Al acercarnos al fin del año litúrgico, la Iglesia quiere que centremos nuestra atención en el momento en que Cristo venga a consumar la historia de los hombres, es decir, en el fin del mundo.
Dominio público |
Esta
especie de catástrofe cósmica indica el paso a un estado nuevo en el cual la
figura central es el Hijo del Hombre, anunciado por el profeta Daniel, con
quien Jesús se identifica como el que viene sobre las nubes del cielo para
reunir a los elegidos. La escenografía cósmica, en realidad, es una forma de
presentar el paso de un mundo terreno a otro celeste. Los contemporáneos de
Jesús, acostumbrados a este lenguaje, podrían entender su mensaje sobre la
consumación de la historia y la salvación de los elegidos.
Otra
imagen utilizada por Jesús es la de las yemas de la higuera que advierten de la
llegada del verano. Es una imagen de vida que anuncia el fruto sabroso del
árbol. Cuando los hombres ven las yemas piensan en la cercanía del tiempo de
los frutos. Así, dice Jesús, cuando sucedan los acontecimientos del cosmos,
sabremos que «él está cerca, a la puerta». Se trata, por tanto, de estar
atentos a los signos para comprender la historia de salvación. «El cielo y la
tierra pasarán —concluye Jesús— pero mis palabras no pasarán».
Las
palabras de Jesús —esas que no pasarán— se refieren a la revelación del Hijo
del Hombre como señor de la historia. Se explica, por tanto, que la escenografía
cósmica esté pensada en función de la aparición gloriosa del Hijo del Hombre.
Esta
enseñanza sobre el fin de la historia vale para cada generación como también
valen las palabras de Jesús sobre cuándo sucederá: «En cuanto al día y la hora, nadie lo
conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre». En el debate teológico sobre la
divinidad de Cristo, estas palabras se han usado como argumento para negarla:
Si Dios lo sabe todo, y Jesús no lo sabe, quiere decir que no es Dios. Esta simplificación
argumental olvida que Jesús se remite al Padre como fuente de todo conocimiento
y que, aunque él participe de su mismo saber, no puede revelar lo que pertenece
al designio último de Dios que no afecta a la salvación en sí misma, sino a las
circunstancias temporales.
El
hombre es más dado a interesarse por las circunstancias que por la esencia del
mensaje revelado. Si continuáramos leyendo el texto del Evangelio, veríamos que
Jesús mantiene el secreto sobre el día y la hora para exhortar a sus oyentes a
la vigilancia. Viene a decirles: no os preocupéis por el día ni por la hora de
estos sucesos futuros; preocupaos más bien por estar preparados para la venida
del Señor, que está cerca, a la puerta. El día y la hora de nuestra muerte es
menos importante que la certeza del morir. En otra ocasión Jesús critica la
postura del hombre que hace planes para agrandar los graneros donde guardar la
cosecha sin saber que al día siguiente morirá. Como maestro de sabiduría, Jesús
no ha venido a colmar nuestra curiosidad sobre circunstancias de la vida que no
afectan a la salvación, sino para enseñarnos palabras que no pasarán.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia