Sacerdote y escritor de éxito, una combinación no demasiado frecuente últimamente
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Pero, después de él, llegaron otros trabajos más, como
‘Entusiasmo’ o ‘El estupor y la maravilla’, que le han consagrado como una
referencia para muchos miles de personas interesadas en la espiritualidad y la
meditación. De hecho, d’Ors es fundador también de la red ‘Amigos del desierto’,
dedicada a la práctica contemplativa.
En su último libro, ‘Biografía de la luz’, Pablo d’Ors da un paso
más y se atreve a releer los Evangelios desde la clave del aprendizaje y el
desarrollo espiritual. Revisa los textos sagrados con una mirada mística y
sapiencial. Y así, cada historia y cada episodio se presentan ahora como
oportunidades para que el lector -o la comunidad de lectores- se haga preguntas
en relación con su propia vida, y encuentre pistas para su aprendizaje.
“En mi infancia los escuchaba o leía (los Evangelios) como cuentos
o mitos; de joven, aprendí a leerlos en clave teológica e histórico-crítica;
más tarde, convencido de su inmensa riqueza, lo hice desde una perspectiva
moral y pastoral. Siendo útiles y necesarios, estos tres tipos de lectura del
texto sagrado admiten y hasta piden una cuarta: la simbólica, sapiencial o
mística”. Que es justamente la que se desarrolla en la ‘Biografía de la luz’.
Los misterios, las pruebas del testigo, las promesas de plenitud,
las condiciones del discipulado, las terapias del espíritu o las trampas de la
mente son algunos de los asuntos que se abordan a la luz de los Evangelios.
Como también las metáforas de la identidad, las pasiones del alma o los
destellos de realidad.
Pablo d’Ors no oculta que la ‘Biografía de la luz’ ha surgido en
un momento especialmente complicado de su existencia.
Lo explica en el epílogo del libro: “Vivía -como siempre, pero
más- en una flagrante contradicción: mis libros se vendían más que nunca y
estaban en los escaparates de las mejores librerías; ganaba dinero y firmaba
contratos de traducción con prestigiosas editoriales extranjeras; la red de
meditadores que había creado se expandía y multiplicaba por todas partes; y
cientos de lectores me escribían a diario manifestándome su afecto y
admiración. Sin embargo, mientras todo esto sucedía, yo me escondía para llorar
en mi habitación”. Y es que los dolores de espalda que le afligían, fruto de
una artrosis facetaria, eran “tan intensos y persistentes que no podía sentarme
a escribir ni a meditar”. En este contexto, en plena lucha contra el monstruo
interior, surge la ‘Biografía de la luz”.
“La batalla contra el monstruo no la vencemos normalmente hasta
que está a punto de devorarnos. Hemos de llegar a ese extremo. Es penoso tener
que sufrir tan larga intensamente, pero a la paz del corazón suele llegarse en
medio de un gran pánico, cuando parece que ya no lo soportarás más”, explica
Pablo d’Ors. “De pronto, en medio de esas tinieblas, te das cuenta de que has
dado el salto”. Y la luz se abre paso.
Pablo d’Ors tuvo la gentileza de responder a las preguntas de
Aleteia con un extraordinario ejercicio de concisión. “La verdad es sencilla”,
defiende el escritor. Y la brevedad es su aliado.
-En el epílogo explica que empezó a
escribir sobre la luz en una etapa personal de profunda oscuridad.
-Así es. El alumbramiento debe ir precedido de una gestación. El
día empieza a abrirse cuando es más de noche.
-¿Qué Dios misterioso es este Dios
cristiano que no se hace presente en la felicidad sino en el sufrimiento y los
momentos de máxima debilidad del individuo?
-Dios es el presente, la presencia. Es sólo que es en la oscuridad
cuando más necesitamos y buscamos la luz.
-Dios no resuelve los problemas del
mundo, ni los explica, afirma. Y la frase está en plena sintonía con lo que
plantea Alvaro Pombo en ‘La ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios’. Es una
visión muy exigente, incluso áspera, de la fe.
-Dios no resuelve ni explica. Hace algo mucho más hermoso y
necesario: participa.
-Y ¿de qué modo participa Dios?
-«Todo lo que sucede en la vida de Cristo, sucede siempre y en
todas partes», escribió Jung. Escribí Biografía de la luz, mi último título,
para explicar esto y responder a esa pregunta.
-“Casi nadie cree realmente en Dios en
este mundo”, asegura. Y sugiere que incluso muchos de los que se consideran
cristianos, en realidad, viven como si Dios no existiera. No está fácil.
-Nos hemos olvidado de que no sólo de pan vive el hombre. Pan y
palabra deben ir juntos siempre, siempre.
-¿Cómo curar esa desmemoria?
-Sentándonos todos los días 25 minutos en silencio y quietud. Eso
nos va despertando poco a poco.
-Bien pensado, resulta sorprendente
que una lectura mística o sapiencial del evangelio, como la que plantea en
‘Biografía de la luz’, sea una novedad. ¿En qué consiste esa novedad?
-En presentar a Jesús no como sacerdote o como profeta, sino como
maestro de la consciencia unitaria o no dual.
-Necesitamos espejos para entender
quiénes somos, afirma en su libro. ¿Tenemos ahora buenos espejos? ¿No está muy
embarullado el ecosistema de la ejemplaridad?
-Hay muchísimos espejos válidos, muchos más de los que necesitamos.
Es sólo que están empañados.
-Advierte contra la solemnidad. ¿El
exceso mata la verdad?
-La solemnidad suele estar cerca del fasto y de lo artificioso, y
eso nos aleja de la verdadera vida. La verdad es siempre sencilla. Podrá ser
articulada y rica, pero sencilla.
-“Quien no huye de lo convencional
pone en grave peligro su alma”. Parece una afirmación sorprendente, que
desconcertará a muchos. Los creyentes suelen creer lo contrario.
-Todos somos diferentes, maravillosamente diferentes. La uniformidad
y el gregarismo no son buenos caminos. La masa no es uno de los nombres de
Dios.
-Vivimos tiempos de relativismo
obligatorio. Hoy afirmar alguna verdad es interpretado como intolerancia,
cuando no incitación al odio. ¿Es posible construir sociedad así?
-El relativismo no es obligatorio, aunque sea la tendencia social
dominante. Es cierto que se identifica erróneamente verdad con fanatismo. Pero
los fanatismos caerán y la verdad permanece siempre. Antes o después, se verá
que esto es así.
-Y entretanto ¿qué hacemos?
– Entretanto no respondemos fanáticamente al fanatismo. La
violencia nunca se sana con más violencia, sino con amor. La única forma de
acabar radicalmente con una injusticia es estar dispuesto a padecerla.
-Buscamos a Dios, pero usted nos advierte
de que no lo encontraremos jamás. Parece desalentador.
-Si te encuentras con Buda, mátalo. A Dios hay que ir sin Dios.
-Y eso ¿cómo se hace?
-Sólo con el silencio. El silenciamiento interior desmonta toda
idea que tengamos de Dios y nos purifica de la idolatría y hasta de la
religión. Una religión que no lleve al espíritu no pasa de ser folclore o, en
el mejor de los casos, cultura.
-La mansedumbre es una de las virtudes
cristianas peor consideradas hoy. Sin embargo, usted la defiende con
entusiasmo.
-Lo que antes se llamaba mansedumbre se llama hoy aceptación, pero
en esencia es lo mismo. La aceptación de lo real es el principio de la
sabiduría.
-Al desierto no se va a vivir una
experiencia, sino porque no nos queda más remedio. Esta idea de los ‘paquetes
de experiencias’ ¿es otro modo de devaluar la vida?
-Si no vas al desierto tú, la vida se encargará de llevarte. O te
purificas o te purifican. Una experiencia es la consciencia de una vivencia.
-O por decirlo de otro modo: ¿hasta
qué punto las experiencias se buscan o se encuentran?
-Si no las encuentras tú, te encuentran ellas a ti. Pero es
difícil librarse de ellas, aunque hay algunos verdaderos maestros de la fuga y
artistas en el blindarse.
-“Si la naturaleza del sím-bolo es
unir, la del día-bolo es separar”. A juzgar por la división de nuestro mundo se
diría que el diablo está en su salsa.
-Hay muchos diablos sueltos, desde luego -digámoslo así-; pero los
ángeles son más. No hay comparación.
-Y ¿dónde diría usted que están los
ángeles?
-Aquí.
-El núcleo central de la tentación es
hacer que la persona se crea autosuficiente. Y, sin embargo, la autosuficiencia
es hoy el gran dogma, la gran aspiración de nuestro tiempo.
-Hemos establecido la independencia como el ideal máximo, cuando
lo cierto es que no somos independientes, sino interdependientes.
-“Nos constituye el sí que damos a la
realidad y el no que damos a la ilusión”, plantea. Casi es un programa de vida.
Pero ¿cómo distinguir una de otra en estos tiempos engañosos?
-La realidad, bien aceptada y asumida, lleva a una paz duradera;
la ilusión, en cambio, sólo proporciona una paz y un disfrute muy fugaces. Ese
es el criterio para distinguirlas.
-“Es imposible vivir del Espíritu
dejándose llevar por la corriente. Más bien al contrario, la fe planta cara al
mundo, busca dialogar con él, pero en ocasiones también necesita distanciarse”,
escribe en Biografía de la Luz. ¿Cómo dialogar con un mundo que no sólo niega a
Dios y endiosa a los hombres, sino que considera mal lo que hasta ayer era
visto como bien, y viceversa?
-Se trata de estar en el mundo sin ser de él, para lo cual hay que
alejarse de él de cuando en cuando, periódicamente. Si no te alejas, no sabes
que no se ha apoderado de ti. El diálogo, como el amor, es el arte de la
cercanía y de la distancia.
-¿Y la guerra cultural?
-Gandhi nos dio instrucciones muy precisas para una cultura de la
paz. Si releyéramos «Mis experimentos con la verdad», su autobiografía,
descubriríamos que la no violencia no es un mero ideal, sino una pedagogía.
-El sufrimiento es un tabú de la
modernidad. Hay que evitarlo a toda costa y se considera casi obsceno sugerir
que pueda generar algún beneficio. ¿Cómo deberíamos relacionarnos con él?
-Mirarlo breve y amorosamente.
Vidal Arranz
Fuente: Aleteia