Laicos y sacerdotes encarcelados, obispos secuestrados y las Misioneras de la Caridad expulsadas de Nicaragua. «Ha sido una agonía. Hemos podido hacernos uno con Cristo», confiesa la hermana Paola
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Misioneras de la Caridad. Foto: REUTERS/ sacerdote Sunil Kumar |
A lo largo de estos meses, la pareja presidencial ha ordenado el cierre de varios medios de comunicación vinculados a la Iglesia, ha grabado y analizado homilías, ha ordenado la expulsión del país de órdenes religiosas y ha encarcelado a laicos y sacerdotes a partes iguales. En este vía crucis moderno hay dos nombres propios: Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y administrador apostólico de la diócesis de Estelí, y las Misioneras de la Caridad.
l obispo, al igual que otros jerarcas católicos, llevaba mucho tiempo siendo seguido de cerca por la Policía ante su posición crítica sobre lo que está ocurriendo en el país. A Rolando Álvarez no le importaba que los agentes le siguieran a todos lados, como explicó a este semanario su amigo y vicario general de la archidiócesis de Managua, Carlos Avilés, pero se plantó cuando la persecución afectó a su familia de sangre e inició en mayo una huelga de hambre.
El siguiente episodio tuvo lugar el 4 de agosto, cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado encerraron al jerarca y a diez de sus colaboradores —entre laicos, seminaristas y sacerdotes—, en el palacio episcopal de Matagalpa. Un enclaustramiento que terminó el 19 de agosto, cuando la Policía allanó el palacio, se llevó a los sacerdotes a la cárcel y secuestró al obispo, que actualmente está bajo arresto domiciliario.
Expulsadas del país
En el caso de las Misioneras de la Caridad, una de las entidades más queridas en este país profundamente católico
—la misma madre Teresa lo visitó en los años 80 e incluso se entrevistó con Ortega—, la persecución es todavía más palmaria. Las religiosas no han levantado la voz contra el régimen dictatorial en ningún momento. No es su papel. «Nosotras nos dedicábamos a la atención de los más pobres de entre los pobres. Teníamos un asilo para ancianos que no contaban con pensión, y una guardería para cuidar a los hijos de las señoras que tenían que ir vendiendo fruta o ropa por la calle. Teníamos también un comedor para 133 personas y dábamos comida a las familias necesitadas. Y, en Granada, una casa para niñas que habían sido abusadas», explica para Alfa y Omega la hermana Paola, que llevaba algo más de siete años en el país.
A pesar de esta labor caritativa, a las religiosas primero les cancelaron la personalidad jurídica y, después, las expulsaron del país. «Habían sacado una ley por la que el 75 % de las hermanas tenían que ser nicaragüenses. No cumplíamos esa cuota, les pedimos ayuda y nos llamaron el 13 de junio a Gobernación». En vez de ayudar a las monjas, «empezaron a lanzar una serie de acusaciones que prefiero no comentar porque fueron muy injustas y nos despidieron de muy malas formas», asegura Paola. A partir de ahí, «pararon nuestra labor, estuvieron investigando todos nuestros papeles, que los teníamos en regla, y poco después nos expulsaron». El martes 6 de julio tuvieron que salir 18 religiosas de tres comunidades distintas.
—¿Qué pasó con las personas a las
que atendían?
—El día antes de salir vino un grupo
de Sant’Egidio y llevó a los ancianos a las casas de otras órdenes. La
guardería la tuvimos que cerrar. Y las niñas que habían sido abusadas, todas de
entre 8 y 13 años, tuvimos que entregarlas a sus familias. Imagínate lo que fue
para ellas volver a su casa. Se iban todas llorando, y nosotras también.
Tras salir de Nicaragua, las
religiosas llegaron a Costa Rica y ya han sido distribuidas por Centroamérica.
Paola y otras tres hermanas van a abrir una casa en Cañas, en Costa Rica, que
está en la frontera con Nicaragua y está lleno de nicaragüenses. «Las
superioras vieron que era un buen sitio. Vamos a seguir sirviendo a Nicaragua
desde fuera».
—¿Se puede hablar de persecución
religiosa?
—Totalmente. No hay ninguna duda de
que hay una clara persecución contra la Iglesia. Para nosotras ha sido una
agonía. Hemos podido hacernos uno junto a Cristo en la cruz y con María a los
pies de su Hijo.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega