Muchos lo vimos: el papa Juan Pablo II descendía de un avión y se arrodillaba para besar la tierra del país que visitaba por primera vez, ¿por qué lo hacía?
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Recordar al
Papa Juan Pablo II, hoy santo y muy amado por generaciones enteras, resulta
reconfortante y satisfactorio, porque cada gesto, cada palabra dicha con
energía, era una enseñanza para el pueblo de Dios. Por eso, resulta muy
interesante saber por qué besaba la tierra de un país cuando lo visitaba por
primera vez.
Una antigua
historia
La
autobiografía de Karol Józef Wojtyla, Don y Misterio, escrita por el mismo san Juan Pablo
II en 1996, contiene detalles que nadie mejor que él podría habernos contado.
Cada recuerdo con que enriquece sus relatos nos dejan reconocer el alma de
artista de un joven que decidió renunciar a sus talentos para entregarse a
Dios.
En este valioso
escrito, el Santo Padre recuerda una anécdota: él era un joven sacerdote que
acababa de volver de Roma. Había sido enviado por su obispo para estudiar dos
años la Teología. Ahora se le encomendaba su primera parroquia:
Apenas llegado
a Cracovia, encontré en la Curia Metropolitana el primer "destino'', la
llamada "aplikata". El arzobispo estaba entonces en Roma,
pero me había dejado por escrito su decisión. Acepté el cargo con alegría. Me
informé enseguida de cómo llegar a Niegowic y me preocupé por estar allí el día
señalado.
Un largo
trayecto
San Juan Pablo
II continúa describiendo cómo fue el trayecto hasta llegar a su destino, un
lugar alejado y enclavado en el campo:
Fui desde
Cracovia a Gdow en autobús, desde allí un campesino me llevó en carreta a la
campiña de Marszowice y después me aconsejó caminar a pie por un atajo a través
de los campos. Divisaba a lo lejos la iglesia de Niegowic. Era el tiempo de la
cosecha. Caminaba entre los campos de trigo con las mieses en parte ya
cosechadas, en parte aún ondeando al viento.
Besar la
tierra
Al llegar a su
destino, imitó un gesto aprendido de otro gran santo:
Cuando llegué
finalmente al territorio de la parroquia de
Niegowic, me arrodillé y besé la tierra. Había aprendido este gesto de San
Juan María Vianney. En la iglesia me detuve ante el Santísimo Sacramento;
después me presenté al párroco, Mons. Kazimierz Buzala, arcipreste de
Niepolomice y párroco de Niegowic, quien me acogió muy cordialmente y después
de un breve coloquio me mostró la habitación del vicario.
Este fue el
sello del Santo Padre cada vez que llegaba por vez primera a algún país, en
recuerdo de su primera parroquia, y, sobre todo, a imitación del gran Santo
Cura de Ars, que de ese modo inauguraba su ministerio pastoral en algún sitio
designado por Dios.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia