La enfermedad del Santo Padre marcó los ejercicios espirituales que el nuevo predicador de la Casa Pontificia pronunció esta Cuaresma al mismo Francisco y a la Curia
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Foto cedida por Roberto Pasolini |
Hace dos
semanas predicó los ejercicios espirituales al Santo Padre y a la Curia. Empezó
aludiendo a la enfermedad del Papa.
Inevitablemente este tiempo ha estado marcado por su fragilidad; una fragilidad
que, sin embargo —como tuve ocasión de decir—, no es un mal en sentido
espiritual. Es parte del misterio de la encarnación. En lugar de preparar un
comentario sobre la situación, traté de dejarme alcanzar por el
Evangelio, que nos dice que precisamente cuando el cuerpo se debilita, el
Espíritu puede volverse más claro. Sentí la necesidad de insistir en la lógica
pascual de la fe: que lo que parece una pérdida pueda convertirse en un
lugar de revelación.
Su silencio, en
cierto sentido, fue la respuesta más elocuente: una presencia orante, que nos
sostuvo incluso en nuestra debilidad. Y quizás esta sea una de las lecciones
más importantes de estos días: que el corazón de la Iglesia no está solo en el
hacer, sino en el ser y en el ofrecer. Incluso el límite, incluso el dolor. Y
el Papa nos lo enseña, una vez más, con su vida.
Era su
primera Cuaresma como predicador y ha sido muy significada. ¿Cuál ha sido su
experiencia interior?
Personalmente he vivido estas semanas con un sentido más profundo de intimidad
con el Señor. Como si a todos se nos pidiera pasar del hacer al
quedarse. De la acción a la intercesión. Sentí una llamada a llevar, en la
oración, el rostro cansado pero luminoso de nuestro Papa y, con él, el de toda
la Iglesia.
¿Y los
miembros de la Curia?
Cada persona vive la escucha de la Palabra a su manera y los sentimientos no
siempre se expresan de forma explícita. Pero puedo decir que se percibió un
ambiente de escucha atenta y de gran concentración. Algunos han compartido en
silencio algunos pensamientos, preguntas y agradecimientos. No se trata tanto
de «qué sucederá», sino de «qué se nos pide ahora». Y eso es una buena señal.
Los ejercicios espirituales no eran un refugio de la realidad, sino una manera
de atravesarla con fe. Vi ojos atentos, corazones conmovidos. No tanto y no
solo por mis palabras, sino por la Palabra de Dios que resonó entre nosotros.
¿Cómo
recibió en noviembre el encargo de predicar al Papa y a la Curia?
Con la emoción de saber que estaba heredando la historia y la tradición
de la Iglesia, a la vez que el compromiso de nuestra orden. Este cargo ha
sido asignado a los capuchinos durante los últimos 300 años. El Papa me
recibió en audiencia privada y fue un momento muy bonito. Pude exponerle
todas mis dudas y temores, pero me reconfortó como un padre y me instó a asumir
esta tarea siendo yo mismo, sin compararme con quienes me precedieron. Aunque
el legado de [Raniero] Cantalamessa como predicador durante 44 años me
acompaña.
¿Es difícil
conseguir que las meditaciones lleguen al corazón de personas de contextos tan
diferentes como las que trabajan en el Vaticano?
Me bautizaron el día de la Epifanía y eso es algo que ha dado sentido a mis
estudios bíblicos y teológicos. Es la fiesta de la inclusión. Siento esta
vocación de llevar el anuncio de Dios a los que parecen estar más lejos que los
que están cerca. Quizá también porque mi historia de fe está llena de
altibajos. Cuando era joven me alejé durante un tiempo de la experiencia
cristiana, para después volver con gran alegría. Conozco a muchas personas que
se han separado de la Iglesia porque han escuchado el mensaje del Evangelio
explicado de manera incomprensible. Creo que hay muchas personas de buena
voluntad que no rechazan realmente a Dios y su propuesta de amistad y amor,
sino que simplemente no la han escuchado de un modo adecuado.
Antes de
descubrir su vocación religiosa fue informático. ¿Ha influido su formación
tecnológica en su comprensión de la Escritura?
Me especialicé en inteligencia artificial porque me fascinan las lenguas y
quería estudiar modelos o patrones con los que lograr comprenderlas todas. Así
apliqué la pragmática, que es una rama de la filosofía del lenguaje, a la
Biblia. En lugar de preguntarme qué quería decir una frase, me cuestionaba cuál
era el efecto que provocaba. Muchas páginas de la Biblia necesitan ser
exploradas desde este punto de vista, porque la Biblia es un texto que pretende
inspirar la fe. En demasiadas ocasiones, nos situamos ante ella con una actitud
puramente científica para encontrar el significado exacto, cuando lo más
importante es qué me pasa a mí cuando lo leo.
¿Puede poner
un ejemplo?
El Evangelio de Marcos acaba —aunque después se agregaron
otros doce versículos— con el anuncio de la Resurrección de Jesús a las mujeres
y con ellas que huyen asustadas y desobedecen el mandato de proclamar el
Evangelio. Un enfoque pragmático nos da la solución. La conclusión a la que he
llegado es que Marcos termina su Evangelio con un fracaso de la comunidad,
porque está tratando de escribir por primera vez cómo Dios salvó al mundo
fracasando en la cruz. De ahí que termine ese anuncio de manera sorprendente;
para que no se acabase normalizando esta gran noticia. Algo, que, por cierto,
finalmente ha pasado. Hemos convertido la historia de Jesús en una especie de
cuento de Disney, que carece de ese efecto de miedo y de sorpresa que debería
suscitar la noticia de que Dios ha resucitado.
María Martínez
López y Victoria I. Cardiel
Fuente: Alfa y Omega