COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «SIERVO DE CRISTO Y DE LOS HOMBRES»

El próximo 18 de enero tomará posesión el nuevo obispo de Segovia, Mons. Jesús Vidal. Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor, fiesta que clausura el tiempo de Navidad. Un hermoso día para recibir al que viene en nombre del Señor. Os invito a acogerlo en la Catedral, sede del obispo.

Dominio público
En el obispo se hace presente Cristo, Cabeza de su pueblo. De ahí que las lecturas de la Eucaristía del Bautismo del Señor me permitan hacer alguna reflexión sobre el ministerio del obispo. 

El profeta Isaías dice del Mesías: «He aquí a mi siervo a quien sostengo». Lo presenta sostenido y llevado de la mano por Dios para implantar la justicia mediante la humildad y la misericordia. 

En el horizonte se divisa ya la figura de Jesús, que apelará a este texto para describir su misión. Esa es también la misión del obispo, que sólo podrá realizar en la medida en que se haga «siervo de Cristo» como dice san Pablo y «siervo de los hombres» por Cristo Jesús.

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, Jesús de Nazaret es presentado como «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él» (10,38). Pocas descripciones de Jesús como Mesías encontraremos tan concisas y cargadas de contenido como ésta. En cuanto hombre, Jesús recibió la unción del Espíritu en el bautismo para llevar adelante su misión:  hacer el bien y curar a los oprimidos por el diablo. 

La razón de este poder sanador es que «Dios estaba con él». También el obispo es ungido para poder realizar su ministerio espiritual con el poder de Dios. De ahí que la primera exigencia del obispo es permanecer unido al Señor Jesús como los sarmientos unidos a la vid. Sin la unión con Cristo, ni el cristiano ni el sacerdote ni el obispo puede realizar su misión en el mundo. Es inútil buscar otra fuente de salud y de la vida que no sea Cristo.

En el Evangelio se narra el bautismo de Jesús en el marco de una teofanía: el cielo se abre mientras Jesús ora, el Espíritu desciende sobre él en forma de paloma y se oye la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3,21-22). Jesús no es un hombre más, aunque se una al grupo de pecadores que hacen penitencia. Es el Hijo, el amado. 

La Trinidad entra en acción para despejar cualquier duda sobre la identidad de Jesús. Dios se complace en su Hijo, como había dicho Isaías, y lo presenta al mundo para que lo acoja como tal. El tiempo de Navidad se cierra, pues, con este broche de oro que tiene lugar en la manifestación divina de Jesús.

Os decía que esta fiesta es muy elocuente para iluminar el ministerio de un nuevo pastor. Sólo a la luz de la revelación podemos comprender que la misión del obispo le supera si atendemos a su condición de ser humano, envuelto en debilidad. De ahí la necesidad de orar por él y de acogerlo con fe y caridad. San Pablo decía de los apóstoles que llevaban su ministerio en vasijas de barro, aunque al mismo tiempo afirmaba que lo ejercían con el poder del Espíritu. 

Las dos realidades son compatibles: la fragilidad de lo humano y el poder espiritual que se recibe en el sacramento del orden. El obispo necesita la oración del pueblo, así como el pueblo necesita la suya. Saber descubrir a Cristo en la persona del obispo y del sacerdote, es una exigencia de la fe, pues son enviados por aquel que los ha llamado y consagrado para representarle en medio del pueblo. Cristo ha querido que le representen hombres débiles y pecadores que necesitan recurrir siempre a la gracia para realizar su ministerio. Y, al mismo tiempo, hombres dotados de la fuerza que Cristo que brillará en su debilidad.

+ César Franco

Administrador Apostólico

Fuente: Diócesis de Segovia