Los sacramentos son una serie de signos eficaces mediante los cuales se recibe la gracia de Dios
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Foto: Vatican News |
-¿Qué son los sacramentos?
Los
sacramentos son signos
eficaces mediante los cuales se recibe la gracia de Dios. Fueron
instituidos por el propio Jesús y confiados a la Iglesia por los cuales es
dispensada la vida divina. Los sacramentos son siete y se suelen
administrar espaciados a lo largo de la vida de una persona, desde el primero,
el bautismo, hasta la unción de los enfermos.
A
diferencia de otros signos similares, los sacramentos imprimen carácter y realmente realizan, o
efectúan, lo que representan. Se consideran, por tanto, los hitos más importantes en la
vida cristiana de una persona.
-¿Cuáles son los sacramentos?
Los sacramentos son
siete y están clasificados en tres partes: de iniciación, de curación y de
servicio a la comunidad. De iniciación son tres: bautismo, confirmación y
eucaristía. De curación son dos: reconciliación y unción de los enfermos. Por
último, de servicio a la comunidad son otros dos: orden sacerdotal y matrimonio.
La mayoría de ellos
solo pueden ser administrados por un sacerdote. El bautismo, en
ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier seglar. Además, en el sacramento del matrimonio
los ministros son los mismos contrayentes.
-¿Qué dice el Catecismo sobre los
sacramentos?
"Los
sacramentos son signos
eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los
cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales
los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de
cada sacramento. Dan fruto
en quienes los reciben con las disposiciones requeridas" (1131,
Catecismo de la Iglesia Católica).
-¿En qué consiste cada uno de ellos?
Bautismo:
Es
el primer sacramento que reciben los católicos, y es gracias al que se convierten en hijos de Dios. Durante la
celebración de este sacramento, la persona es introducida en el agua, que representa la muerte
por el pecado, para ser llevada a la resurrección en una nueva vida en
Cristo. En el Bautismo se
libera a la persona del pecado original, y todos sus pecados son
perdonados. Aunque la mayoría de católicos se bautiza cuando son pequeños, y
así es conveniente, una persona puede ser bautizada a cualquier edad.
El
nombre de bautismo (baptizein en griego) significa "sumergir" o
"introducir dentro del agua". La Biblia hace referencia a este
sacramento en numerosas ocasiones y lo vincula estrechamente con Jesús, quien
se hace bautizar por Juan el Bautista en el Jordán y, después de su
resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado".
Sin
embargo, es desde el día
de Pentecostés cuando la Iglesia ha celebrado y administrado el Bautismo.
Es el propio San Pedro el que anima a ello: "Que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (Hch 2,38).
El
rito del bautismo se suele
realizar mediante la triple inmersión en el agua bautismal, o derramando
tres veces agua sobre la cabeza del candidato. Esta
triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "Yo te bautizo
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Durante la
celebración de este sacramento tiene lugar, también, la unción con el santo crisma: óleo
perfumado y consagrado por el obispo, que significa el don del Espíritu Santo
al nuevo bautizado.
Esta
primera unción que se da en el Bautismo anuncia una segunda, que tendrá lugar en la Confirmación. La
vestidura blanca que se porta durante el rito simboliza que el bautizado se ha
"revestido de Cristo" (Ga 3,27). Mientras que el cirio, que se
enciende en el Cirio Pascual, significa
que Cristo ha iluminado al bautizado.
Confirmación:
La
confirmación forma parte de los sacramentos llamados de iniciación cristiana, su recepción es, por tanto,
necesaria para alcanzar la plenitud de la gracia obtenida en el bautismo.
La confirmación une con una mayor intimidad a la persona que lo recibe con la
propia Iglesia, y la enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo. Este carácter convierte a los
confirmados en testigos de Cristo y en fieles defensores de la fe.
Ya
en el Antiguo Testamento se anuncia al gran protagonista de este sacramento:
"El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí, por cuanto me ha ungido
Yahvéh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado" (Isaías 61
1-2). Pero, el Espíritu Santo es, también, una constante en
las palabras de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles
cuentan que los que se
hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo mediante la
imposición de las manos y de la oración. Esta imposición de manos ha sido considerada por la tradición
católica como el primitivo origen del sacramento de la confirmación.
Por
medio de la unción con el aceite, el confirmando recibe "la marca",
el sello del Espíritu Santo. La unción del santo crisma en la confirmación es
el signo de una consagración. La liturgia de este sacramento comienza con la renovación de las
promesas del bautismo y la profesión de fe de los candidatos. El
obispo extiende las manos sobre todos ellos, gesto que, desde el tiempo de los
apóstoles, es el signo del don del Espíritu. El ministro encargado de la confirmación es el obispo,
aunque puede, en caso de necesidad, concederle ese privilegio a otros
presbíteros.
El efecto del
sacramento de la confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo. Un hecho
que confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal y
que introduce más profundamente al cristiano en su filiación divina, lo
une más a Cristo, aumenta en él los dones del Espíritu Santo y hace más
perfecto su vínculo con la Iglesia. La confirmación, como el bautismo, imprime en el alma del cristiano un
carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la
vida.
Este
sacramento lo puede recibir cualquier bautizado, no confirmado, que haya
alcanzado "la edad del uso de razón". En peligro de muerte, se debe
confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad necesaria. Para
recibir la confirmación es
preciso recurrir al sacramento de la penitencia y conviene que los
candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina.
Conviene que sea la misma persona que para el bautismo, a fin de subrayar la
unidad entre los dos sacramentos.
Eucaristía:
Es
uno de los sacramentos que da sentido a la vida del cristiano. La Eucaristía
queda instituida por el propio Jesús durante la cena de Pascua con sus
discípulos: "Tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: 'Esto es mi cuerpo que va a ser
entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo, después
de cenar, tomó el cáliz, diciendo: 'Este cáliz es la Nueva Alianza en mi
sangre, que va a ser derramada por vosotros'". Cada vez que se pronuncian
estas palabras durante la Eucaristía, lo que antes era pan y vino ahora, bajo esa apariencia, es el
cuerpo y la sangre de Cristo.
La
primera vez que un cristiano participa plenamente del sacramento de la
Eucaristía ("la primera comunión") suele tener lugar entre los siete y los doce años de edad.
Para ello deberá haber recibido antes el sacramento del bautismo y el de la
confesión. La ceremonia tiene lugar en torno a la celebración Eucarística, y en
todos los casos debe ser oficiada por un sacerdote.
Reconciliación:
Aunque
el bautismo borra todo pecado, el cristiano no está exento de volver a caer. Para subsanar estas culpas está el
sacramento de la reconciliación. Así lo afirma el mismo Padrenuestro:
"Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden". Fue Jesús el que instituyó en vida este sacramento: "Al dar
el Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio
poder divino de perdonar los pecados: 'Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos'" (Jn 20, 22-23).
El
sacramento de la reconciliación, al que se le llama también de la confesión,
del perdón o de la curación, fue
conferido a los obispos, sucesores de los apóstoles, y a los presbíteros.
Para poder recibir este sacramento, el cristiano deberá cumplir cinco
pasos:
Examen
de conciencia: Analizar
los fallos que se han cometido.
Dolor
de los pecados y la contrición del corazón: Arrepentirse de las culpas cometidas.
Confesar
todos los pecados: Trasladar
al confesor las faltas que se reconocen.
Propósito
de enmienda: Tener el
deseo profundo de subsanar los fallos.
Cumplir
la penitencia: Pagar con
buenas obras los errores.
Unción
de los enfermos:
El
mayor signo de cercanía que tiene un cristiano con Dios, cuando se atraviesa un
momento de enfermedad, es el sacramento de la unción de los enfermos. El
Concilio de Trento habla así de este sacramento: "Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo
nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente
dicho, insinuado por Marcos y recomendado a los fieles y promulgado por
Santiago, apóstol y hermano del Señor".
La
unción de los enfermos no
es un sacramento solo para aquellos que están a punto de morir. Si un
enfermo recupera la salud, puede, en caso de otra enfermedad grave, recibir de
nuevo este sacramento. También se puede recibir de forma reiterada en el curso de la misma
enfermedad. Solo los sacerdotes son ministros de la unción de los
enfermos. Este sacramento se celebra de forma litúrgica y es conveniente que
sea dentro de la Eucaristía. Si las circunstancias lo permiten, el sacramento puede ir precedido
del sacramento de la penitencia y seguido del sacramento de la Eucaristía.
Lo
esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción con óleo sagrado en la
frente y las manos del enfermo, unción acompañada de la oración litúrgica del
sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este
sacramento. La gracia primera de este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y
de ánimo para vencer las dificultades. Por la gracia de este
sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la
Pasión de Cristo.
Orden Sacerdotal:
El
sacramento del orden sacerdotal consagra al ministerio del servicio a
cristianos adultos, varones y célibes (exceptuando los diáconos permanentes)
que tienen la autoridad
para ejercer funciones referidas al culto de Dios y a la salvación de las almas.
Este
sacramento está dividido en tres grados:
El
Episcopado
El
Presbiterado
El
Diaconado
La
doctrina católica indica que este sacramento se confiere a aquellos que, habiendo recibido un particular
llamado de Dios y luego de haber discernido su vocación al ministerio
sacerdotal, son considerados idóneos para el ejercicio de este.
El
rito esencial del sacramento está constituido por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando,
así como por una oración consagratoria específica que pide a Dios la efusión
del Espíritu Santo. Los obispos válidamente ordenados, que están en la
línea de la sucesión apostólica, son los encargados de conferir los tres grados
del sacramento del orden.
El
sacramento del orden otorga un carácter espiritual indeleble que no puede ser
retirado ni ser conferido para un tiempo determinado. Un sujeto válidamente ordenado puede, por causas graves, ser
liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, pero
no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto.
Matrimonio:
El
sacramento del matrimonio es uno de los siete sacramentos. Su importancia queda
reflejada en numerosos pasajes a lo largo del Evangelio. Como, por ejemplo, en
las palabras de san Pablo en la carta a los Efesios: "Maridos, amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla", y añadiendo enseguida: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y los dos se harán una sola carne". La presencia de Jesús
en las bodas de Caná, y el milagro que realiza en ellas, también revisten a
este sacramento de una gran importancia.
A
diferencia del resto de sacramentos, los ministros del matrimonio son los propios esposos. El
sacerdote (o el diácono) que asiste a la celebración, recibe el consentimiento
de los esposos en nombre de la Iglesia. La presencia del ministro y de los
testigos expresa que el matrimonio es una realidad eclesial. La Iglesia entiende que el
matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente que
sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia. La celebración del
matrimonio tiene lugar ordinariamente -pero no necesariamente- dentro de la
Santa Misa.
Para
que este sacramento sea válido es vital que los dos protagonistas sean libres
para recibirlo. La
Iglesia, por tanto, considera el intercambio de los consentimientos entre los
esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio". El
consentimiento consiste en un acto humano, por el cual los esposos se dan y se
reciben mutuamente: "Yo te recibo como esposa...".
Para
la Iglesia el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el
matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto. Este vínculo que resulta del acto
humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad
irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de
Dios.
Fuente: ReL