Capítulo 5: DE LA DIGNIDAD DEL SACRAMENTO Y DEL ESTADO DEL SACERDOCIO.
1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y
la santidad de San Juan Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este
Sacramento. Porque no cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y
tenga en sus manos el Sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles.
Grande
es este misterio, y grande es la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es
dado lo que no es concedido a los ángeles. Pues sólo los sacerdotes ordenados
en la Iglesia tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo. El sacerdote
es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su mandamiento y ordenación; mas
Dios es allí el principal autor y obrador invisible, a cuya voluntad todo está
sujeto, y a cuyo mandamiento todo obedece.
2. Así, pues, debes creer a Dios todopoderoso en este
sublime Sacramento más que a tus propios sentidos y a las señales visibles. Y
por eso debe el hombre llegar a este misterio con temor y reverencia.
Reflexiona sobre ti mismo, y mira qué tal es el ministerio que te ha sido
encomendado por la imposición de las manos del obispo. Has sido hecho sacerdote
y ordenado para celebrar; cuida, pues, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe
y devoción en el tiempo conveniente, y de mostrarte irreprensible.
No has
aliviado tu carga; antes bien estás atado con más estrecho vínculo, y obligado
a mayor perfección de santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las
virtudes, y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida. Su porte no ha de ser
como el de los hombres comunes; sino como el de los ángeles en el cielo, o el
de los varones perfectos en la tierra.
3. El sacerdote vestido de las vestiduras
sagradas, tiene el lugar de Cristo para rogar devota y humildemente a Dios por
sí y por todo el pueblo. El tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí,
y en las espaldas, para que continuamente tenga memoria de su sacratísima
pasión. Delante de sí en la casulla, trae la cruz, para que mire con diligencia
las pisadas de Cristo, y estudie en seguirle con fervor.
En las espaldas está
también señalado de la cruz, para que sufra con paciencia por Dios cualquiera
injuria que otro le hiciere. La cruz lleva delante, para que llore sus pecados,
y detrás la lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que sepa que es
medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer el santo
sacrificio hasta que merezca alcanzar la gracia y misericordia divina. Cuando
el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, y edifica a la
Iglesia, ayuda los vivos, da descanso a los difuntos, y hácese participante de
todos los bienes.
Fuente: Catholic.net