Capítulo 34: QUE DIOS ES PARA QUIEN LO AMA, MÁS DELICIOSO QUE TODO, Y EN TODO.
1. ¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor dicha puedo
apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a Dios, y no al
mundo ni a lo que en él está. Mi Dios y mi todo. Al que entiende, basta lo
dicho: y repetirlo muchas veces, es deleitable al que ama. Porque estando Tú
presente, todo es agradable; mas estando ausente, todo fastidioso. Tú haces el
corazón tranquilo y das gran paz y alegría festiva.
Tú haces sentir bien de todo y que te alaben todas las cosas. No puede cosa
alguna deleitar mucho tiempo sin Ti; pero si ha de agradar y gustarse de veras,
conviene que tu gracia la presencie y tu sabiduría la sazone.
2. A quien Tú eres sabroso, ¿qué no le sabrá bien? Y a quien de Ti no
gusta, ¿qué le podrá agradar? Mas los sabios del mundo, y los que lo son según
la carne, no tienen idea de tu sabiduría; en aquéllos se encuentra mucha
vanidad, y en éstos la muerte. Pero los que te siguen, despreciando al mundo y
mortificando su carne, estos son verdaderos sabios, porque pasan de la vanidad
a la verdad, y de la carne al espíritu. A estos es Dios sabroso, y cuanto bien
hallan en las criaturas, todo lo refieren a gloria de su Criador.
Pero diferente y muy diferente es el sabor del Criador y de la criatura, de la
eternidad y del tiempo, de la luz increada y de la luz creada.
3. ¡Oh luz perpetua, que estás sobre toda luz creada! Envía desde lo alto
tal resplandor, que penetre todo lo secreto de mi corazón. Purifica, alegra,
clarifica y vivifica mi espíritu y sus potencias, para que se una contigo con
exceso de júbilo. ¡Oh, cuándo vendrá esta dichosa y deseada hora, para que Tú
me hartes con tu presencia y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que
esto no se me concediere no tendré gozo cumplido. Mas ¡ay dolor! que vive aún
el hombre viejo en mí; no está del todo crucificado, ni perfectamente muerto.
Aún codicia vivamente contra el espíritu; mueve guerras interiores y no
consiente que esté quieto el dominio del alma.
4. Mas Tú, que señoreas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus
ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras;
quebrántalas con tu virtud. Ruégote que muestres tus maravillas, y que sea
glorificada tu diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a
Ti, Señor Dios mío.
Fuente: Catholic.net