La larga línea de sucesores, que se extiende a lo largo de la historia, es testigo mudo de una promesa hecha a orillas de Galilea: que la muerte no prevalecerá
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Antoine Mekary / ALETEIA |
En la Basílica
de San Pablo Extramuros de Roma, la esperada llegada del mosaico del Papa León XIV despierta una nueva fascinación y,
para algunos, viejas supersticiones. Mientras los artesanos preparan el
medallón dorado para que se una a la larga lista de mosaicos papales sobre la
nave, reaparece una pregunta familiar: ¿Qué pasará cuando no haya más sitio
para nuevos retratos?
La tradición de
exponer retratos de todos los Papas, empezando por san Pedro, se remonta al
siglo V, bajo el Papa León I.
Estos
medallones -llamados tondi- rodean el interior de la iglesia como
una historia visual de la sucesión apostólica. Pero la secuencia también
alimenta una curiosa leyenda: cuando se llenen todos los espacios vacíos, se
acabará el mundo.
La leyenda no
es una enseñanza oficial de la Iglesia, ni mucho menos. Pero ha circulado
durante décadas, si no siglos, llamando la atención cada vez que se elige un
nuevo Papa. Cobró fuerza tras el incendio de 1823 que destruyó gran parte de la
basílica y las imágenes.
Cuando el Papa
León XII inició su reconstrucción, la nueva serie de retratos en mosaico era
limitada en número. Desde entonces, cada nuevo medallón ha acercado a la
iglesia al "final" percibido.
¿Un límite?
Con León XIV,
el Papa número 267, la basílica se acerca un poco más a su límite
arquitectónico (aunque, como se sorprenderán los turistas que hayan oído la
leyenda, aún quedan decenas de plazas libres).
Algunos
visitantes siguen preguntándose en voz baja: ¿al final no habrá más sitio? ¿Y
si no lo hay?
La Iglesia no
avala las interpretaciones apocalípticas de los mosaicos. De hecho, el
Catecismo de la Iglesia Católica recuerda a los fieles que el fin de los
tiempos "permanece oculto a todos" (CIC 1040).
Ya en los
Evangelios, Jesús advirtió que no se debía intentar calcular el día o la hora (Mc 13, 32). La enseñanza católica se centra en la
preparación, la esperanza y la confianza, no en el miedo.
Y sí, hay
espacio de sobra para muchos más mosaicos.
Pero la
leyenda tiene algo de leyenda
Aun así, la
superstición tiene un peso poético. Invita a meditar sobre el misterio del
tiempo, la mortalidad y la providencia divina, preocupaciones
profundamente humanas y universalmente compartidas.
Los mosaicos no
son meramente decorativos; son una especie de teología visual. Cada retrato da
testimonio de un hombre elegido para llevar la carga y la bendición del papel
de Pedro, en un mundo en constante cambio.
Y el mundo ha
cambiado: de los emperadores a la luz eléctrica, de los mártires a los medios
de comunicación modernos, la tradición del mosaico ha perdurado. Incluso
después de incendios, guerras y reformas, la Iglesia continúa, mosaico a
mosaico, pontificado a pontificado.
Por el momento,
el nicho destinado a la imagen de León XIV permanece vacío, aunque un suave
foco brilla ahora donde pronto aparecerá su rostro. El retraso es normal. El
mosaico del Papa Francisco se instaló casi nueve meses después de su elección
en 2013. El Estudio de Mosaicos del Vaticano, una institución centenaria detrás
de muchas de las obras de arte sacro de Roma, está preparando cuidadosamente la
pieza.
Cuando se
inaugure, no será un signo del fin, sino de continuidad. La fe no teme al
futuro: avanza a través de él.
El verdadero
mensaje de San Pablo Extramuros no es la fatalidad, sino la esperanza: la larga
línea de sucesores, que se extiende a lo largo de la historia, da testimonio
silencioso de una promesa hecha a orillas de Galilea: que las puertas de la
muerte no prevalecerán.
Daniel Esparza
Fuente: Aleteia