Javier Sartorius Milans del Bosch era un joven extrovertido, de una familia de la alta sociedad madrileña y una promesa del tenis. Sin embargo, lo dejó todo para seguir a Jesucristo y entregarse a la vida contemplativa
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Javier Sartorius con niñas de Cuzco, Perú | Crédito: Cortesía de Rosa Muguiro |
Con los ojos
vidriosos, Fernando Sartorius desempolva con detalle los recuerdos y aventuras
que vivió junto a su inseparable hermano Javier, quien murió en paz en 2006 a
los 45 años después de cargar con la cruz de la enfermedad. Su ejemplo de vida,
tras una juventud un tanto desenfrenada, dejó una huella en todos los que le
conocieron y ahora está en proceso de beatificación.
Jóvenes
promesas
El destino de
este joven español parecía estar escrito: educado en un exclusivo colegio
jesuita de Madrid y rodeado de lujos entre clubes sociales y veraneos en
Marbella y Zarautz, en la provincia vasca de Guipúzcoa. “Era como viajar en un
tren con paradas marcadas: estudiar una buena carrera, triunfar en los
negocios, casarnos… pero nosotros nos bajamos antes de tiempo”, cuenta Fernando
a ACI Prensa desde la capital española.
“Nuestra
adolescencia estuvo marcada por las malas notas. Somos cinco hermanos y yo con
Javier me llevaba 11 meses, por lo que éramos como un binomio. Nos echaron del
colegio y hubo mucha tensión en casa, porque mi padre le daba mucha importancia
al estudio”, comenta.
A los 14 años
los internaron en un colegio del Escorial: “Javier era un puro nervio. Me
acuerdo una vez que, en el comedor, donde teníamos que comer en silencio, lanzó
un cuchillo a un cuadro y lo rajó. Por supuesto, nos volvieron a echar a los
dos”, recuerda Fernando con cierta picardía.
De aquellos
años recuerda también las salidas nocturnas y la “baja autoestima”, perfilada
bajo la sombra de la presión y expectativas depositadas en ambos al nacer. “Un
buen día llegó mi padre y nos dio dos billetes de ida a Estados Unidos con una
beca de tenis. Me acuerdo de la fecha exacta, era el 12 de octubre de 1979.
Teníamos 17 y 18 años”.
Javier
empezó a “sentir algo”
En América,
enfatiza, “todo cambió”, y atrás quedó la niñez entre algodones. Guiados por la
ilusión ante la novedad y la inocencia juvenil, emprendieron un camino repleto
de retos y oportunidades. Estudiaron la carrera en Dallas (Texas) y más tarde
vivieron en Los Ángeles. Triunfaron en el tenis, entrenando a las estrellas de
Hollywood, e incluso se convirtieron en los mejores vendedores de aspiradoras
de Estados Unidos. “Vivíamos salvajemente, todo era una aventura”.
Debido a su
“espíritu inquieto” se sintieron atraídos por una secta, encontrando en su
líder, Paramahansa Yogananda, un gurú hinduista y precursor del yoga en
Occidente, la “figura de un padre”.
Fue entonces
cuando Javier “empezó a sentir algo”, precisa su hermano. “En los Ángeles
meditaba durante horas de madrugada. Empezó a dar de comer cada semana a los
pobres. Cuando volvía a casa, me decía que en su mirada veía santidad. Empezó a
llamarle la atención la sencillez y el desapego de aquellos que no tienen
nada”.
Fue entonces
cuando un sencillo folleto, con la imagen de unos niños pobres de Cuzco (Perú),
llamó su atención. Tras ponerse en contacto con su primo William Hartley
Sartorius, quien estaba allí de misión con los Siervos de los Pobres del Tercer
Mundo, decidió entregar un año de su vida a ayudar a los necesitados. “Y se
compró un billete de ida. Tenía 26 años, estaba en la cúspide: era guapo, tenía
fama… pero decidió hacerse un atleta del espíritu”.
“Igual
que en el pasaje de la Biblia, Javier preguntó a Jesús qué debía hacer para
entrar en el Reino de los Cielos. Él le dijo: ‘vete a tu casa, vende todo, y
sígueme’. Y Javier lo hizo. Lo dejó todo”, destaca Fernando.
“Una
conversión brutal”
El propio
Javier explicó en un testimonio difundido en la cuenta de Instagram de Mater
Mundi TV que decidió ir a Perú al darse cuenta de que solamente se había
preocupado de sí mismo: “No había dado gracias a Dios por todo lo que tenía,
vivía para mi y me había olvidado del sufrimiento de los demás (...) vi a
través de los pobres que Dios me pedía algo más”.
Javier llegó a
Perú alejado de Dios, pero pronto abrazó la fe. Su primo William, quien fue
testigo de su conversión, explicó que desde su llegada al país andino “tuvo una
afinidad con los niños pobres: tenía una habilidad para hacerles reír, para
hacer deporte y juegos con ellos’’, cuenta en un vídeo de Mater Mundi TV.
Al inicio de su
estancia, durante los ratos de oración comunitaria, Javier prefería quedarse en
su cuarto. Sin embargo, poco a poco fue acercándose al P. Giovanni Salerno,
fundador de los Siervos de los Pobres. Se leyó la Biblia de principio a fin,
“como si fuera una novela”, y la vida de muchos santos. De hecho, empapeló su
cuarto con frases que le habían impactado. Y un buen día, decidió
confesarse.
“No fue una
confesión al uso, fue como una catequesis y duró dos días, hasta que se
descargó de todos sus pecados de los últimos años”, cuenta su primo. Celebraron
una Misa en la que él se vistió de blanco. “La oveja perdida volvió a la casa
del Padre (...) Tuvo una conversión brutal y, sin saber dónde Dios le iba a
llamar, decidió empezar una nueva vida”, agregó.
Javier solía
decir que ya había vivido todo y que solamente quería entregarse a Dios, aunque
la idea de ordenarse le costaba, pues se sentía indigno de ser sacerdote debido
a su vida pasada. “No le importaba el dinero o de qué iba a vivir. Lo regaló
todo… había encontrado su camino y fue inmensamente feliz”, relata
Hartley.
Una vida
radical alejado del mundo
Tras pasar un
año en el Seminario Mayor de Toledo, se dio cuenta de que deseaba una vida más
radical y por ello decidió alejarse del mundo y dedicarse a la oración en el
Santuario de Lord, en Lérida. Allí fue descubriendo una vida nueva.
Junto a su
hermano Fernando, otra persona que lo conoció bien es su prima e íntima amiga
Rosa Muguiro. “En el momento en el que tuvo una inquietud, Javier decidió
dejarlo todo y seguir lo que sentía en su corazón. Para mí eso es lo
importante”, cuenta Rosa a ACI Prensa.
“Yo me quedé
bastante impresionada con el cambio de Javier. Tenía radicalidad, pero siempre
con inocencia, era una persona totalmente inocente, tenía ausencia de malicia y
siempre estaba de buen humor. Durante el tiempo en Lord escribió muchas cartas
que ninguno habíamos leído”, subraya su prima.
Recuerda la
ocasión en la que fue a visitarlo a Lord. “Allí, alejado del mundo, él era
feliz. El sitio estaba hecho una ruina, pero a él no le importaba, incluso
montó un gimnasio para poder entrenar. Me acuerdo que tenía hasta heridas en
las rodillas de rezar. En el Santuario, cercano a los Pirineos, hacía mucho
frío, vivían sin agua caliente y él tenía la ventana de su habitación rota.
Para nosotros era un santo”.
Sus superiores
le propusieron volver al seminario y aceptó, ya que para él la obediencia era
un camino para llegar a Dios. Esta vez ingresó en el Seminario en Barcelona,
donde dejó una gran impronta en sus compañeros.
La cruz en forma de enfermedad
En el año 2006,
poco antes de su ordenación sacerdotal, la cruz se le presentó en forma de
enfermedad, con una úlcera sangrante en el intestino. Estuvo ingresado en un
hospital de Barcelona y más tarde se trasladó al monasterio cisterciense de San
Miguel de Dueñas, en León, donde murió el 21 de junio de aquel mismo año. Tenía
45 años.
“Poco antes de
morir hablé con él y me dijo que estaba entregado a lo que Dios quisiera”,
recuerda su prima Rosa.
Su primo Willy
asegura que “nunca tuvo un reproche, ni una palabra negativa. Llevaba su
enfermedad con sencillez, paz y obediencia”.
El rector del
Seminario Mayor Interdiocesano de Cataluña de 2005 a 2018, Norbert Miracle, vio
en Javier un ejemplo de santidad, y por ello decidió abrir la causa para
reconocerlo como Siervo de Dios.
Un documental
sobre su vida, Solo Javier,
verá la luz en los próximos meses. De la mano de la productora ADAUGE y con el
respaldo de la comunidad de Lord y de la Asociación Pro Beatificación de Javier
Sartorius, se muestra la vida y experiencia espiritual de Javier.
“Su entrega, su
caridad y su ilusión por el descubrimiento de lo que Dios quería para él puede
ser un ejemplo de vida para la juventud que está perdida”, concluye su prima
Rosa.
Por Almudena Martínez-Bordiú
Fuente: ACI Prensa