COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «ÉL ESTÁ CERCA, A LA PUERTA»

Al acercarnos al fin del año litúrgico, la Iglesia quiere que centremos nuestra atención en el momento en que Cristo venga a consumar la historia de los hombres, es decir, en el fin del mundo.

Dominio público
La historia de humanidad en el mundo creado no es eterna. Tiene un fin. Para representar este final, tanto los profetas como Jesús utilizaron un género literario llamado apocalíptico que se sirve de imágenes como estas del evangelio de hoy: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13,24-27).

Esta especie de catástrofe cósmica indica el paso a un estado nuevo en el cual la figura central es el Hijo del Hombre, anunciado por el profeta Daniel, con quien Jesús se identifica como el que viene sobre las nubes del cielo para reunir a los elegidos. La escenografía cósmica, en realidad, es una forma de presentar el paso de un mundo terreno a otro celeste. Los contemporáneos de Jesús, acostumbrados a este lenguaje, podrían entender su mensaje sobre la consumación de la historia y la salvación de los elegidos.

Otra imagen utilizada por Jesús es la de las yemas de la higuera que advierten de la llegada del verano. Es una imagen de vida que anuncia el fruto sabroso del árbol. Cuando los hombres ven las yemas piensan en la cercanía del tiempo de los frutos. Así, dice Jesús, cuando sucedan los acontecimientos del cosmos, sabremos que «él está cerca, a la puerta». Se trata, por tanto, de estar atentos a los signos para comprender la historia de salvación. «El cielo y la tierra pasarán —concluye Jesús— pero mis palabras no pasarán».

Las palabras de Jesús —esas que no pasarán— se refieren a la revelación del Hijo del Hombre como señor de la historia. Se explica, por tanto, que la escenografía cósmica esté pensada en función de la aparición gloriosa del Hijo del Hombre.

Esta enseñanza sobre el fin de la historia vale para cada generación como también valen las palabras de Jesús sobre cuándo sucederá: «En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre». En el debate teológico sobre la divinidad de Cristo, estas palabras se han usado como argumento para negarla: Si Dios lo sabe todo, y Jesús no lo sabe, quiere decir que no es Dios. Esta simplificación argumental olvida que Jesús se remite al Padre como fuente de todo conocimiento y que, aunque él participe de su mismo saber, no puede revelar lo que pertenece al designio último de Dios que no afecta a la salvación en sí misma, sino a las circunstancias temporales.

El hombre es más dado a interesarse por las circunstancias que por la esencia del mensaje revelado. Si continuáramos leyendo el texto del Evangelio, veríamos que Jesús mantiene el secreto sobre el día y la hora para exhortar a sus oyentes a la vigilancia. Viene a decirles: no os preocupéis por el día ni por la hora de estos sucesos futuros; preocupaos más bien por estar preparados para la venida del Señor, que está cerca, a la puerta. El día y la hora de nuestra muerte es menos importante que la certeza del morir. En otra ocasión Jesús critica la postura del hombre que hace planes para agrandar los graneros donde guardar la cosecha sin saber que al día siguiente morirá. Como maestro de sabiduría, Jesús no ha venido a colmar nuestra curiosidad sobre circunstancias de la vida que no afectan a la salvación, sino para enseñarnos palabras que no pasarán.

  + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia