20.000 de estos nómadas guerreros de Tanzania han sido bautizados gracias a Maria Stieren
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Hna. María Stieren con miembros de los Barabaig. Dominio público |
Descendientes
del pueblo Datoga, emigrados desde el Valle del Nilo hace más de mil años, los
Barabaig llevan presentes en Tanzania al
menos siglo y medio.
Conocidos
por su ferocidad y por ser un pueblo
nómada y guerrero, hasta no hace mucho no era raro el día en que miembros
de tribus rivales como los Nyaturu aparecían asesinados o que vehículos de viajeros o policías
fuesen robados para aprovechar sus materiales mientras los guerreros apuntaban
con letales lanzas y
flechas envenenadas a sus propietarios.
Sus
día a día no está exento de peligros, pues es costumbre entre sus miembros
dedicarse a cazar a los halots -sus
enemigos- con la única ayuda de su lanza, pudiendo ser estos elefantes o
incluso leones. La recompensa es sugerente: todo el que lo haga pasa a ser
considerado un gran héroe
o ghadyirochand y es recompensado con
ganado, mujeres y un inmenso prestigio dentro de la tribu. La guerra contra
otras tribus es, por último, su mejor práctica defensiva.
Por
eso no es raro que hasta los cristianos evangélicos catalogasen a la tribu como
uno de los "pueblos no alcanzados" junto a otros Datooga, careciendo
por completo de servicios y misiones religiosos al margen de sus tradicionales prácticas animistas.
Esta
tendencia cambio por completo un día a raíz de un dolor casual de una religiosa
que "pasaba por ahí" y, sobre todo, a su posterior tenacidad.
"Amiga" de sanguinarios
cazadores
Nacida
en Fürstenfeldbruck (Alemania) en 1923, María Stieren creció en
Olching. Desde 1958 se trasladó a Tanzania como misionera y en
1976 fundó en Bavaria la orden de las Madres de la Santa Cruz con una fuerte vocación
apostólica que desembocó en la fundación de las Misioneras de la Santa Cruz por la misma Stieren.
Ya
en Tanzania, conduciendo junto a otras religiosas, Stieren comenzó a sentir un
dolor en el pecho que le llevó a desoir la advertencia de sus hermanas del
riesgo que corrían parando en ese momento, pues se encontraban en territorio
del pueblo Barabaig. Acabar con ellas serían pan comido para los más de 30.000 temibles nómadas
guerreros presentes en aquella zona.
Pero
Stieren no reparó en ello y acudió a sentarse bajo un árbol mientras era rodeada por decenas de
miembros de la tribu Barabaig.
La
policía local llegó asustada minutos después, prometiendo defender a la
religiosa si era atacada.
"Son mis amigos",
respondió ella.
Sus
palabras y su confianza tuvieron el efecto pretendido: los nómadas dejaron a
las religiosas tranquilas, en paz, habiéndoles prometido a los guerreros y
"amigos" que volverían a visitarles.
Aquella
zona era especialmente propicia para los encuentros, pues estaba entre otras
dos misiones que había fundado recientemente la religiosa y podía llevar de camino ropa,
mantas, medicinas y tabaco para el pueblo de cazadores.
Enviada por Dios para ayudarles
National Catholic Register recogió las
declaraciones de algunas religiosas que estuvieron con la Madre Stieren sobre
lo que sucedió después de que se repitiesen estas visitas.
Fue
así como uno de los líderes de un clan Barabaig se dirigió a la Madre María
Stieren: "Otras personas no nos quieren, ¿por qué tú sí?".
"Porque soy un enviado de Dios para
vosotros", respondió la religiosa.
Aquella
respuesta fue como si se cumpliese una atávica profecía del pueblo Barabaig,
pues según la tradición oral de los antepasados, llegaría un momento en que
"alguien vendría y les enseñaría sobre Dios".
¿Eres
tú?", le preguntó el anciano a Stieren. "Sí, creo que sí",
respondió ella.
Conforme
avanzaba la conversación, la religiosa era cada vez más consciente de las
necesidades del pueblo Barabaig.
Agua, granjas, escuelas, hospitales... así se
ganó su amistad
"Vienes
a visitarnos de vez encuando mientras nos estamos muriendo con nuestro ganado, sin saber nunca nada
sobre la Verdad. ¿Vendrás y nos la enseñarás?", le pidió un
miembro de la tribu.
Con
aquella conversación, Stieren había eludido incluso el permiso de predicar el
Evangelio porque ellos mismos se lo estaban pidiendo. Lo único que necesitaba
era un lugar para hacerlo y si se lo concedían, ella se comprometía a asistir y enseñar personalmente a
la tribu sobre Dios.
Tras
obtener el visto bueno del líder local, le mostraron el área donde podría asentarse
con sus hermanas y construir la misión, un vasto monte y actualmente un pueblo
llamado Gehandu, a 50 millas de Tanzania.
La
puerta que en muchas ocasiones se había teñido con sangre al intentar ser
traspasada, en el caso de Stieren le había sido abierta de par en par. Pero la
situación, como le anticiparon, no era fácil entre los Barabaig: además de
tener que hacer 50
kilómetros para recibir asistencia médica, no tenían agua potable, electricidad y
prácticamente nada de comida.
Las
religiosas no tenían tiempo que perder: tras un primer abastecimiento de comida
y ropa, comenzaron a perforar pozos en búsqueda de agua, durante los siguientes
16 años alimentaron
regularmente a 8.000 personas y construyeron una granja de 73
hectáreas que hoy sigue alimentando a 200 personas.
Respecto
a la atención médica, las hermanas de la Santa Cruz edificaron una clínica y una farmacia que hoy en día es
dirigida por el joven médico Godlove Gadiel Kiromari.
Miles de bautizados agradecidos:
"Vivimos para recordarla"
Pero
sin duda, el legado de Stieren que más valoran los Barabaig es el de la fe: a
día de hoy, unos 20.000
están bautizados, según la religiosa y compañera de Stieren María Walburga.
"Cuando
los niños empiezan a ir a la escuela y escuchar el Evangelio va cambiando la
cultura y costumbres, pero es un proceso lento porque el paganismo todavía está
muy presente en ellos, es
difícil convertirlos, necesitan tiempo", afirma Walburga.
El
primer paso para llevar a Dios fue el de la caridad. Solo entonces, la madre
María "comenzó a hablarles del Señor y poco a poco se fueron dando cuenta.
La amistas comienza en el estómago y la mente y el alma mantendrán la fe cuando el
estómago esté en paz", añade la religiosa.
Pascali
Vitalis, portero de la misión, miembro de la tribu y converso al catolicismo
muestra su agradecimiento a la Madre María Stieren, fallecida en 2008 tras
décadas llevando la fe, la ayuda y la caridad a los necesitados y alejados de
la fe.
"Nos
ayudó realmente a cambiar nuestra forma de vida pagana y convertirnos en
cristianos -y comenzó- dándonos frijoles, maíz y ayudándonos a construir una
escuela. Hoy vivimos para
recordarla", concluye Vitalis.
Fuente: ReL