Nunca habían estado tan asustados
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El franciscano mexicano Agustín Pelayo bendice los hogares de Jaffa |
La fiesta del
Corpus Christi no se pudo celebrar en Tierra Santa. La amenaza iraní obligó a
todos a resguardarse en sus casas. Solo quedaba una opción: bendecir a los
feligreses desde la azotea de la iglesia, rescatando un antiguo gesto que ya
hizo Santa Clara
El franciscano
se reviste pausadamente con su roquete y el paño de hombros; se dirige al
sagrario, extrae el viril con el Santísimo y lo introduce en la custodia;
después sube unas escaleras y llega a la azotea del convento de San
Antonio. Desde allí contempla los tejados de las casas del distrito de
Jaffa, en Tel Aviv. Bajo ellos se resguardan miles de vecinos temblorosos y
atemorizados. Pocos minutos atrás silbaban en el aire misiles iraníes que
eran interceptados por proyectiles israelíes. La tecnología hebrea suele
funcionar, pero nunca se sabe. El franciscano eleva la custodia y
bendice todo cuanto tiene a la vista. En las casas habitan cristianos
–pocos–, musulmanes, judíos, descreídos, ateos. A todos ellos alcanza la
bendición del franciscano.
La imagen la
tomó otro religioso el pasado domingo, día del Corpus Christi, mientras el
sacerdote mexicano Agustín Pelayo, párroco de la comunidad católica
de Jaffa en Tel Aviv, bendecía a sus feligreses. Éstos son en su mayoría árabes
israelíes y familias de trabajadores provenientes de la India, Filipinas e
Hispanoamérica. No pueden acudir a la iglesia a orar, así que el franciscano
trata de acercarles la Eucaristía a sus casas. «Les hemos pedido que rezaran
desde casa y salieran solo para ir a la iglesia a confesarse y
comulgar en privado, con cita previa. No se permiten celebraciones ni
iniciativas grupales porque no podemos garantizar la seguridad», ha
explicado el padre Pelayo a la agencia italiana SIR.
«El 13 de junio
debíamos celebrar la festividad de San Antonio, pero
lamentablemente no fue posible debido al estallido de la guerra con Irán.
Cuando todavía era seguro, celebramos con la asistencia de algunos de nuestros
fieles, pero el jueves pasado el bombardeo se intensificó. La onda
expansiva de los misiles también impactó nuestro convento, causando daños
menores. Lo mismo ocurrió con algunas casas de nuestros fieles y de otras
denominaciones cristianas. El verdadero milagro fue que no
hubo heridos ni víctimas. San Antonio nos protegió», reconoce aliviado el
franciscano.
Nunca habían
estado tan asustados
Esta semana,
las cosas no han ido a mejor. El lunes, «con el otro hermano que está aquí en
la comunidad, estábamos a punto de celebrar misa. Oímos el rugido y el
estruendo del intenso bombardeo. Bajamos al sótano, debajo de la
iglesia, para refugiarnos. Nuestros fieles tienen miedo. Todos
vimos la metralla caer muy cerca, incluso a menos de un kilómetro de la
iglesia. Nunca los había visto tan asustados en esta guerra
que comenzó el 7 de octubre de 2023», rememora con dolor el sacerdote mexicano.
«Los misiles
que vienen de Irán son muy diferentes a los que se lanzan desde Líbano y
Yemen. Son mucho más potentes», explica el franciscano, que ya ha
aprendido a distinguir unos de otros. Solo los edificios y casas de nueva
construcción cuentan con búnkeres subterráneos y «habitaciones seguras»
(habitaciones con paredes y puertas reforzadas). Las casas antiguas no las
tienen. «Así que, para muchos de nuestros fieles, el único y verdadero
refugio es Dios», explica.
Bendiciones,
y no misiles
En la solemnidad
del Corpus Christi, «envié un mensaje en el chat parroquial invitando a la
comunidad a quedarse en casa y, al mediodía, al son de las campanas, encender
una vela y arrodillarse para recibir la bendición eucarística extendida
a toda la ciudad, para proteger a la población y pedir la paz». «Para que
del cielo no caigan misiles, sino bendiciones», apostilla el religioso.
La bendición se
impartió desde la terraza parroquial con vistas a la ciudad. «Un gesto
inspirado en Santa Clara», afirma el padre Agustín, quien explica
que, a la santa, a menudo se la representa con la custodia en la mano, en
memoria del milagro con el que salvó Asís de la destrucción de los mercenarios
árabes de Federico II. «Ayudó a calmar la preocupación que tenemos
en nuestros corazones», asegura el sacerdote.
Álex Navajas
Fuente: El
Debate