El Santo Padre presidió la misa In Coena Domini (de la Cena del Señor) en la cárcel de menores de Casal del Marmo, ubicada en la periferia romana
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Volvió a este lugar diez años después de su última
visita, que fue en 2013, a quince días de su elección. Hoy lavó los pies a doce
reclusos de distintas nacionalidades, etnias, culturas, lenguas y confesiones
religiosas, recordándoles que con este gesto Jesús nos enseña la nobleza del
corazón.
“Llama la atención cómo Jesús, justo el día
antes de ser crucificado, hace este gesto”. Así se refiere el Papa Francisco al
lavatorio de los pies durante la santa misa de la Cena del Señor que presidió
en la tarde de este Jueves Santo, 6 de abril, en la cárcel de menores de Casal
del Marmo, situada en las afueras de la capital italiana.
Regresó a este centro penitenciario diez años
después de su primera visita, que fue quince días luego de su elección. A lo
largo de su Pontificado, Francisco ha concurrido, el día que comienza el Santo
Triduo Pascual, a lugares simbólicos de sufrimiento, como centros de
refugiados, de acogida y atención a enfermos o jóvenes desamparados. Una
tradición que Jorge Mario Bergoglio siempre mantenía como arzobispo de Buenos
Aires, asistiendo a sitios en medio de las “periferias existenciales”.
En la capilla de la prisión había unas 100
personas. Los internos eran unos 50 chicos y chicas, de entre 14 y 25 años.
En una breve homilía improvisada, sin papeles y
hablando desde lo profundo de su corazón, el Sucesor de Pedro explicó que, en
la época de Jesús, lavarse los pies era una costumbre al entrar en una casa,
pues las calles eran polvorientas.
“Pero, ¿quién lavaba los pies?”, preguntó. Y
contestó: “Los esclavos, los esclavos, porque era trabajo de esclavos.
Imagínense el asombro de los discípulos cuando vieron que Jesús empezaba a
hacer esto de un esclavo”. En el caso de Jesús, hizo esto para hacer entender
el mensaje del día siguiente, de que moriría como esclavo, para pagar la deuda
de todos nosotros, observó.
Según el Obispo de Roma, si escucháramos estas
cosas de Cristo, “la vida sería tan hermosa porque nos apresuraríamos a
ayudarnos los unos a los otros, en vez de como nos enseñan los listos a
engañarnos los unos a los otros, a aprovecharnos los unos de los otros”. En
contraposición con esta mentalidad, el Papa dijo que “es tan hermoso ayudarnos
los unos a los otros, tendernos una mano”, porque “son gestos humanos,
universales, que nacen de un corazón noble”. Y, en esta línea, el Pontífice
acotó que “Jesús hoy, con esta celebración, quiere enseñarnos esta nobleza del
corazón”.
“Cada uno de nosotros puede decir: ‘Pero si el
Papa supiera las cosas que tengo dentro…’. Pero Jesús las sabe, ¡y nos quiere
tal como somos! Y nos lava los pies por todos nosotros”, añadió el Papa.
Jesús nunca se asusta de nuestras debilidades
El Señor “nunca se asusta porque ya ha pagado,
solo quiere acompañarnos, quiere llevarnos de la mano para que la vida no sea
tan dura para nosotros”, puntualizó el Papa.
Al anticipar que lavaría los pies, aclaró que
“no es una cosa folclórica”. En realidad, “todos pensamos que es un gesto que
anuncia cómo debemos ser unos con otros”, aseveró.
Mirando hacia la sociedad de hoy, Bergoglio
constató: “Cuánta gente se aprovecha de los demás, cuánta gente que está en la
esquina y no puede salir, está ahí... Cuántas injusticias, cuánta gente sin
trabajo, cuánta gente que trabaja y le pagan la mitad, cuánta gente que no
tiene dinero para comprar medicinas, cuántas familias rotas, tantas cosas
malas”. En este escenario, el Papa consideró que ninguno de nosotros puede
decir: “Doy gracias a Dios por no ser así”. En efecto, “cada uno de nosotros
puede resbalar, cada uno de nosotros”, reiteró.
Esta certeza de que todos podemos resbalarnos
“es lo que nos da la dignidad -escuchen la palabra: la dignidad- de ser
pecadores”, sostuvo. Así nos quiere Jesús, prosiguió, y por eso quiso lavarnos
los pies y decirnos: “He venido a salvarlos, a servirlos”.
Al final de su prédica, el Pontífice retomó el
sentido del lavatorio de los pies. Subrayó que, con él, Jesús “nos enseñó a
ayudarnos los unos a los otros y así la vida es más bella y se puede llevar
así”. Luego, invitó a cada uno de los reclusos a pensar, mientras el Pontífice
les lavaría los pies: “Jesús me lavó los pies, Jesús me salvó, y ahora tengo
esta dificultad, ¡pero pasará, porque el Señor está siempre a tu lado, nunca te
abandona, nunca!”. “Todos piensen esto”, concluyó.
"Usted nos desarma con su inmensa
dulzura"
Tras la santa misa, la directora de la
institución penitenciaria, Maria Teresa Iuliano, dirigió unas palabras al Santo
Padre hablando de la "dificilísima tarea de encontrar las palabras justas
para poder agradecerle la inmensa alegría que nos ha dado! Pero en realidad no
creo estar a la altura...".
"Usted en esta situación nos desarma
-continuó- por su inmensa dulzura que nos revela y nos reconduce a lo esencial,
así que pensé que tendría que recurrir a las palabras que mi mente me dictara
de manera refinada, pero en cambio son simplemente las que brotan del corazón
las más importantes que quiero dirigirle en nombre de todos nosotros".
"Su sonrisa es una dulce caricia para
nosotros, nos sostiene, nos anima ante todas las dificultades cotidianas que
encontramos. El ejemplo que nos has dado y el regalo que nos has hecho de estar
juntos en este abrazo nos muestra el camino cotidiano, el de estar siempre
juntos, abrazados, unidos, cogidos de la mano, mirando siempre hacia arriba,
pensando en el bien, sin distinción y buscando en nuestro interior la fuerza
que nos da la mirada del otro".
Por eso -concluyó- quiero agradecerle de
verdad, en nombre de todos, este maravilloso poema que nos ha regalado hoy.
Seguiremos agradeciéndole cada día de nuestra vida esta enseñanza y rezaremos
junto a usted por el bien, por la paz en el mundo. Muchas gracias, Santo Padre.
Muchas gracias".
La despedida
Como informa la Oficina de Prensa del Vaticano,
luego de la misa, el Papa bendijo la placa inaugural de la capilla, dedicada al
beato Pino Puglisi. Después, mientras saludaba a algunos reclusos, recibió como
regalo una cruz realizada por los jóvenes que siguen el curso de carpintería,
unas galletas y un paquete de pasta, ambos elaborados en la fábrica de pasta
recientemente inaugurada en el interior de la cárcel. A los jóvenes reclusos, al
director y al personal, el Obispo de Roma regaló algunos rosarios y huevos de
chocolate.
La Cárcel de Casal del Marmo, una comunidad
variopinta
El joven capellán de este centro, el Padre
Nicolò Ceccolini, hablando a Vatican News de la expectación de los jóvenes,
aseguró que no serían los mismos jóvenes que el Papa conoció hace diez años.
"Afortunadamente", bromea el capellán, para luego afirmar que
"es un signo de que evidentemente los caminos educativos y de
rehabilitación llevados a cabo por la siempre activa comunidad de trabajo para
los detenidos, están funcionando". Una palabra, detenidos, que el padre
Nicolò nunca utiliza durante la entrevista. Para él, son siempre y solo los
"jóvenes", una cincuentena de mujeres y hombres de 14 a 25 años,
italianos, árabes, africanos, gitanos, ateos o católicos, ortodoxos e incluso
una quincena de musulmanes que en estos días viven el Ramadán. "También
para ellos es una ocasión especial, muy esperada", dice el capellán,
"aunque solo sea por la curiosidad de conocer a una persona que saben
importante y que viene a visitarles".
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
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