Un actor franco-argelino narra su conversión del islam al catolicismo pasando por el protestantismo
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Portaluz |
Nacido en un barrio difícil, rescatado por el
teatro de la delincuencia, en su espectáculo Coming out da testimonio de su
itinerario espiritual y de su camino hacia la verdadera libertad
Es un «salida del armario» decididamente fuera
de lo común puesta en escena por Mehdi Djaadi, un actor de teatro
franco-argelino. No, no es lo que piensas. La representada por Mehdi en su
monólogo titulado ‘Salir del armario’ no es la historia de una salida de un
armario oscuro: es la historia de una conversión, de una mirada que se abre
poco a poco a la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre.
Mehdi Djaadi nació en 1986 en Saint-Étienne
(capital del departamento de Loire), en el distrito de Crêt-de-Roc. Es el
segundo de cuatro hijos de una familia originaria de Argelia, el padre es
obrero y la madre es maestra de jardín de infantes.
Cuando era niño Medhi, cuenta Pierre Jova de La
Vie, era un niño de naturaleza solitaria, con pocos amigos en la escuela. Pero
con un talento: imitar a los demás. Para divertir a sus compañeros imita los
acentos y se viste de acuerdo a los personajes imaginarios que le inspira su
fantasía. Como «Saoud», un joven musulmán de los suburbios devoto como un
saudí.
El primer robo
A los 14 años, el primer inconveniente: Mehdi
roba unos euros de la caja de donaciones de la mezquita para comprar un kebab.
El rumor del robo circula rápidamente y, a mejor modo de «teléfono
descompuesto» termina siendo deformado y magnificado sin medida. Mehdi se
convierte así para todos en el que ‘se fue con la caja registradora’. Una
vergüenza absoluta para su familia de musulmanes piadosos y practicantes. Y
también es el final, de la noche a la mañana, de su reputación como musulmán
modelo ganada de asistir durante años a la escuela coránica.
También termina de mira de los kaid, los capos
que en los suburbios se hacen pasar por policías tratando de hacer prevalecer
sus leyes sobre las del estado (o mejor dicho, de la République). Sea como
fuere, abandona la práctica religiosa al dejar de hacer las cinco oraciones
canónicas diarias de un buen musulmán mientras, dice, “permanece sediento de
absoluto”.
Una conversión dolorosa
Es precisamente esta sed insatisfecha la que lo
lleva, un día, primero a fijarse en una iglesia evangélica en el barrio, y
luego a asistir a ella. Inicialmente lo hace para provocar al pastor local, que
tiene una afirmación extraña a sus ojos: afirma que Jesús es el Hijo de Dios
(‘¡inaceptable desde el punto de vista musulmán!’, comenta Mehdi). Pero esas
reuniones continúan y el pastor no tarda mucho en ofrecerle los evangelios.
Mehdi tiene 16 años: leer esos textos lo estremece profundamente. «Leyéndolos,
quedo impactado de Jesús, empiezo a rezarle, y a vivir una fuerte amistad con
él».
Los años siguientes, sin embargo, no son nada
fáciles: Mehdi, que en 2002 también abandona la escuela, pasa el rato en malos
ambientes. Termina en una red de delincuentes y bandas que se organizan para
defraudar a los bancos. Continúa dirigiéndose a Jesús pidiéndole que cambie su
vida. A los 21 años dejó Saint-Étienne y se fue a Valence (Drôme), invitado por
un editor protestante. Fue él quien lo bautizó, una mañana, en la orilla de
un río del Ardèche.
Está demás decir que el bautismo también marca
una ruptura con su familia: «Mi conversión fue dolorosa para mi familia, que
siempre estuvo ahí para mí». Cuando se hace protestante, su padre, el que
viajaba kilómetros para ir a recuperarlo en las distintas instituciones donde
estuvo preso, el que siempre intentaba apaciguar al juez de menores, al
principio cree que había sido víctima de alguna secta. Hubiera sido mejor para
él saber que fue captado que estar realmente convencido de su elección, un
hecho que para una familia musulmana significa solo dos cosas: deshonra e
inseguridad.
Arrancado de la calle por el teatro
Es el 2008: a Valence las cosas le comienzan a
cambiar. Inicia a asistir a clases nocturnas en el Centro Dramático Nacional,
luego el salto de calidad en la Manufacture, la prestigiosa escuela de
arte dramático en Lausana, Suiza. Un verdadero shock para él, que había dejado
la escuela a los 16 años y ahora tiene que probar suerte en un curso de nivel
universitario. Además, es el único norteafricano entre los alumnos de la
escuela, así como el único de extracción obrera, con referencias artísticas
completamente diferentes a las de sus compañeros, que adoran a directores chic
radicales como Pedro Almodóvar mientras él está fascinado por Denzel Washington
y Goodfellas de Martin Scorsese.
Pero el shock también es espiritual. Al llegar a
Suiza, Mehdi está feliz de estar en la patria del protestantismo, de poder
finalmente descubrir a Calvino. En cambio, descubre un universo que dice ser
tolerante pero es ferozmente anticlerical. En Lausana sufre luego las
tentaciones de la vida estudiantil. No llega a abandonar la palabra de Dios, de
la que sigue alimentándose, pero le cuesta mucho encontrarse en los sermones de
los pastores evangélicos, «muchos de los cuales me parecen un show», dice.
Raptado por la Eucaristía
Llega a fin del primer año de la carrera
exhausto. Es precisamente entonces cuando Jonathan, un amigo católico de la
infancia, le ofrece un retiro espiritual en la antigua abadía trapense de
Sept-Fons (Allier). Mehdi acepta la invitación y experimenta por primera vez la
liturgia de las horas, que tiene el efecto de una «bofetada» en él.
«Como protestante – confiesa – me encantaban
los salmos. Allí está contenido todo el misterio de la Revelación: consolación,
esperanza, alegría, la Jerusalén celestial. Allí, cerca de esos monjes, siento
a Dios cantar dentro en mí. Después voy a la Adoración. Nunca nada ha sido tan
profundo cuanto esta exposición del Santísimo Sacramento. Estoy seguro de que
el Jesús que amo, a quien rezo, está realmente presente. Como si pudiera
hablarle: ¡ahí, ahora! Estoy envuelto en su presencia».
Al salir, encuentra a Jonathan y le dice a
quemarropa: «Ahora entiendo. La adoración de Jesús en la Eucaristía, recuerda
Mehdi Djaadi, «me abre un mundo increíble». Se dirige al fraile portero y le
pregunta: «¿Siempre es así?». Y él le responde: «En cada misa y en cada
adoración». Al salir de la abadía, el joven franco-argelino sintió las lágrimas
mojar sus mejillas: lágrimas de alegría en una mejilla por haber encontrado a
Cristo; lágrimas de tristeza, en la otra mejilla, por no poder aún unirse a Él
en la Eucaristía.
Rodeado del amor de Jesús y de los santos
Los dos años siguientes serán sólo para Dios:
todos los días, a las seis de la tarde, después de las clases, corre a la
basílica de Notre-Dame du Valentin para asistir a la misa vespertina y
participar en el catecismo. El gran día de Mehdi llegó en el 2013, cuando
recibió la Sagrada Comunión y el Sacramento de la Confirmación. «Todos los
confirmados estaban con su familia, con sus amigos… Yo estoy solo en el banco.
Pero cuando me llaman y les respondo: «Aquí estoy», en el fondo escucho: «Aquí
estamos». Me siento rodeado por Jesús y los santos».
Unos años más tarde, en el 2019, Mehdi se
encuentra con el Papa Francisco en Roma. «Y abrazándolo, sentí aún más la
filiación con Jesús». Los conversos a menudo denigran a sus antiguos
correligionarios, sienten la necesidad de una clara ruptura con su pasado. No
es el caso de Mehdi, quien sí muestra un sentimiento de gratitud por todas las
etapas y las personas que lo acompañaron providencialmente hacia su encuentro
con Jesús en la Eucaristía.
«Después de un tiempo doy gracias por lo que he
recibido de los protestantes. Por aquel pastor de Saint-Étienne que me ofreció
el Evangelio, por ese editor de Valence que me tomó bajo su protección. El
Espíritu sopla sobre ellos. Y me atrevo a decir: los evangélicos nos aportan el
celo y el amor de la Palabra; corresponde a nosotros, católicos, compartir con
ellos la belleza de la Eucaristía».
El nacimiento del amor por Francia
Con la fe católica nació también su amor por
Francia y por la cultura francesa, sin dejar de hablar árabe a su barbero ni
dejar de apreciar las tortillas fritas argelinas. Pero además de ser un «hijo
de la Iglesia», Mehdi también empieza a sentirse un “hijo de Francia”. De ello
se dio cuenta gracias a la peregrinación a Compostela, donde en cada esquina
una iglesia, un museo, un queso o un paisaje daban testimonio de una historia
centenaria. Un enseñamiento valioso en una Francia desgarrada por las rupturas
y el separatismo: «Para reconciliarnos con los recién llegados, reconciliémonos
con nosotros mismos», dice el actor.
Actor por vocación
Pero el 2013 es también el año del Manif pour
tous y de las protestas contra la ley Taubira. Y lamentablemente, Mehdi, sólo
por su fe católica, empieza a ser mirado con cierto recelo en
la Manufacture. Y así acaba, aun sin haberse interesado previamente por la
política y sin haber pedido nada, a convertirse en el portavoz del Manif en el
mundo de la cultura atea y progresista, donde pasa por extremista, homófobo, y
reaccionario…
También confiesa que dudó en convertirse en
actor, por temor a ser blanco de la ideología dominante. Hasta que siente que
ser actor es para él una vocación, una llamada, una misión. Su trabajo lo ha
convertido en un puente entre diferentes universos, dándole la oportunidad de tratar
y discutir en profundidad incluso con militantes LGBT. «Entienden que no soy el
católico caricaturizado que imaginan. Una vez superados los clichés, llegamos a
apreciarnos e incluso querernos».
Después de ganar el premio César -el Oscar
francés- por su actuación en la comedia dramática Je suis à vous tout de
suite, en el 2019 Mehdi se casa con Anne. Ese mismo año estrena su
espectáculo en el teatro: el monólogo Coming out donde con delicadeza
y humor cuenta, entre otras cosas, la historia de una conversión progresiva
decididamente fuera de lugar, por no decir inclasificable.
Pero sobre todo reflexiona profundamente sobre
la libertad, la herencia familiar, la convivencia. Demostrando que la luz de
Cristo no oprime, sino que alimenta la creatividad y nos hace verdaderamente
libres.
Pero sobre todo reflexiona profundamente sobre
la libertad, la herencia familiar, la convivencia. Demostrando que la luz de
Cristo no oprime, sino que alimenta la creatividad y nos hace verdaderamente
libres.
Emiliano Fumaneri
Fuente: Aleteia