De forma habitual pensamos que una tentación es provocada por algo bueno pero que, por alguna razón, no debemos o no podemos tomar.
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Dominio público |
Aristóteles define el bien como
aquello por lo que somos atraídos. En este sentido, lo que nos impide alcanzar
este bien calificándolo como tentación, se nos revela como una entidad que nos
coarta y nos frustra en el deseo de plenitud, que aparece representado en
alcanzar dicho bien. Así es el médico que me prohíbe comer algo apetitoso, o el
código de circulación que me impide conducir a voluntad o cualquier ley o norma
que me imposibilita hacer lo que me apetece. Así se percibe generalmente a la
Iglesia. Muchas veces la vida cristiana es presentada en la esfera pública como
una vida mermada, mutilada por infinidad de normas que no dejan desarrollar al
hombre todos sus deseos. Y cada vez que aparece la palabra tentación, pensamos:
«¡Qué fastidio!, ya están estos cristianos aguándonos la fiesta».
En realidad, no es así. La tentación
es un bien mentiroso. La comprensión moralista y legalista de la fe, que la presenta
como un conjunto de normas que se han de cumplir sin una razón clara, impuestas
por Dios a través de la jerarquía de la Iglesia, no hace en absoluto honor a la
verdad. La vida cristiana es, sobre todo, ¡VIDA!, es decir, plenitud de bien.
Pero, precisamente porque es vida verdadera, ha de reconocer que en esta vida
se nos presentan muchos caminos de verdad aparente, pero falsa.
Para entender esto, hemos de
descubrir que la vida es relación. La vida no es principalmente la vida
biológica (siendo esta punto de partida necesario). La VIDA se reconoce en las
relaciones que tenemos y su calidad. Somos hijos, hermanos, padres, madres,
novios, esposos, amigos, compañeros de trabajo, clientes, proveedores,
profesores, alumnos, vecinos, conciudadanos… Todo son relaciones. Si repasamos
estas relaciones en nuestra vida, veremos que si son buenas relaciones, que nos
hacen crecer, seremos tremendamente felices. Pero si, en cambio, no son buenas,
nuestra felicidad se ve amenazada.
El bien es lo que une las
relaciones, lo que permite la comunicación entre nosotros. Las relaciones se
forjan en la búsqueda del bien mutuo. Esto genera confianza y va tejiendo la
comunión. La tentación es todo aquel bien aparente, que en realidad está
fundado en una mentira y, por lo tanto, quiebra la confianza y va, poco a poco,
rompiendo la comunión.
Esto es lo busca Satanás con Jesús
en el conocido pasaje de las tentaciones. A través del alimento, del reconocimiento
y del poder propone a Jesús quebrar la confianza en su Padre, buscar un camino
alternativo al que el Padre le ha preparado para salvar a los hombres. Pero nada
puede separar a Jesús de su Padre, por el infinito amor que los une. Jesús
libra el combate y nos da la clave de la lucha: la confianza en el Padre y en
su amor infinito por nosotros, sus criaturas. Nosotros, en cambio, dudamos del
amor de Dios, desconfiamos de él y rompemos así el vínculo de confianza.
Tentaciones, todos las padecemos. Es todo aquello que nos incita a ponernos en el centro, rompiendo las relaciones que nos constituyen: primero con Dios, después con los hombres. Pero Dios ha enviado a su Hijo para que podamos seguirle en este camino que restaura la confianza, aprendiendo de Jesús que Dios no dará cosas malas a sus hijos, nosotros, a quienes tanto ama.
Obispo de Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia