Teresa Enríquez de Alvarado fue dama de compañía de Isabel de Castilla y se apartó de la corte para llevar una vida de oración y caridad con niños huérfanos
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Teresa Enríquez de Alvarado. Foto: María Pazos carretero. Dominio público |
Entre los nuevos venerables está Teresa Enríquez de Alvarado, que vivió en España entre los siglos XV y XVI, siendo educada desde niña en la fe. Dama de compañía de Isabel de Castilla, por deseo de la familia se casó con un ministro de la soberana.
Tuvo cuatro hijos, pero enviudó en 1503. La firmeza de su fe y su amor a Jesús Eucaristía la llevaron a apartarse de la pompa de la corte española para dedicarse a la oración y a las actividades caritativas. Se retiró a Torrijos, cerca de Toledo, donde llevó una vida austera y dedicada a los pobres.
Hizo de madre y educadora
de niños que quedaron huérfanos a causa de la peste y el hambre, se ocupó de
niñas y mujeres de la calle, atendió a los enfermos y trabajó para reavivar el
culto al Santísimo Sacramento. Su patrimonio familiar lo destinó sobre todo a
obras de caridad y a la construcción de lugares de culto, y contribuyo a la
fundación de varias cofradías, un monasterio y cuatro conventos. Murió el 4 de
marzo de 1529 y en los últimos tiempos su figura ha aflorado en los Congresos Eucarísticos.
17 horas de confesionario
Misionero en Ecuador, el padre Carlo
Crespi Croci, sacerdote salesiano, era originario de Legnano, donde nació en
1891. Tras los estudios y la ordenación sacerdotal, en 1923 partió hacia
Cuenca, donde durante 59 años llevó a cabo iniciativas de evangelización,
formación y promoción humana y cristiana. Se dio a conocer tanto por sus
cualidades de evangelizador unidas a un auténtico testimonio cristiano, como
por su reputación de científico, especialmente en los campos de la botánica y
la arqueología. Los pilares de su vida espiritual y misionera fueron la
Eucaristía y María Auxiliadora; su modelo fue san Juan Bosco, a quien trató de
imitar propagando la fe especialmente entre los jóvenes. En los últimos años de
su vida se dedicó al ministerio de las confesiones, llegando a pasar hasta 17
horas diarias en el confesionario. Falleció a la edad de 90 años.
Amiga de los luteranos
La londinense María Caterina
Flanagan era monja de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida. Nació a
finales del siglo XIX y tenía 19 años cuando se trasladó a Roma, donde Maria
Elisabeth Hesselblad había reconstituido la orden. Tras hacer los votos, fue
enviada a varias casas. En Suecia se dedicó sobre todo a las relaciones con los
luteranos, forjando fructíferas amistades. En Inglaterra organizó un centro de
acogida y supo adaptarse a un entorno difícil gracias a su estilo generoso y
servicial. Mujer enérgica y jovial, animada por un gran fervor y siempre
dispuesta a la caridad hacia los que sufren y los necesitados, en 1935 se le
diagnosticó un cáncer. Murió seis años más tarde en Estocolmo entre atroces
sufrimientos, pero edificando a todos con su ejemplo.
Una heroína en la guerra
Leonilde de San Juan Bautista, natural de Lisignago, en la provincia italiana de Trento, era aún adolescente cuando en 1906 comenzó su noviciado en el Instituto de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en Pola. Mujer de gran fe, buscó la unión con Dios a través de la oración, siempre deseosa de cumplir fielmente la voluntad divina. A lo largo de su vida, experimentó las dificultades del camino del Instituto y numerosos sufrimientos físicos, pero siempre confió en el Señor y soportó las pruebas con paciencia, conservando la paz interior.
Es la generosidad lo que la
distinguió en el campo de la educación, hasta el punto de convertirse en un
punto de referencia tanto para los alumnos como para sus familias, pero también
los pobres y las personas en dificultades, espirituales y materiales, se
beneficiaron de su ayuda y apoyo. Durante la Segunda Guerra Mundial, también se
privó de artículos de primera necesidad para donarlos a los necesitados. Murió
el 12 de diciembre de 1945.
La campesina de los estigmas
María Domenica Lazzeri, laica que nació y vivió en Capriana en el siglo XIX, también procedía de la provincia de Trento. La suya era una familia religiosa que le enseñó las verdades de la fe y el trabajo sencillo del molino y el campo. De niña trabajó por los pobres y los que sufrían, y mientras cuidaba enfermos junto a su madre durante una grave epidemia infecciosa, contrajo la enfermedad. Empezó a sufrir falta de apetito, tenía dificultades respiratorias, fiebre y temblores, incluso convulsiones, y entonces le diagnosticaron anorexia grave.
En enero de 1835, recibió estigmas
en las manos, en los pies y en el costado derecho, un mes más tarde la corona
de espinas de su cabeza también se manifestó, goteando, cada viernes, sangre
viva. Ella vivió estos fenómenos extraordinarios como un lugar de oración y
ofrenda, pero con mucho dolor y evitando la visibilidad en todos los sentidos.
Vivió una especial pertenencia al Señor y a su Cruz, testimoniando su amor. Su
vida terrena terminó el 4 de abril de 1848, a la edad de 33 años.
Fenómenos singulares
También entre los siglos XIX y XX, María do Monte Pereira, portuguesa de la isla de Madeira, eligió la Congregación de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús para dedicarse a los enfermos. Desempeñó su servicio y apostolado en varias comunidades, donde fue estimada por sus hermanas y experimentó fenómenos singulares que vivió escondida y con humildad. Instada por su director espiritual, transcribió sus experiencias interiores.
Mujer de gran fuerza moral, se caracterizó por una notable capacidad de autodominio que derivaba de su extraordinaria intimidad con Dios, y fue con la ayuda de la gracia como consiguió afrontar situaciones difíciles, marcadas por su precario estado de salud. Falleció a los 66 años, el 18 de diciembre de 1963.
Fuente: Alfa y Omega