Una tarea esencial de la vida es prepararse para la muerte. Francisco la afrontó con «esperanza», iluminado por la Pascua, y así lo dejó escrito en su testamento
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| Foto: CNS |
El Papa
escribió su testamento en junio de 2022. No es un legado espiritual como el que
dejó Benedicto XVI, ni siquiera como el de san Juan Pablo II, algo más sobrio.
Francisco deseó expresar su voluntad testamentaria «solo en cuanto al lugar de
mi sepultura», no sin antes reconocer que «se acerca el ocaso de mi vida
terrena», y su «viva esperanza en la vida eterna».
En este
sentido, confiesa que dado que «mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal
los he confiado siempre a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima», tomó la
decisión de que sus restos mortales «descansen esperando el día de la
resurrección en la basílica papal de Santa María la Mayor».
En el
documento, hecho público por la Santa Sede nada más constatarse su
fallecimiento, Francisco explica que «deseo que mi último viaje terrenal
termine en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía en oración al
inicio y al final de cada viaje apostólico, para encomendar confiadamente mis
intenciones a la Madre Inmaculada y agradecerle sus dóciles y maternales
cuidados».
En el terreno
práctico, pide preparar su sepulcro en la nave lateral izquierda, muy cerca de
la capilla paulina, que alberga el que quizá es el icono mariano más
importante: la Salus Populi Romani, atribuida según la tradición al mismo
evangelista san Lucas. Luego el Pontífice solicita que su sepulcro quede «en la
tierra», que sea dispuesto de un modo «sencillo y sin decoración particular», y
con la única inscripción: «Franciscus».
El Papa dejó
todo arreglado y dispuso que los gastos de su entierro fueran cubiertos por la
suma de un benefactor cuyo nombre no ha sido dado a conocer. También pide «que
el Señor dé una merecida recompensa a quienes me han amado y seguirán rezando
por mí». Por último, reconoce que «el sufrimiento que se hizo presente en la
última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz mundial y la fraternidad
entre los pueblos».
«Algo que no
tendrá fin»
La última
voluntad del Papa cobra una luz mayor si se lee junto a los pasajes en los que
Francisco se refería a este último viaje en el texto de la bendición urbi
et orbi del pasado domingo. «Nuestra existencia no está hecha para la
muerte sino para la vida», recoge el texto leído en plena explosión de alegría
pascual. En ese sentido, el Pontífice reconocía que «la Pascua es la fiesta de
la vida», porque «Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad
resucite». Así, la Resurrección del Señor «nos infunde la certeza de que
también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el
ocaso», subrayaba.
El modo de
afrontar la muerte es, asimismo, uno de los elementos del prefacio que el Papa
Francisco escribió el pasado mes de febrero para un libro del cardenal Angelo
Scola, En espera de un nuevo comienzo. Reflexiones sobre la vejez,
que se publicará en Italia este mismo jueves. En el texto, Francisco habla de
cómo prepararse «para el encuentro final con Jesús» y menciona «una certeza
reconfortante», la que nace de constatar que «la muerte no es el fin de todo,
sino el comienzo de algo». De hecho, «es un nuevo comienzo», el inicio «de algo
que no tendrá fin».
Alude así el
Papa Francisco en este texto a la «vida eterna», una realidad «que ya
experimentan los que aman en la tierra, dentro de las ocupaciones de cada día».
Y recoge por último la promesa de que en este nuevo comienzo «experimentaremos
algo que nunca hemos experimentado plenamente: la eternidad».
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Aleteia
