¿La predicación de hoy provoca o adormece? ¿Incomoda o regala los oídos? ¿Es espada de doble filo o se trata de un discursito amable y almibarado? ¿Busca el aplauso del mundo o el de Dios?
Jesús predicando en la sinagoga |
Me quedé
sorprendido al escuchar la primera lectura de la festividad del apóstol Santiago del
pasado vienes. Ellos, al oírles, se consumían de rabia y trataban de
matarlos, nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. No se trataba
de un pasaje nuevo para mí, pero aquel día me resonó especialmente. Los
miembros del Sanedrín escucharon a los discípulos de Cristo predicar con
mucho valor, y eso les reconcomía por dentro. Los apóstoles se
limitaron a anunciar a Cristo, su Resurrección y cómo había transformado
sus vidas. No buscaban provocar a los miembros del Sanedrín ni prepararon ni
impostaron su mensaje para meterles el dedo en la llaga;
sencillamente, los fariseos rabiaron porque se vieron desnudados y retratados
por las palabras de los apóstoles.
Inmediatamente
me asaltó una pregunta: la predicación de hoy, ¿provoca a los poderosos, a los
guardianes de la ley, a los que pueden decidir sobre nuestro futuro? ¿No será
que, más bien, provoca bostezos e indiferencia? De nuevo, no se
trata de buscar provocar al otro; sencillamente, el mensaje de
Cristo es, en sí mismo, absolutamente demoledor. No hay necesidad
de impostarlo o aderezarlo. Basta con proclamarlo, y la provocación está
asegurada.
De nuevo, la
pregunta: ¿la predicación de hoy provoca o adormece? ¿Incomoda o regala los
oídos? ¿Es espada de doble filo o se trata de un discursito amable y
almibarado? ¿Busca el aplauso del mundo o el de Dios?
De todo hay,
evidentemente, pero me atrevería decir que sobreabundan las homilías
dulzonas, plagadas de ideas vagas y buenistas, pronunciadas más
al dictado de lo políticamente correcto que de las enseñanzas del Evangelio.
Pasó, precisamente, con algunas predicaciones del día de Santiago: habrían
sonado igual en labios de cualquier alcalde de pueblo, que en un certamen de
belleza, que en boca de algunos prelados. ¿Cuántas veces una homilía es noticia
porque ha removido, porque ha escocido, porque ha cuestionado, porque
ha incomodado? Y, las pocas veces que esto ocurre, ¡cuántos huyen y se
esconden! ¿Se predica, entonces, el Evangelio, o se está predicando un
sucedáneo aguado e insípido?
Curiosamente,
esas homilías suelen coincidir con los discursos buenistas e insustanciales de
la izquierda, más asequibles para todos los estómagos porque son de
fácil deglución. La verdad, en ellos, queda opacada por los argumentos
biensonantes, ambiguos, sin matices, sin profundidad y, por tanto, sin verdad
El texto de
Hechos añade que trataban de matarlos. Hoy no se pasa a nadie a
cuchillo, como ocurrió con Santiago, pero se trata de acallar a los que
proponen el Evangelio con el ataque de algunos medios de comunicación, el
escarnio público, la burla, la cancelación, los memes,
el ostracismo. Qué solos se quedan los –¿pocos?– obispos y sacerdotes que
predican la verdad del Evangelio. Cuánto complejo hay con tender
puentes, suavizar el tono, adoptar una voz aflautada, mostrar una sonrisita
complaciente, evitar la confrontación a toda costa –como si ésta fuese siempre
contraria al Evangelio– y con buscar compulsivamente la aceptación del mundo.
Qué pavor a ser cuestionado, contestado, relegado. Cuántos se encuentran
plegados y sumisos a la dictadura de lo políticamente correcto.
Quizás por eso la Iglesia tan pocas veces es noticia, porque no provoca.
En una
entrevista que publicamos en El Debate con
monseñor Munilla, el obispo de Orihuela-Alicante –experto en esto de
que le miren con lupa en cada una de sus intervenciones por hablar desde el
Evangelio– señalaba que «un síntoma de que podemos estar cayendo en un ámbito
de secularización, donde se esté buscando únicamente el aplauso del
mundo, es limitar o cercenar la predicación de la Iglesia a ciertos campos
en los que es más fácil buscar un consenso social y dejar en
silencio otros aspectos en los que sabemos que la cosmovisión cristiana es
muy contraria». «Es mucho más fácil, por ejemplo, tener un discurso
ecológico o sobre la inmigración que hablar de otros problemas como
son las heridas antropológicas, o el influjo del lobby LGTB, o el pensamiento
cristiano sobre el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, o en lo
que verdaderamente pensamos de por qué la homosexualidad no forma parte
del designio de Dios al crear al hombre», constataba monseñor Munilla.
Pienso que el
infierno será especialmente duro para esas almas pusilánimes que devalúan
el mensaje, confundiendo a muchos con su tono plañidero y melifluo.
La Iglesia no
está para «hacer un mundo mejor». Eso es una adormidera. La Iglesia
está para predicar el Evangelio de la salvación, y eso hará del mundo el mejor
de los posibles, sabiendo que este mundo es temporal, y que solo es una
lanzadera para llegar a la otra vida, la única verdadera.
Álex Navajas
Fuente: El Debate