En ocasiones creemos que los pecados son solo faltas muy notorias y pasamos por alto las situaciones cotidianas que también deberíamos confesar al sacerdote
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Es necesario
aprender a pedir perdón por nuestros pecados. ¿Cuándo fue la
última vez que preparamos bien una confesión? Siempre nos falta tiempo. ¡Cuántas personas
dicen al sacerdote al comenzar a confesarse: "Lo siento mucho, no me ha
dado tiempo a preparar bien la confesión"! Sí, es muy común.
Queremos confesarnos, limpiarnos para volver a comenzar. Nos pesa el alma y su
piel se ha endurecido. En esos momentos comprendemos que necesitamos
confesarnos.
Reconocer
los pecados
Pero es verdad
que otras veces nos parece que no hacemos nada malo. Que somos generosos,
buenos y que no cometemos ninguno de los grandes pecados señalados por la
Iglesia.
El confesor necesita materia para poder absolver y la materia son los pecados. Pero a veces, es
increíble, hay que hacer malabarismos para encontrar algún pecado: "Eso
no, eso tampoco, no, eso no lo hago". Y no hay materia, faltan los
pecados. Parece que solo hay buenas obras.
Hay pecados que desconocemos, hay sentimientos que casi no percibimos o nos
hemos acostumbrado a ellos. Nos habituamos a hacer ciertas cosas y pasan a ser
parte de nuestra rutina, no le damos importancia.
Reflexionar
con calma
No hacemos
silencio suficiente para reflexionar sobre nuestra vida, para pensar en nuestro
pecado más habitual. Y así, en la superficie, no sabemos dónde tenemos que
mejorar.
Engañamos, excluimos, hacemos acepción de personas, descuidamos, olvidamos,
desoímos, negamos, ofendemos sin saberlo, despreciamos sin darnos cuenta.
Seguramente somos enemigos de alguien y no lo sabemos. Habrá una herida con
nuestro nombre en algún corazón pero pensamos que no es nuestra.
Puede ser que sí que lo sepamos. Lo hicimos, herimos, fallamos y luego lo
olvidamos. A veces herimos sin darnos cuenta. Pecamos con nuestras palabras,
gestos u omisiones. Porque cuando omitimos en el amor también
herimos.
Pedir perdón
¡Pero cuánto
nos cuesta pedir perdón! ¿Es de nuevo el orgullo, el amor propio? ¿El deseo de
hacerlo todo bien y no fallar nunca? Tenemos que aprender a pedirle perdón
a Dios, pero también, es fundamental, a los hombres.
Nos cuesta mucho pedir perdón por las cosas que hacemos mal. Puede ser que
actuemos siempre así y nos acostumbramos. Hacemos las cosas mal y luego nos
justificamos. Echamos la culpa a las circunstancias, a los otros, al mundo.
Buscamos otros culpables que nos eximan a nosotros de la culpa. Ponemos cara de
inocentes.
Uno acaba haciendo lo que ve. Vemos en todas partes la actitud de tirar la
piedra y esconder la mano; en el deporte, en la política, en el mundo de la
empresa. Acabamos haciendo lo que vemos. Actuamos y ponemos cara de inocentes.
No
justificar el daño
Pero la verdad
es que hicimos daño. No importa que otros también lo hagan, o que se lo
merezcan, o que tengamos razón. Eso no importa. El mal nunca se puede
justificar.
La Iglesia, en el año 2000, de la mano de Juan Pablo II, miró su historia, una historia de santos y
pecadores, y pidió perdón públicamente. Posteriormente volvió a pedir perdón Benedicto XVI por los casos de pederastia, como
también lo hizo el Papa Francisco durante su visita a Bélgica en septiembre de 2024.
Son gestos de
humildad, sinceros y arrepentidos. Es cierto que los santos también son
pecadores, por eso no estamos exentos de aspirar a lo más alto.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente: Aleteia