Publicamos el resumen de la tercera meditación del predicador de la Casa Pontificia que está guiando los Ejercicios Espirituales Cuaresmales en el Aula Pablo VI
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El padre Roberto Pasolini se centra en el intento continuo
del hombre de cubrir sus propias debilidades, sin afrontar el vacío profundo
que lo habita. Destaca que la muerte interior no es el final porque Dios no la
ve como una derrota sino como el punto de partida para una nueva existencia.
¿Por qué nos cuesta reconocer que la vida eterna ya ha
comenzado? La Biblia sugiere que el ser humano, desde el principio, es
insensible y hostil a la acción de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento
denuncian la incapacidad del pueblo para percibir las «cosas nuevas» que Dios
realiza, mientras que el mismo Jesús, al constatar la incomprensión de sus
oyentes, habla en parábolas. No se trata de simplificar su mensaje, sino de
poner de relieve la dureza del corazón humano, cerrado a la posibilidad de una
vida plena.
Publicamos la síntesis de la segunda Meditación de los
Ejercicios Espirituales dirigida por el Predicador de la Casa Pontificia en el
Aula Pablo VI. Centrándose en el criterio de ...
El Nuevo Testamento describe esta condición con una
afirmación paradójica: ya estamos muertos, pero no nos damos cuenta. La muerte,
de hecho, no es sólo el acontecimiento final de la vida (muerte biológica),
sino también una realidad que ya experimentamos ahora, a través de una cerrazón
en nosotros mismos que nos impide percibir la vida como algo eterno que Dios
quiere darnos. El Génesis nos habla de esta pérdida de sensibilidad a través de
lo que la tradición ha definido como “pecado original”: el hombre, en lugar de
acoger la vida como don, intenta controlarla, superando el límite impuesto por
Dios. El resultado no es la autonomía prometida por la serpiente, sino un
sentimiento de vergüenza y de desconcierto.
Esta primera “muerte interior” se manifiesta en nuestro
continuo intento de cubrir nuestras fragilidades con imágenes, roles y éxitos,
sin abordar el profundo vacío que nos habita. Sin embargo, en la Biblia, Dios
no parece alarmarse por esta condición: su primera reacción es buscar al hombre
y preguntarle: “¿Dónde estás?”. (Gn 3,9). Esto indica que la muerte interior no
es el final, sino el punto desde el que puede comenzar un camino de salvación.
También en el drama de Caín y Abel surge esta lógica: Dios
no interviene para impedir el fratricidio, sino que protege a Caín de su propio
sentimiento de culpa. Esto demuestra que nuestra “primera muerte” no es un
destino ineludible, sino una oportunidad para redescubrir la vida eterna como
una realidad presente, no sólo futura. Jesús mismo nos invita a leer las
tragedias de la vida como oportunidades de conversión, no como signos de
condena (Lc 13,4-5).
Dios ve nuestra muerte interior no como una derrota, sino
como el punto de partida para una nueva existencia. El verdadero obstáculo para
la vida eterna no es la muerte biológica, sino nuestra incapacidad de reconocer
que ya estamos inmersos en una realidad que va más allá del tiempo, si sólo
elegimos vivirla con confianza y apertura a Dios.
Fuente: Vatican News