El autor y académico estadounidense Charles Murray sostiene que Occidente deja atrás su “adolescencia intelectual” y vuelve a valorar la religión como fuente de sentido, belleza y verdad
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| Charles Murray |
Charles Murray, (82 años), es un politólogo, escritor y
orador público estadounidense. Su último libro Taking
Religion Seriously (Tomando la religión en serio) describe su paso del
agnosticismo ilustrado hasta la posibilidad de la existencia de Dios.
En un reciente artículo publicado en el New York Post
titulado "A medida que superamos la adolescencia intelectual, la
popularidad de la religión se dispara" explica cómo los intelectuales
están redescubriendo la fe tras décadas de escepticismo y ateísmo
militante.
Revolución atea
"En 2007, cuatro de los principales defensores del
nuevo ateísmo —Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y Christopher
Hitchens— se reunieron para grabar una conversación de dos horas que
rápidamente se convirtió en un fenómeno viral. Aquella charla, que sumó
millones de visualizaciones en YouTube, marcó el inicio de lo que muchos
denominaron una “revolución atea”, dice Charles Murray.
Explica que “no creer en Dios ya no era solo una moda”, como
recordaba el periodista Peter Savodnik. “Era, para quienes vivían en los campus
universitarios, para los autores más vendidos y para quienes dominaban nuestros
espacios intelectuales más selectos, la única postura racional que
merecía la pena tener”.
El politólogo licenciado en Harvard sostiene que casi dos
décadas después, el panorama ha cambiado de forma notable. Explica que en el
otoño de 2025, proliferan los pensadores y figuras públicas que hablan
abiertamente de Dios o reivindican la dimensión espiritual como fundamento de
la cultura. Entre ellos se encuentran David Brooks, Ross Douthat, EJ
Dionne, Peter Thiel, Andrew Sullivan, Arthur Brooks, Jordan Peterson, Ayaan
Hirsi Ali o Niall Ferguson. Todos ellos, desde posiciones diversas, coinciden
en reconocer la relevancia del hecho religioso.
El sociólogo y ensayista estadounidense propone una
explicación: “Estamos saliendo de la adolescencia intelectual de Occidente”.
Según él, tras un largo periodo de confianza ciega en la razón y en el
empirismo, las sociedades occidentales comienzan a redescubrir la sabiduría
contenida en la fe y en la tradición.
De la Ilustración al cientificismo
Murray recuerda que, antes de la Ilustración, la excelencia
artística y filosófica se definía por los ideales de la Verdad, la Belleza y el
Bien. Basta mirar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina para
entender cómo la búsqueda de lo trascendente impregnaba el arte y la cultura.
Sin embargo, a partir del siglo XVII, la razón
ilustrada asestó una serie de golpes decisivos al Dios de la Biblia
judeocristiana. “Comenzaron con el universo de relojería de Newton y
concluyeron con la evolución darwiniana, la psicología freudiana y la
relatividad de Einstein”, escribe Murray.
El pensamiento ilustrado trajo consigo un progreso
indudable, pero también —añade— “una visión estrecha”, al entronizar la razón y
la evidencia empírica como únicos marcos legítimos del conocimiento. Hacia
finales del siglo XIX, el “cientificismo”, como lo denominó William James,
había adoptado rasgos propios de una religión dogmática, excluyendo del
debate intelectual cualquier exploración de lo sobrenatural.
Murray recuerda que, cuando llegó a Harvard en 1961,
“ninguno de mis profesores era religioso, ni tenía amigos que lo fueran. Cuando
surgía el tema de la religión, se trataba con desdén o con humor. No gasté
energía en rechazarla; simplemente la ignoré”.
El descubrimiento personal y cultural de lo
trascendente
Décadas después, su visión cambió. La fe de su esposa,
comprometida con el cuaquerismo, le llevó a reflexionar sobre su indiferencia
espiritual. Al investigar para su obra Human Accomplishment, donde
analizaba los grandes logros de la humanidad en literatura, música y artes
visuales, descubrió una conexión profunda entre los grandes creadores y
una cosmovisión trascendente.
“Me pareció obvio que la calidad de los logros artísticos
decayó en el siglo XX”, afirma. “La cultura popular era vibrante, pero la alta
cultura se volvió estéril, infantil o fea. Las novelas ‘serias’ carecían de
vida. Puede que yo sea un filisteo, pero también es posible que la
secularización haya desplazado los ideales clásicos que impulsaron la alta
cultura durante siglos”.
Para Murray, cuando la religión deja de ofrecer un
marco de referencia para pensar en lo trascendente, los artistas
terminan girando en torno a sus propias preferencias personales, que a menudo
son “egocéntricas y banales”. Frente a ese vacío, las figuras de la tradición
—como Johann Sebastián Bach— emergen como testimonio de una verdad más profunda.
“Su música demuestra, por sí misma, que su visión del universo debe tomarse en
serio”, escribe.
Del escepticismo a la madurez intelectual
A juicio de Murray, el resurgir de la religión entre
intelectuales contemporáneos no es un retroceso, sino un signo de madurez.
“Hijos de la Ilustración, nos hemos visto como más racionales que las
generaciones anteriores y, en el proceso, nos hemos aislado de la sabiduría
acumulada de la humanidad sobre temas que no se prestan a la razón pura y al
empirismo. Eso fue un error”, sostiene.
Su diagnóstico es claro: la cultura occidental ha
vivido una larga adolescencia intelectual, marcada por la negación de sus
raíces espirituales. Pero, como sucede en la madurez, comienza ahora a
reconocer el valor de aquello que había despreciado.
“Un síntoma común de la adolescencia es decidir que tus
padres están equivocados en todo. Un síntoma común de la edad adulta es darte
cuenta de que tus padres eran más inteligentes de lo que pensabas”, concluye
Murray. “Quizás estemos empezando a crecer”.
Fuente: ReligiónConfidencial
