La celebración presidida por el obispo y concelebrada con los presbíteros de la diócesis en la que se consagra el santo crisma y los restantes óleos
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© Damien MEYER / AFP |
La misa
crismal, presidida por el obispo y concelebrada con los sacerdotes de la
diócesis, es la celebración en la que se consagra el Santo Crisma (de aquí el
nombre de misa crismal); y bendice además los restantes óleos o aceites (para
los enfermos y los que se van a bautizar).
La palabra
crisma proviene de latín chrisma, que significa unción. El
crisma es la materia sacramental con la cual son ungidos los nuevos bautizados,
son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y
sacerdotes, entre otras funciones.
La consagración
del crisma y la bendición de los otros dos aceites ha de ser considerada como
una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo.
Ordinariamente
esta misa se celebra en la catedral de cada diócesis el Jueves Santo; pero, por
razones de conveniencia pastoral, se puede adelantar a uno de los días de la
Semana Santa.
Haberla fijado
el Jueves Santo no se debe al hecho de que ese sea el día de la institución de
la eucaristía, sino sobre todo, a una razón práctica: poder disponer de los
santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para
la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia
Pascual.
Así pues el
Santo Crisma, es decir, el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu
Santo, se nos da junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de
nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos.
La materia
apta para el sacramento debe ser aceite de oliva. El crisma se hace
con óleo y aromas o materia olorosa.
Es conveniente
recordar que no es lo mismo el Santo Crisma que el óleo de los catecúmenos y de
los enfermos; estos sólo son bendecidos, como se ha dicho más arriba, y pueden
hacerlo otros ministros en algunos casos.
El rito de esta
misa, de la misa crismal, incluye la renovación de las promesas
sacerdotales. Tras la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar
su consagración y dedicación a Cristo y a la Iglesia.
Juntos prometen solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer el santo sacrificio en su nombre y conducir a otros a él.
Los textos de
la misa presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio ministerial;
sino también relativo al sacerdocio general de los fieles. En la antífona de
entrada, la asamblea aclama: «Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho
sacerdotes de Dios, su Padre».
En esta misa
crismal no se dice el Credo. Tras la renovación de las promesas
sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar; allí, el obispo
los puede preparar, si no lo están ya.
En último lugar
se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un sacerdote. Tras ellos se
acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía.
Después
del Sanctus se bendicen el óleo de los enfermos; y tras la oración,
después de la comunión, se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el
Santo Crisma.
Henry
Vargas Holguín
Fuente: Aleteia