El Papa Francisco celebró este domingo la Misa por la VIII Jornada Mundial de los Pobres con un llamado a no desviar la mirada ante las necesidades ajenas, sino tocar la mano del pobre y llevarle la esperanza de que Dios no lo olvida.
El Papa Francisco durante la Misa por la Jornada Mundial de los Pobres 2024. Crédito: Daniel Ibáñez / EWTN News. |
Asimismo,
continuó, “el Evangelio de hoy se abre con un escenario que proyecta en el
cosmos la tribulación del pueblo, y lo hace utilizando un lenguaje
apocalíptico: ‘El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas
caerán del cielo y los astros se conmoverán’”.
El
Papa aclaró que la angustia es un sentimiento que prevalecerá si la mirada sólo
se queda en la narración de los hechos y no se abre a la esperanza con la que
continúa Jesús: Entonces “se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes,
lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a
sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del
horizonte”.
En
ese sentido, el Santo Padre dijo que si bien “también hoy vemos el sol
oscurecerse y la luna apagarse” con el hambre y la carestía que padecen muchas
personas, los horrores de la guerra y las muertes inocentes, Jesús “enciende la
esperanza” en medio de ese cuadro apocalíptico.
No
hay que dejarse vencer por el desánimo ni llevarse por quienes piensan que “el
mundo es así” y “no hay nada que yo pueda hacer” —expresó el Papa—, porque ello
es olvidarse de que Dios actúa dentro del drama de la historia y reducir la fe
cristiana “a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y
no produce ningún compromiso concreto en la caridad”.
Cristo, aseguró, “nos abre completamente el horizonte, alargando
nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el
dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos
abandona, que actúa para nuestra salvación”.
Tocar la mano del pobre
En su homilía, el Papa Francisco también recordó que Jesús se
hace cercano a los necesitados “con nuestra proximidad cristiana, con nuestra
fraternidad cristiana”.
“No
se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quien da
limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les
arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras
hacia otro lado?”, cuestionó.
Asimismo,
compartió que hace un tiempo vio una imagen capturada por un fotógrafo romano
que “retrataba a una pareja adulta, casi ancianos, que salía de un restaurante,
en invierno. La señora iba bien cubierta con un abrigo de piel y también el
hombre. En la puerta estaba una señora pobre, sentada en suelo, que pedía
limosna, y ambos miraban para otro lado”.
“Esto
pasa cada día. Preguntémonos a nosotros mismos: ¿me hago el desentendido cuando
veo la pobreza, la necesidad, el dolor de los demás?”, volvió a cuestionar el
Pontífice, y llamó a tener “una fe que abre los ojos frente al sufrimiento del
mundo y frente a la infelicidad de los pobres, para ejercitar la misma
compasión de Cristo”.
“¿Tengo
yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen
trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad? Y no debemos
fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco
que todos podemos hacer en lo cotidiano”, afirmó.
El
Papa Francisco señaló que los discípulos de Cristo están llamados a sembrar la
esperanza en el mundo, encendiendo “luces de justicia y de solidaridad mientras
se expanden las sombras de un mundo cerrado”.
“Y
lo digo a la Iglesia, lo digo a los gobiernos, lo digo a las organizaciones
internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de
los pobres”.
Finalmente,
recordó una advertencia del Cardenal Carlo María Martini, quien “dijo que
debemos cuidarnos de pensar que primero está la Iglesia, ya consolidada en sí
misma, y luego los pobres de los que elegimos ocuparnos”.
“En realidad, nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual
servimos a los pobres, porque sólo así ‘la Iglesia ‘se vuelve’ ella misma, es
decir, la Iglesia se vuelve casa abierta para todos, lugar de la compasión de
Dios para la vida de cada hombre’”.
Por Eduardo Berdejo
Fuente: ACI