Si el cristiano tiene esperanza y el optimista tiene un comportamiento positivo, ¿acaso no se trata de lo mismo? la diferencia estriba en el fin que persiguen
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Vivir el presente con esperanza/Shutterstock |
Tener esperanza
y ser positivo son dos actitudes que los seres humanos manifiestan ante las
vicisitudes de la vida. Por supuesto, las dos tienen semejanzas y es muy
saludable ejercerlas, pero persiguen un fin distinto. Veamos la diferencia.
Optimismo y
positividad
Estos términos
fueron acuñados en los últimos años por la exitosa difusión los libros de
superación personal. Y quizá se debe a que también ha incrementado el número de
personas que sufren enfermedades como la ansiedad y el estrés extremo.
Y si a esas
situaciones les sumamos los problemas de la vida moderna, la ruptura de la
familia y el aumento de la violencia, descubrimos que, sin duda, se requiere de
grandes dosis de optimismo y positividad.
Pero, veamos
qué dice el diccionario
de la lengua española sobre estas actitudes:
Optimismo:
Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable.
Positividad:
cualidad de positivo. Positivo:
adj. Dicho de una persona: Optimista, inclinada a ver el aspecto favorable de las cosas.
Como podemos
ver, ambas palabras son sinónimos. Y si lo aplicamos a una situación real,
podemos entender que cuando hay problemas, la persona puede optar por buscarle
el lado bueno a lo malo. Muy loable, ciertamente. Entonces, ¿en qué se
diferencia de la persona que tiene esperanza?
Una virtud
bautismal
Para el
cristiano, la esperanza es una virtud teologal que Dios le infundió desde su
bautismo. Desde ahí comprendemos que no tiene mucha sentido compararla con ser
positivo.
El Catecismo de
la Iglesia católica la define de este modo:
La esperanza es
la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida
eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia
del Espíritu Santo (CEC 1817) .
Tener esperanza
significa saber que los problemas de la vida son nada en comparación con lo que
alcanzaremos en el cielo. Es vivir como Abraham, quien siempre creyó en las
promesas de Dios y que “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho
padre de muchas naciones” (Rm 4,
18).
Por eso, ser
positivo es una actitud de bienestar pasajero que se olvidará en cuanto se
solucione la dificultad, pero tener esperanza significa centrar nuestra alma y
corazón en la felicidad que alcanzaremos al final de la vida, si confiamos en
las promesas de Dios.
Y como afirma
el Catecismo:
En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta
el fin” y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las
obras buenas realizadas con la gracia de Cristo (CEC 1821).
Así es que,
vivamos con firme esperanza.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia