La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía», advirtió en la JMJ de 2005
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Benedicto XVI, mirando al cielo |
A lo largo de
los años, diversos Pontífices han reflexionado sobre la verdadera
alegría, un don que no está reservado a unos pocos, sino que constituye un
anuncio profético dirigido a toda la humanidad.
Entre
ellos, Benedicto XVI destacó especialmente por su sensibilidad
ante la ausencia de dicha alegría en muchos corazones, señalando que cada vez
hay más personas «huérfanas de la auténtica alegría».
Esta carencia,
tan visible en la actualidad, se agrava en una sociedad que promueve el
desarraigo, la inmediatez y la satisfacción momentánea, condenando a muchos
jóvenes a vivir sin fundamentos sólidos, saltando de una
experiencia a otra en busca de un sentido que nunca llega.
Frente a
este vacío existencial que afecta profundamente a las nuevas
generaciones, Benedicto XVI propuso una cura concreta. En 2011 se dirigió a los
jóvenes para ofrecerles una respuesta clara: «Queridos amigos, os animo a
fortalecer vuestra fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois
el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribió el apóstol Pablo a los
cristianos de Colosas, es vital tener raíces, unos cimientos sólidos. Esto
es especialmente cierto hoy en día. Muchas personas no tienen puntos de
referencia estables sobre los que construir su vida, y por eso acaban
profundamente inseguras», advertía.
Para ello, el
Papa emérito recordó también las palabras del profeta Jeremías, donde se
describe la dicha de aquellos que confían en el Señor: «Dichosos
los que confían en el Señor», porque ellos «serán como un árbol plantado junto
al agua, que echa sus raíces junto a la corriente. No temerán cuando llegue el
calor, y sus hojas permanecerán verdes; en el año de sequía no se inquiera,
y no deja de dar fruto».
En esta misma
línea, Benedicto XVI afirmaba que la solución al dolor causado por una vida
orientada únicamente al placer efímero es precisamente echar raíces en
Dios: «De él sacamos nuestra vida. Sin él, no podemos vivir de
verdad», insistía, animando a los jóvenes a «construir su propia casa sobre
roca».
Ya en su
ensayo La Fiesta de la Fe, escrito en 1999, el entonces cardenal
Ratzinger subrayaba que «la fuerza con la que la verdad se impone tiene que ser
la alegría, que es su expresión más clara. La unidad no se consigue mediante la
polémica ni tampoco mediante teorías académicas, sino con la irradiación
de la alegría pascual (…) y en ella los cristianos deberían darse a conocer al
mundo».
Este mensaje se
cristalizó de manera especialmente poderosa durante la Jornada Mundial
de la Juventud de 2005, celebrada en Colonia. Allí, ante miles de jóvenes
reunidos de todo el mundo, el Papa Benedicto XVI les reveló con claridad el
centro de su búsqueda de sentido: «la felicidad que buscáis, la felicidad que
tenéis derecho de saborear tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de
Nazaret, oculto en la Eucaristía».
Sarah Durwin
Fuente: El Debate