Cuando no somos capaces de ver lo evidente y todos nos lo advierten seguramente estamos ante un caso de ceguera espiritual, pero ¿qué consecuencias tiene?
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La época en la
que estamos se caracteriza porque tal parece que ya nada está prohibido. y lo
que es más grave: el concepto de pecado ha perdido su significado real, porque
las ideologías y corrientes de diversos pensamientos han contaminado el
ambiente cristiano.
Sin embargo,
existen voces que nos alertan ante el peligro que vivimos cuando somos
contagiados por dichas ideas, pero tal vez no somos capaces de ver la realidad
porque también estamos infectados de ceguera espiritual.
¿Qué
consecuencias tiene esto en nuestra vida? Enumeraremos algunas.
1. Negamos
la realidad y nos justificamos
Quizá al
principio nos sentíamos mal, la conciencia nos remordía, pero terminamos por
creer que lo que hicimos no era para tanto porque "todo mundo lo
hace".
El libro del
profeta Ezequiel así lo describe:
Hijo de hombre,
tú habitas en medio de un pueblo rebelde: ellos tienen ojos para ver, pero no
ven, tienen oídos para oír, pero no oyen, porque son un pueblo rebelde.
Ez 12,
2
Como resultado,
terminamos cometiendo pecados e injusticias con el argumento de que la culpa es
de los demás, nunca nuestra.
Por eso,
lamentablemente, podemos arrastrar a otros a la desgracia.
2. Nos
cerramos a los consejos de los demás
Dejar de ver la
verdad es otra consecuencia nefasta. Ante nuestros ojos está el camino que
debemos seguir para volver a Dios, pero lo que estamos haciendo nos resulta tan
satisfactorio -de momento-, que no queremos escuchar a nadie.
Y si alguien
desea expresarnos su punto de vista, lo despreciamos como si no tuviera valor
lo que piensa. Esa cerrazón es como la que encontró nuestro Señor Jesús en la
gente de su tiempo:
Por eso les
hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni
entienden (Mateo 13,13).
3. Creemos
que nada es pecado
Aunado al
primer punto, estamos seguros de que los mandamientos han pasado de moda.
"Es otra época", "son creencias obsoletas", "estamos
en un tiempo de mucha libertad", etc. Por eso, la palabra pecado ha
perdido su sentido original.
Pero, ¡ojo!, no
porque lo neguemos deja de existir. La Ley de Dios es eterna y seremos juzgados
por ella:
En efecto,
aunque uno cumpla toda la Ley, si peca contra un solo precepto, quebranta toda
la Ley. Porque el que ha dicho: No cometerás adulterio, dijo también: No
matarás. Por lo tanto, si evitas el adulterio, pero cometes un homicidio, te
haces transgresor de la Ley. Hablen y actúen como quienes deben ser juzgados
por una Ley que nos hace libres.
Santiago
2, 10-12
4. Nos
sentimos perfectos
La humildad es
una virtud desconocida. Por supuesto, sabemos que no somos perfectos, pero
actuamos como si lo fuéramos. Esta actitud nos pone en peligro de perder
relaciones importantes, porque pocas personas aguantan a alguien tan
insoportable como un megalómano.
Por eso, san
Pablo aconseja a los Efesios:
Con mucha
humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de
conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Ef 4,
2-3
5. No
sabemos perdonar ni pedir perdón
Lo que más
cuesta trabajo es reconocer que hemos cometido un error, ofendido a las
personas y pedir perdón. Pero también, somos lentos para perdonar, guardando
rencor por situaciones que no tienen importancia.
Y aunque la
tuvieran, el Señor Jesús puso la muestra en el suplicio de la cruz:
Jesús
decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Marcos
23, 34
Por eso, es
importante no dejar la oración, acudir a la confesión con frecuencia, comulgar
y hacer un examen de conciencia por la noche, antes de dormir.
Además, pedir
al Espíritu Santo que nos ilumine para que aleje de nosotros lo que pueda
provocar la ceguera espiritual, que, si no tenemos cuidado, puede llevarnos a
la perdición.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia