo
refieren, y sobre el que los críticos han manifestado hace tiempo sus
opiniones, de las que probablemente no tengan que desdecirse.
Hace varios
siglos, cuando la devoción a los santos era estimulada por la lectura de
extraordinarias narraciones hagiográficas, cuyo valor histórico nadie estaba
cualificado para cuestionar, los pueblos católicos invistieron a Santa Catalina
con un halo de encantadora poesía y poder milagroso.
Clasificada
con Santa Margarita y Santa Bárbara como uno de los catorce santos más útiles
en el cielo, fue continuamente alabada por los predicadores y cantada por los
poetas. Es bien sabido que Bossuet le dedicó uno de sus más hermosos
panegíricos y que Adán de San Víctor escribió un magnífico poema en su honor:
“Vox Sonora nostri chori”, etc. En muchos lugares su fiesta se celebraba con la
mayor solemnidad, se prohibía el trabajo servil, y un gran número de personas
asistían a las devociones. En varias diócesis de Francia se observaba como día
de fiesta de obligación hasta principios del siglo XVII, y el esplendor de su
ceremonial eclipsaba al de las fiestas de algunos de los Apóstoles.
Muchas
capillas se pusieron bajo su patrocinio y su estatua se encontraba en casi
todas las iglesias representándola, según la iconografía medieval, con una
rueda, su instrumento de tortura. Mientras que, debido a varias circunstancias
de su vida, San Nicolás de Mira se consideraba patrón de los jóvenes
bachilleres y estudiantes, Santa Catalina se convirtió en patrona de doncellas
y estudiantes femeninas. Considerada como la más santa e ilustre de las
vírgenes de Cristo, resultaba natural que ella, entre todas, fuera la encargada
de proteger a las vírgenes de los claustros y a las jóvenes solteras en el
mundo.
Al
ser la rueda de tortura el emblema de la santa, los carreteros y mecánicos se
colocaron bajo su protección. Finalmente, según la tradición, no solo
permaneció virgen dominando sus pasiones y conquistó a sus verdugos al
agotarles su paciencia, sino que triunfó con su ciencia haciendo callar a los
sofistas, su intercesión fue implorada por teólogos, apologistas, predicadores
del púlpito y filósofos. Antes de estudiar, escribir o predicar, le rogaban que
iluminara sus mentes, guiara su pluma e impartiera elocuencia a sus palabras.
Esta devoción a Santa Catalina que tomó tan vastas proporciones en Europa
después de las Cruzadas, recibió brillo adicional en Francia a principios del
siglo XV cuando se rumoreaba que se había aparecido a Santa Juana de Arco,
junto con Santa Margarita, había sido designada por voluntad divina consejera
de Santa Juana de Arco.
Aunque
lo hagiógrafos contemporáneos consideran más que dudosa la autenticidad de los
varios textos que contienen la leyenda de Santa Catalina, nadie pone en duda la
existencia de la santa. La conclusión a la que se ha llegado tras analizar esos
textos es que los hechos principales han de ser aceptados como verdaderos, y se
debe rechazar como puras y simples invenciones la multitud de detalles que casi
oscurecen esos hechos, la mayor parte de las narraciones maravillosas con las
que se embellecen y los largos discursos que se ponen en boca de Santa
Catalina.
Un
ejemplo lo ilustrará muy bien: aunque todos estos textos mencionan el traslado
milagroso del cuerpo de la santa al Monte Sinaí, los itinerarios de los
antiguos peregrinos que visitaron el Sinaí no hacen ni la más ligera alusión al
respecto. Ya en el siglo XVIII Don Deforis, el benedictino que preparó una
edición de las obras de Bossuet, declaró que la tradición seguida por este
orador en su panegírico de la santa era en gran medida falsa y fue precisamente
por entonces cuando la fiesta de Santa Catalina desapareció del Breviario de
París. Desde entonces la devoción a la virgen de Alejandría ha perdido toda su
antigua popularidad.
Fuente: ACI