En el convento de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en Zaragoza, las monjas jóvenes viven la vocación del cuidado de los ancianos dentro de su vocación, atendiendo a las monjas mayores con amor y respeto
Courtesy of Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Dominio público |
El cuidado y el acompañamiento les proporcionan, a los
mayores, una atención personalizada y constante, un apoyo médico y cotidiano,
una libertad de envejecer en su propio hogar, una conservación de la autonomía
y un aumento del estado de ánimo, un vínculo afectivo con el cuidador y una
oportunidad de envejecimiento activo.
En el convento de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana —Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana—, en Zaragoza, vive una comunidad con una vocación dentro de la vocación que les permite vivir la caridad y la misericordia en el seno de su familia religiosa.
El origen de la congregación
Esta congregación, nació en Zaragoza el 28 de diciembre de
1804, cuando un grupo de doce mujeres, cuya superiora era la Madre María
Ràfols, llegaron acompañadas por el Padre Juan Bonal y
doce hombres más, para atender el Hospital Real y General de Nuestra
Señora de Gracia. Allí, como Hermanas de la Caridad, compartieron la
vida y la suerte de los enfermos, dementes, niños abandonados, y de todo aquel
se acogía a la caridad de este Hospital, cuyo lema era Domus
Infirmorum Urbis et Orbis, (casa de los enfermos de la ciudad
y del mundo).
A los pocos años de llegar, nuestras Primeras Hermanas
soportaron las bombas de la guerra de la Independencia, efectuaron el traslado
de los enfermos de un hospital destruido al Hospital de Convalecientes,
acompañaron a los condenados a muerte y acudieron en ayuda de los enfermos en
tiempo de epidemias. Juan Bonal recorrió los caminos de media España para
pedir limosna en beneficio de los enfermos del Hospital.
La Congregación comenzó su expansión después de la muerte de María Ràfols y, en la actualidad, cuenta con 242 comunidades, más de 300 centros en 29 países de los cinco continentes y 1752 hermanas.
Las monjas jóvenes, que tienen entre 25 y 35 años, han sentido el llamado de Dios a servir a las monjas mayores, que son sus hermanas, madres y abuelas espirituales. Algunas de ellas tienen más de 90 años y necesitan cuidados especiales, tanto físicos como emocionales y espirituales.
Llegar a la tercera edad: una bendición
La entrada en la tercera edad de las hermanas mayores la consideran como un privilegio; y no solo porque no todos tienen la suerte de ver cómo se alcanza esa meta, sino también, y sobre todo, porque este es el periodo de las posibilidades concretas; de volver a considerar lo que puede ser su futuro cuando las hermanas jóvenes sean mayores, de conocer y vivir más profundamente el misterio pascual y convertirse en ejemplo en la Iglesia para todo el Pueblo de Dios.
Las monjas jóvenes se turnan para acompañar a las monjas mayores en sus actividades diarias como rezar, comer, pasear, leer o hacer manualidades. También les ayudan a vestirse, asearse, tomar sus medicinas o ir al médico. Pero, sobre todo, les ofrecen su presencia, su escucha, su afecto y su oración.
Su comunidad: un regalo de Dios
«Para mí es una bendición poder cuidar a las monjas mayores. Ellas me enseñan con su testimonio de vida consagrada, su fidelidad, su alegría y su entrega. Son un regalo de Dios para nuestra comunidad».
Hermana María José, de 28 años
La hermana María José cuenta que una de las monjas mayores que cuida es la hermana Pilar, de 94 años, que fue misionera en África durante muchos años. «Ella me cuenta sus experiencias, sus anécdotas, sus dificultades y sus alegrías. Me transmite su amor por Dios y por los pobres. Me anima a seguir adelante con mi vocación y a confiar en la Providencia», dice.
La hermana Pilar, por su parte, dice que se siente muy querida y acompañada por las monjas jóvenes. «Ellas son como ángeles que Dios me ha enviado para cuidarme. Me hacen sentir útil y valorada. Me hacen reír y me consuelan cuando estoy triste. Rezo mucho por ellas y les doy gracias a Dios por su generosidad», cuenta para Aleteia
Una reserva de sabiduría
El cuidado de los ancianos es una realidad que afecta a toda la sociedad, pero especialmente a la vida religiosa, donde hay un alto porcentaje de personas mayores. Por eso, es importante que haya monjas jóvenes que se sientan llamadas a esta misión tan noble y necesaria.
El papa Francisco ha dicho que los ancianos son «la reserva de sabiduría» de la humanidad y que hay que cuidarlos con ternura y gratitud. También ha dicho que los jóvenes y los ancianos deben dialogar y enriquecerse mutuamente, porque son «los dos polos de la vida».
La familia: las monjas ancianas representan la «memoria histórica» de las generaciones más jóvenes del convento y son portadoras de valores humanos fundamentales. Dondequiera que falta la memoria faltan las raíces y, con ellas, la capacidad de proyectarse con la esperanza en un futuro que vaya más allá de los límites del tiempo presente.
En el convento de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana se vive este diálogo intergeneracional con naturalidad y alegría. Las monjas jóvenes y las monjas mayores se sienten hermanas y amigas, se apoyan y se complementan. Juntas forman una familia donde reina el amor de Dios.
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia