La oración nos lleva hasta el centro más profundo de nuestro ser, nos aproxima a nuestra intimidad, a un lugar en el que quizá no estamos acostumbrados a habitar.
Desde este contacto con
nuestro interior, orar tiene la capacidad de reordenarnos, de unificarnos. En
el diálogo constante con lo más íntimo, vamos conociendo a Jesús, restaurando
nuestra unidad interior y sanando.cathopic_1531837213351675.jpg. Dominio público
André
Louf, en su libro A merced de su gracia nos dice que mientras repetimos el nombre de Jesús aprendemos nuestro
propio nombre, el nombre que solo Él conoce y que continuamente trata de
enseñarnos. Mientras tratamos de reconocer los rasgos de su rostro, reconocemos
los del nuestro.
Para orar desde el
interior reconocemos 3 claves:
Cuando encontramos a la
oración en nuestro ser más profundo, nos familiarizamos con nuestra
interioridad y podemos estar allí.
Antes buscábamos a Dios
fuera de nosotros, pero ahora nos damos cuenta de que Él está dentro, que es
más íntimo que nosotros mismos, como decía san Agustín.
Jesús viene a nosotros
desde el interior hacia el exterior y es adentro donde debemos aprender a
encontrarlo. Poco a poco en ese contacto con nuestra interioridad, iremos
notando que, además de que es el núcleo de nuestro ser, es como una fuente que
permite reunificar nuestro ser. Una fuente de fuerza, de luz y de vida.
Nuestras facultades empiezan a funcionar bien en la medida en que estén en contacto con nuestra interioridad, con nuestra identidad más profunda.
2. Solo se ama lo que se conoce
Poco a poco, en la
oración, vamos uniendo nuestra inteligencia al corazón. Lograr una inteligencia
espiritual, que consiste en unir nuestras intuiciones con nuestros afectos, de
este modo creamos una paz profunda que une todo nuestro ser.
En la oración no
desaparece nada de lo que somos, por el contrario, se potencia. Cuando nuestra
inteligencia se une a nuestro corazón —en donde se encuentra el Espíritu— se
experimenta apoyada y fuerte, fecundada por el amor.
El amor se hace
inseparable del conocimiento y el conocimiento del amor. El amor se convierte
en fuente de conocimiento, no porque sustituya al entendimiento, sino porque
abraza al entendimiento desde el interior.
La verdadera libertad es
el reflejo del amor en el hombre. Cuando nuestra oración es la constante toma
de conciencia del amor de Dios por nosotros, está muy cerca nuestra libertad.
Obrar desde el interior es
una muestra de que nuestra oración está ordenando y unificando nuestras
facultades hasta convertirlas en una sola con lo que llevamos dentro.
Actuar solo por deber
agota nuestro interior, por el contrario, quien ha recibido la gracia de estar
a la escucha de su interioridad se hace sensible al Espíritu Santo en él, ese
Espíritu que nos empuja a actuar, obrando como una intuición dentro de
nosotros.
El que está unido al
Espíritu no busca lo correcto, busca lo que Dios le pide en cada momento. Lo
que san Agustín llama hacerlo el «Maestro interior».
«Y
en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros
y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de
todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa— según os enseñó, permaneced en
Él”. (1 Jn 2,27)
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia