No tenía prisa. «Sentías que te escuchaba con todo su ser», cuenta Laura. «No solo las palabras: escuchaba lo que llevabas dentro»
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Imagen de grupo del encuentro. Foto cedida por la parroquia |
«¿Esto está
pasando de verdad?». La pregunta flotaba entre las miradas, las sonrisas
contenidas, el temblor de las manos. 14 jóvenes madrileños, de la parroquia
Nuestra Señora de la Asunción (Colmenar Viejo), vivieron durante el Jubileo
2025 un encuentro inesperado y profundamente transformador: 40 minutos de
conversación privada con el Papa León XIV en el patio de San Dámaso.
La cita no
tenía cartel ni megafonía. Solo un aviso a media voz: «Nos vemos a las cinco de
la tarde en la plaza». Sin escoltas, sin cámaras, sin multitudes. El Papa les
esperaba como quien recibe en casa a sus invitados más queridos. Cuando
apareció, los jóvenes no sabían si sentarse, llorar o reír. «No me lo
creía hasta que me miró a los ojos», confiesa Pilar.
Lo que siguió
no fue una lección, sino una conversación. Preguntas sinceras, respuestas
directas. Vocación, fe, injusticia, decisiones, miedo. «No nos habló
desde un estrado», dice Guillermo. «Nos hablaba como si nos conociera de
siempre».
Lo que más
impactó a los jóvenes no fue lo que el Papa dijo, sino cómo lo dijo. Cada
respuesta estaba cargada de ejemplos, de pausas, de humanidad. Se detenía,
volvía sobre una frase, reformulaba. No tenía prisa. «Sentías que te
escuchaba con todo su ser», cuenta Laura. «No solo las palabras: escuchaba lo
que llevabas dentro». En un momento, un ruido distrajo al Pontífice;
este pidió disculpas y continuo con la escucha atenta. «Fue un gesto pequeño,
pero nos dejó sin palabras».
Le
cantaron No tengo miedo, canción popular en los retiros de Effetá,
y por un instante, la solemnidad dio paso al ritmo, a las risas, al aplauso.
León respondió con ternura, cercanía y cariño
Después, entre
bromas y abrazos, intercambiaron regalos. Él les ofreció su bendición, un
rosario y unas galletas. Ellos, una medalla de la patrona de su parroquia, una
figura peruana, un decenario realizado con sus propias manos. Cuando terminó,
algunos lloraron. Otros guardaron silencio. Pero todos, sin excepción, salieron
distintos. «Nos tocó el corazón», resumen «y ahora tenemos que hacer
que eso se note».
Fray Alfonso Dávila
Fuente: Alfa y Omega