¿Cómo pueden las comunidades religiosas, en especial las contemplativas volver a atraer a jóvenes? Responde en esta entrevista el sacerdote Juan Carlos Ortega, director del Instituto Pontificio Claune
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Es un hecho innegable que en algunos países, particularmente en
Europa, disminuye el número de jóvenes que deciden dedicar su vida a Dios en
conventos o monasterios que ponen en el centro de su vida la oración y el
trabajo.
Para comprender qué pueden hacer estas comunidades para recuperar
su capacidad de atracción entre los jóvenes que sienten el llamado de Dios,
Aleteia ha entrevistado al sacerdote Juan Carlos Ortega L.C., director del
Instituto Pontificio Claune.
Presentamos a continuación la segunda parte de la entrevista al
responsable de esta obra de la Iglesia dedicada específicamente a la ayuda de
las monjas y monjes. En la primera parte, el
padre Ortega había abordado el mayor problema que hoy viven los monasterios.
– No se puede negar que nos
encontramos ante una disminución de las vocaciones religiosas, sobre todo en
las comunidades de contemplativas y de contemplativos. ¿Cuál considera usted
que es la causa?
Hoy día se da una disminución de vocaciones a la vida consagrada a
causa de factores evidentes, como por ejemplo la disminución demográfica: antes
había familias con ocho hijos, con cuatro hijos, con doce… Era más fácil poder
encontrar vocaciones en esas familias. Ahora hay familias con un hijo o cono
dos. Desde el punto de vista sociológico, eso hace que sea más difícil, que una
joven o un joven decida consagrarse a Dios en la vida monástica.
Otra causa de este fenómeno es la visión laicista: la falta del
espíritu religioso que se da en la sociedad. No podemos negar que también
influye. No
pueden salir las vocaciones de las piedras, sino de las personas que tienen una
relación con Dios. Y, al tener esa relación con Dios, logran
escuchar la invitación de Dios a seguirle en la vida consagrada.
Estas causas son válidas para todo tipo de vocación a la vida
religiosa, ya sea apostólica o contemplativa, o al sacerdocio.
Ahora bien, si analizamos en particular la falta de vocaciones a
la vida contemplativa, de monjas y monjes, entonces podemos constatar que la primera
causa es la falta de conocimiento de su papel e importancia tanto
en la sociedad como en la Iglesia.
Para que se den estas vocaciones es necesario tomar conciencia de
la importancia de la vida contemplativa; es necesario que la gente comprenda
que los monjes y monjas están realizando algo que nosotros no tenemos el tiempo
de realizar: dedicar nuestra vida a la relación con Dios.
Muchas veces, cuando hablo con personas que tienen fe, me
confiesan que desearían mayor tiempo, más calma, para poder tener una relación
con Dios, para poder reflexionar, para poder no vivir con ese estrés.
En ese misterio del cuerpo místico de Cristo, en el que nos
estamos relacionando unos con otros, existe este número de personas que se
dedican de modo especial a ese aspecto que necesita el ser humano y que
necesita la sociedad: la vida espiritual y la relación con Dios.
Los frutos que las monjas y monjes contemplativos van logrando no
son solo para ellos, sino que son para toda la sociedad, para todas las
personas que lo necesitan.
De hecho, uno de los servicios que ofrecen las consiste en recibir
intenciones: reza por esa intención, con nombre y apellidos. Quizá nosotros no
lo podemos hacer. Es como una función social que está especializada. Ellas y
ellos se especializan en ponernos en relación con Dios, aunque a nosotros nos
parezca que no estamos en esa relación.
La segunda causa de la falta
de vocaciones a la vida contemplativa es la falta de una formación adecuada para
que los contemplativos puedan comprender las necesidades de nuestra sociedad.
Este es un punto en el que la Santa Sede, en sus últimos documentos, ha insistido
mucho. Hay que enriquecer la formación de la vida contemplativa.
Esta falta de formación es también una de las causas por las
cuales no es tan atrayente la vida contemplativa. Antes los monasterios eran
lugares de cultura, lugares de donde se enriquecía a la gente. Ahora esa
riqueza es a nivel espiritual, pero convendría ampliar más esa capacidad de
ayuda: con el consejo espiritual, con la capacidad de ofrecer consuelo ante una
necesidad.
Hay una tercera causa de la falta de
vocaciones a la vida y puede llamar la atención: es el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo, en estos momentos que atraviesa la Iglesia, ha suscitado el valor del
laico.
Estamos en un periodo de la Iglesia, donde el Espíritu Santo está
diciendo: el laico es el que tiene que ser promovido, y es el que tiene que
alcanzar una mayor plenitud como laico. No olvidemos este aspecto: hacen
falta vocaciones, sí; pero lo que quiere sobre todo son laicos bien formados,
laicos generosos, laicos entregados a la Iglesia y a la sociedad.
Eso no significa que no se necesiten sacerdotes, que no se
necesite vida religiosa, que no se necesite vida contemplativa. Hay una
causa muy profunda, muy real y es que hay que formar bien al laico como
cristiano bautizado. Nos encontramos ante un fenómeno suscitado por el Espíritu
Santo, que tenemos que respetar y que tenemos que acoger.
– En estos últimos años, estamos
viendo fenómenos en comunidades de contemplativas que han crecido de una forma
espectacular. Chicas jóvenes, universitarias que lo dejan todo, para entrar en
el monasterio. ¿Qué opinión tiene usted de este fenómeno?
Esta situación vocacional no es del todo uniforme. Es decir, no es
que una diócesis vaya muy bien y en otra diócesis muy mal. Por otra parte,
tampoco se da a nivel de órdenes religiosas: hay carmelitas con monasterios
llenos y carmelitas con monasterios que se están vaciando. Hay dominicas que
tienen mucho esplendor y otras que no logran ese aspecto vocacional.
Es complejo lograr descubrir cuáles son las causas, si dejamos al
Espíritu Santo a un lado para encontrar esta respuesta.
En el caso de los monasterios que tienen vocaciones, podemos
constatar que tienen un espíritu que puede calificarse con una palabra que no
sé si es oportuna: son “rompedores”, han logrado encontrar modos de acercarse y
de darse a conocer a la sociedad y a la Iglesia, manteniéndose fieles al
espíritu propio.
Han logrado encontrar caminos para poder compartir su vida: por
ejemplo, acogiendo a voluntarios o voluntarias, o colaboradores en servicios
del monasterio.
De esa manera, los jóvenes pueden conocer por dentro y más
cercanamente lo que es la vida contemplativa. Manteniendo la clausura, han
logrado crear una relación más cercana con la gente.
Han encontrado un camino de proyección, una misión, que no se
reduce únicamente al aspecto de contemplación y de relación con Dios.
Son detalles que habría que ir examinando. En estas comunidades,
vemos que han logrado conectar de alguna manera con la sociedad, pero sin
descuidar su espiritualidad y su vida relación con Dios.
También la gran mayoría de estas comunidades han logrado
enriquecer la relación interpersonal no solamente con Dios sino también entre
ellas mismas, dentro de la vida comunitaria, respetando el silencio que es
propio de la vida contemplativa. Por una parte, viven la oración personal
con Dios Nuestro Señor, pero entre ellas se da una interrelación más rica,
Están ayudando mucho los medios
digitales para poder entrar en conexión con los jóvenes y con la sociedad. Hay
que seguir trabajando. Hay comunidades que tienen mejor preparadas para estos
cambios; otras no. Lo importante es lograr insertarse, interactuar más con la
sociedad, pero manteniéndose muy fiel a lo que es su espiritualidad, porque si
no, ya no tienen nada que dar. Lo hermoso es que hay que aportar lo que es
propio de la vida contemplativa.
– España tiene una tercera parte del
número total de monasterios de la clausura del mundo, ¿Cómo ve usted los
próximos años?
Yo desearía que España no se mantuviera con la tercera parte de la
vida contemplativa, pero no tanto porque disminuya en España, sino porque se
acreciente en otros lugares de la Iglesia.
La vida contemplativa es un don para la Iglesia; es una necesidad
que tiene la Iglesia de que haya personas que se dedican centralmente a nuestro
Dios, a darle culto y alabarle. Darle el amor que Él se merece, dado que
nosotros no podemos dárselo. Porque como él mismo nos lo pide, estamos
preocupados en hacer crecer el mundo y que el mundo cada día sea mejor.
En los informes que anualmente mando a la Santa Sede, pues al ser
un instituto pontificio tengo que informar, insisto en la conveniencia y
necesidad, de promover entre los obispos de todo el mundo la vida
contemplativa.
Es necesario que en cada diócesis haya al menos un monasterio de
vida contemplativa; porque cada diócesis necesita de estas mujeres, de estos
hombres, que hablan al exterior con su ejemplo; pero también oran por ellos y
están ante el Señor intercediendo por todas nuestras necesidades.
Por eso yo desearía que otros muchos países pudieran contar con
más monasterios y que España, aunque mantuviera sus números, dejara de tener un
tercio de esas comunidades.
No hay que mantenerlo solamente como una riqueza española, sino
que hay que lograr que la vida contemplativa crezca en todos los lugares donde
está presente la Iglesia.
– ¿Qué podemos hacer para ayudar a
las comunidades de clausura?
Lo primero que se menciona es la ayuda material. Es un hecho que
los monasterios siempre necesitarán esa ayuda, sea en especie o sea con
dinero.
Dejando este aspecto, que es muy necesario, porque somos humanos;
una de las cosas que hay que promover es algo muy sencillo: conocer y visitar
los monasterios. Hay que lograr que entre las familias cristianas se convierta
en una actividad más de ocio. Por ejemplo, programar un fin de semana para
conocer una ciudad y visitar el monasterio de esa ciudad o provincia. De este
modo, empezaremos a abrir los ojos sobre la belleza, sobre la riqueza, la
alegría, que hay dentro de esos muros y que nosotros desconocemos. De este
modo, podremos conocer esta realidad, que existe en la Iglesia y que existe en
la sociedad.
Por último, ayudaría mucho, acudir a los monasterios, a pedir
consejo, a pedir oración. No hay que tener miedo. Hay que tener la
fe de decir: “voy a acercarme al monasterio para compartir mis dificultades en
la familia, en el trabajo…”. Las monjas y monjes están para orar por las
personas. Los monasterios también necesitan las necesidades que tenemos nosotros,
porque están allí por nosotros.
Para terminar, es posible ayudar a los monasterios si vivimos
realmente como cristianos, si vivimos con la ayuda de los sacramentos una
profunda vida espiritual. Si el laico vive esa vida espiritual, comprenderá
cada vez mejor la necesidad de que haya personas que están totalmente
consagradas a Dios, supliendo nuestra falta de posibilidad de hacerlo con la
misma frecuencia.
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia