La voluntad de Dios es el amor, pero concretemos... Una práctica reflexión de la escritora Christine Ponsard
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Sin Dios, no hay nada que podamos
hacer. Por supuesto, cuando decimos que somos capaces de realizar algo, siempre
implica: con la gracia de Dios.
Si Dios
dejara de apoyarnos por un momento, no habría nada que pudiéramos hacer. Si Él
dejara de amarnos por un momento, ya no existiríamos. Dios escoge necesitarnos.
Dios no nos
necesita, en el sentido estricto de la palabra -existe sin nosotros y es
suficiente para sí mismo-, sino que al crearnos, al asociarnos a su obra de
creación y, más aún, a su obra de redención, opta por «necesitarnos».
En cierto
modo, su voluntad ya no puede ser cumplida sin nosotros. Él no puede salvarnos
a pesar de nosotros, no puede obligarnos a aceptar su amor o a amarlo.
Él nos hace
hijos, no esclavos, y el amor de un hijo implica una decisión libre. Para que
su voluntad se cumpla «así en la tierra como en el cielo», Dios cuenta con
nosotros.
¿Cuál es la voluntad de Dios?
No nos corresponde a
nosotros saberlo todo sobre sus planes: basta con que seamos instruidos
sobre la parte que depende de nosotros; para el resto, confiamos en
Él. ¿Pero qué es esta parte? Jesús respondió claramente:
«Amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Amarás a
tu prójimo como a ti mismo«.
Mateo 22,37
Insiste en la víspera
de su muerte:
«Les doy un
mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros«.
Jn 13,34
Esto es lo que Dios
quiere.
La voluntad de Dios
es el amor: que lo amemos a Él
y que amemos a nuestros hermanos.
Sin embargo, amar no
es experimentar sentimientos, sino «dar la vida por los que amas»:
entregarse a sí mismo en cada momento, incluso en los detalles de la vida
cotidiana.
Se me ofrece cada
minuto como una oportunidad para amar a Dios y a mis hermanos, y para dejarme
querer por ellos.
La voluntad de Dios
es que lo haga todo por amor, con todo mi corazón, con total atención a
lo que se me ha dado para vivir «aquí y ahora».
¿Qué hizo Jesús en la
tierra sino hacer la voluntad de su Padre?
No sólo cumplió esta
voluntad el Viernes Santo, sino en cada momento de su vida como hombre.
Cuando jugaba con los
hijos de Nazaret, cuando comía o trabajaba con José, cuando ayudaba a María a
llevar la jarra de agua cuando ella volvía de la fuente o cuando preparaba
pescado a la parrilla para sus amigos, en todas estas pequeñas cosas muy
encarnadas, Jesús hizo la voluntad de su Padre.
En Él, por Él, la
voluntad del Padre se encarna en nuestra vida cotidiana.
En términos concretos, ¿cómo podemos discernir
la voluntad de Dios?
Muchos indicadores nos
son dados por el Señor. Estos incluyen, entre otros: la Palabra de Dios
y la enseñanza de la Iglesia, el consejo de nuestros hermanos y especialmente
de aquellos que tienen autoridad sobre nosotros, los acontecimientos y la
necesidad.
Frecuentemente, en la
vida cotidiana, la voluntad de Dios es clara: si estoy en la oficina o en
clase, la voluntad de Dios es que trabaje lo mejor que pueda; si estoy en un
coche, que conduzca con precaución y bondad, etc.
A veces es más
difícil: tenemos que orar y pedir consejo para encontrar nuestro camino.
En todo caso, estemos
seguros de que cuanto más nos esforzamos por hacer la voluntad de Dios hasta en
los detalles más pequeños de la vida diaria, más nos permite discernir lo que
Él quiere de nosotros.
Varias veces al año,
celebramos a la Virgen María. Su vida estaba llena de pequeños gestos
aparentemente inofensivos, tareas cotidianas que se repetían incansablemente.
Pero en todas estas pequeñas cosas, en cada momento, «aquí y ahora», dijo «sí»
sin reservas a la voluntad de Dios.
Por Christine Ponsard
Edifa
Fuente: Aleteia