Las virtudes cardinales, ya patrimonio del pensamiento antiguo, son las piedras angulares de la vida moral, es decir, de "una vida buena"
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Francisco habló en la Audiencia General de las tres virtudes
teologales, "las actitudes fundamentales" que caracterizan la vida de
los discípulos de Jesús. "El cristiano nunca está solo", es necesario
"despojarse de esa presencia a veces demasiado voluminosa que es nuestro
ego".
Francisco prosiguió su serie de
catequesis sobre los vicios y las virtudes, objeto de sus reflexiones en la
audiencia general de los miércoles de estas semanas. Tras haber examinado las
cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, hoy su
pensamiento se dirige a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad,
que "caracterizan la vida de los cristianos" y son "prenda de la
presencia y de la acción del Espíritu Santo" en ellos. El discípulo de
Jesús, por tanto, no es un héroe y "nunca está solo".
Las virtudes
cardinales, fundamento de una vida buena
Las virtudes cardinales, ya
patrimonio del pensamiento antiguo, son las piedras angulares de la vida moral,
es decir, de "una vida buena". Ya antes de Cristo, explicó el Papa,
existían valores como la honestidad, la sabiduría, la valentía, la moderación.
"Este patrimonio de la humanidad -observó- no ha sido sustituido por el
cristianismo, sino focalizado, valorizado, purificado e integrado".
Hay, pues, en el corazón de cada hombre y de cada mujer la capacidad de buscar el bien. El Espíritu Santo se dona para que quien lo recibe pueda distinguir claramente el bien del mal, tenga la fuerza de adherirse al bien rehuyendo el mal y, al hacerlo, alcance la plena realización de sí mismo.
Las virtudes
teologales, don del Espíritu
El cristiano, por tanto, posee
una marcha más, "una asistencia especial del Espíritu de Jesucristo",
afirmó el Papa, a través del don de las tres virtudes: fe, esperanza y caridad,
llamadas teologales "en cuanto que se reciben y se viven en relación con
Dios". Y citó la definición que de ellas da el Catecismo de la Iglesia
Católica:
«Las virtudes teologales fundan,
animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas
las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para
hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la
garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del
ser humano» (n. 1813).
No héroes, sino
discípulos
La presencia del Espíritu
introduce una diferencia radical, señaló Francisco: mientras que la observancia
de las virtudes cardinales podría generar personas heroicas en su esfuerzo por
hacer el bien, "el cristiano nunca está solo". “Hacen el bien -dice
el Papa- no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde
discípulo, camina detrás del Maestro Jesús". Y continuó:
El cristiano tiene las virtudes
teologales que son el gran antídoto contra la autosuficiencia. ¡Cuántas veces
ciertos hombres y mujeres moralmente irreprochables corren el riesgo de
volverse engreídos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen! (...) La
soberbia es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una
vida marcada por la bondad.
Una ayuda para
superar los momentos difíciles
El bien, prosiguió el Pontífice,
tiene características precisas, "no es sólo un fin, sino también un
modo". Entre ellas, la discreción y la gentileza, pero sobre todo el
despojarse "de esa presencia a veces demasiado voluminosa, que es nuestro
ego". Y luego, prosiguió Francisco, nadie está exento de caídas y errores,
y las virtudes teologales son de gran ayuda en situaciones difíciles. Y
concluyó:
Entonces, si hemos perdido la
confianza, Dios nos reabre a la fe; si estamos desalentados, Dios despierta en
nosotros la esperanza; si nuestro corazón está endurecido, Dios lo ablanda con
su amor.
Adriana Masotti - Ciudad del Vaticano
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