Los sacerdotes de la parroquia, Gabriel Benedicto y Alejandro Aravena, relatan su experiencia
De izquierda a derecha, Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena y el fallecido Rubén Pérez. Los tres eran compañeros y amigos |
El edificio parroquial de La Paloma, la iglesia más castiza de Madrid, ha sido
testigo de tremendas conversiones, de llamadas al sacerdocio, a la vida
religiosa e incluso a la vocación de familia en misión; también ha albergado
también grandes predicaciones, bellos momentos de comunión y sobre todo de
transmisión de la fe. Pero hace ahora un año
voló por los aires. Murieron en aquel trágico 20 de enero de 2021 cuatro
personas, entre ellas el sacerdote
Rubén Pérez, apenas ordenado siete meses antes, y David Santos, un joven feligrés de
la parroquia padre de familia numerosa.
La Iglesia no se sustenta por ladrillos ni vigas sino por piedras
vivas. Entre los escombros
de La Paloma resurge y resiste la fe de un pueblo de Dios que ha
sufrido por la pérdida de seres queridos y de un lugar donde habían vivido
importantes momentos en sus vidas. En esta parroquia marcadamente
evangelizadora y misionera hay, de hecho, muchas de estas piedras con las que
reconstruir aquello que se vino abajo. Son los miles de feligreses que
conforman esta comunidad de fieles del centro de Madrid.
Un año después la parroquia sigue intentando recobrar una normalidad que la falta del
edificio impide. En él celebraban las 18 comunidades neocatecumenales
de la parroquia, se impartían las catequesis, estaba la sede de Cáritas además
de los despachos y las viviendas de los sacerdotes.
En La Paloma luchan
todavía por esclarecer qué pasó exactamente, y tras cerrarse la vía
penal se trabaja en abrir un proceso civil que arroje la luz a esta tragedia,
al apuntar todo ello a una posible negligencia en el mantenimiento de una
válvula de gas enterrada bajo la calle Toledo a la altura del edificio parroquial.
Gabriel Benedicto, párroco de La Paloma y vicario
episcopal de la Vicaría VI, así como Alejandro Aravena, párroco in solidum,
están reviviendo estos días un suceso que ha cambiado sus vidas. Perdieron su
casa y sus pertenencias, pero también a su gran compañero y amigo, Rubén Pérez,
vicario en la parroquia, y a un feligrés muy querido por ellos como David
Santos.
Ambos sacerdotes debían
estar en el interior del edificio cuando explotó, pero por motivos diversos
tuvieron que salir de allí minutos antes. Religión en Libertad ha hablado con
los dos estos días en lo que ha sido un testimonio de fe y esperanza en medio
de una situación humanamente dolorosa.
La Biblia de Rubén hallada
entre los escombros
El padre Gabriel, de 40 años, tiene marcado como un signo lo que
le ocurrió cuando encontró entre los escombros la Biblia de Rubén, el joven
sacerdote fallecido. Al cogerla decidió abrirla al azar y le salió lo
siguiente: “¿Ves estas
grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida (Mc,
13, 2)”.
Desde su propia experiencia asegura que “no hay flores ni palabras que tengan respuesta al sufrimiento
de la muerte, más que el misterio pascual”. Y por ello aquella cita
bíblica desde la zona cero de la explosión fue para él y la parroquia “una
confirmación de que lo que hacemos es cimentar bien para el futuro con este
redescubrimiento del Bautismo” por el que desde hace 50 años han apostado en La
Paloma a través del Camino
Neocatecumenal y que ha transformado la vida de miles de personas,
entre ellas algunas de las víctimas mortales.
El Gabriel que quitaba nieve del temporal Filomena antes de la
explosión es diferente al de la actualidad. Dios ha actuado a través de este
acontecimiento. En este proceso continuo ha visto un cambio principal: una
llamada más potente si cabe a ser peregrino en esta vida. “Toda esta inestabilidad en la que Dios siempre nos pone es para
recordarnos que somos peregrinos”, afirma.
El joven párroco de La Paloma ve otro cambio en él en estos meses,
el de “volver a ponerme en manos de Dios y su Divina Providencia. Dios
cuida de nosotros, ha habido muchos episodios en los que he palpado que alguien
me defiende, que cuida de mí. Cuando no puedo, Él puede. He cambiado en el deseo de no
pertenecerme”.
El proceso judicial, el luto de las familias, la pérdida de seres
queridos, de su casa, las numerosas decisiones a tomar… Es mucha la presión,
pero el padre Gabriel afirma que ha sido “impresionante la presencia de Cristo” porque tenía
claro que él solo no podía.
El padre Alejandro
Aravena, de 43 años, también ha vivido una experiencia similar. Debía haber
estado allí pero salió a hacer un recado imprevisto y se enteró de la explosión por las llamadas de los
feligreses interesándose por su estado.
“Como es obvio me
he preguntado muchas veces por qué razón yo salí a hacer una compra que era
superficial y por qué no estuve ahí. Las conclusiones que he sacado son
muchas. He llegado a pensar que quizá no estaba preparado, que todavía debo
hacer algo aquí, quizá dar frutos en lo que es la caridad, no lo sé, o
simplemente que no era mi momento”, explica a Religión en Libertad.
Alejando, que ejerce como párroco in solidum de
La Paloma, ha sacado una gran lección de aquella tarde: “creo que no era mi día
y hoy por hoy no tengo
miedo a ese día”. Sin embargo, confiesa que lo único que le espanta “es no
estar preparado y no morir con el rostro sereno que tenía Rubén en el momento
de irse de aquí. Muchas veces pienso que Rubén ya lo tiene hecho y que a mí aún
me falta mucho”.
“Aquel 20 de enero Dios quiso que no estuviera ahí y el día de mi
muerte supongo que también dependerá de Él, por tanto, cuando reflexiono esto entro en una profunda paz”,
explica este sacerdote al hablar del principal cambio que se ha producido en él
en este año.
La explosión ha sido una prueba para toda la parroquia, sobre todo
de fe. Alejando destaca haberla presenciado principalmente en las familias de
Rubén y David y la define como “una fe que no se hace tangible hasta que no
sucede una realidad como la que hemos vivido”. En su opinión, “aunque creemos
que la fe que tenemos es poca luego
en momentos así te sostiene de una manera insondable”.
"Mucha gente ha vuelto a
la parroquia"
Pero además advierte que “la tentación es volver a atrás hacia el momento en que ocurrió y
decir que ojalá no hubiera sucedido, pero yo quiero seguir adelante, ver cómo
Dios nos irá ayudando a superar todas nuestras heridas y reencontrarnos con
ellos cuando ya el cielo sea para siempre”.
Gabriel Benedicto, por su parte, invita a preguntarse no tanto por qué se produjo
esta tragedia sino más bien cuestionarse para qué, y que no es otra
cosa que para que “se manifieste su rostro y se vea la vida eterna”.
El párroco revela que ha habido “mucha gente que ha vuelto a la parroquia”, pues ha sido “una
llamada”. Aún sin entender todo lo que ha pasado muchos –explica Gabriel- se
han vuelto a Dios, y otros, al igual que la Virgen guardaba en su corazón, no
lo entienden pero “siguen adelante y se fían de Dios”.
“A mí Dios me preparó para esto y te sostiene cuando lo vives. He
visto el amor de Dios en todo lo que Él ha provisto, el apoyo, la paz… Cuando
se te cuela esta paz ves el amor de Dios. En medio de las lágrimas, el dolor, situaciones difíciles he
visto cómo el Señor me sacó de lo profundo. Yo ahí he visto ese amor
de Dios, en muchísimos detalles de la providencia, esas pequeñas casualidades
que no son casualidades, en el amor de los hermanos, en la oración de la Iglesia…”,
agrega.
Sin pretenderlo, la parroquia de La Paloma se colocó en el foco
informativo y también en un fuerte testimonio de fe. Sobre esto, el párroco
recuerda las palabras de Cristo acerca de que no se puede ocultar una ciudad en
lo alto del monte. “Hay un momento en el que llega la hora de testificar, Él nos pone sobre el
candelero para que el mundo vea cómo vivimos los cristianos, como tenemos
este don del Espíritu Santo, del Bautismo, y ver cara a cara a la muerte, a la
hermana muerte como decía San Francisco de Asís, como una puerta que se abre al
encuentro con Dios”.
Una parroquia viva, misionera
y evangelizadora
La Paloma tiene dos características que hacen de ella una
parroquia especial. Por un lado, el cuadro de la Virgen y la gran devoción del pueblo de Madrid
a esta advocación, hasta tal punto de ser considerada la patrona oficiosa
de Madrid.
El amor a la Virgen de la Paloma, signo del Madrid más castizo,
traspasa regiones y fronteras, lo que quizás de manera providencial ha llevado
al otro aspecto a destacar: su carácter misionero gracias al
Camino Neocatecumenal.
En 1970 unos jovencísimos Kiko Argüello y Carmen Hernández realizaban en La
Paloma este anuncio del Evangelio que prendió como una mecha. Se formó una
primera comunidad desde la cual se han catequizado parroquias de Madrid,
distintas zonas de España y de otros países. De esta primera comunidad varios
jóvenes acabarían convirtiéndose en sacerdotes. Uno de ellos ha sido rector del
Seminario Redemptoris Mater de Madrid, otro del de Takamatsu (Japón), y a esta
comunidad pertenece también José
Luis del Palacio, que tras 40 años como misionero itinerante en Perú fue
nombrado obispo del Callao, también en Perú, donde ahora es ya emérito.
“Hace 50 años se hizo una apuesta por redescubrir el Bautismo y
llegar a los alejados en una época en la que la Iglesia no lo necesitaba
aparentemente. Una propuesta para catequizar a los adultos era una apuesta muy fuerte, y fue
profética ante un cambio de época”, asegura Gabriel Benedicto.
Son muy numerosas las vocaciones surgidas de La Paloma en estos
años. En la actualidad hay más de 20 misioneros de esta parroquia repartidos por
el mundo, entre ellos varias familias en misión, que cuentan como una unidad.
Pero ha llegado a haber hasta 50 misioneros por todo el orbe. Los hay en estos
momentos en lugares tan dispares como Guatemala, Perú, Australia, Irlanda, Alemania, Lituania, Tanzania,
Tailandia o Vietnam, entre otros.
En total han salido más de dos docenas de sacerdotes, uno de los últimos fue
precisamente Rubén Pérez Ayala, nacido y criado en La Paloma y que murió
ejerciendo el sacerdocio en el lugar en el que fue bautizado. También su
hermano pequeño Pablo Pérez,
también sacerdote, es otra reciente vocación de la parroquia, al igual que
otro joven ordenado en mayo. Además, en estos momentos hay cuatro jóvenes en distintos seminarios del
mundo, dos en el Redemptoris Mater de Madrid, uno en el de Alcalá y otro en
el de Viena.
“Creo que las vocaciones, la capacidad de escuchar a Dios que
llama, que sigue llamando, se potencia especialmente cuando abrimos el oído. Aquí se ha enseñado a escuchar sin
miedo a Dios, y Dios que quiere que todo el mundo se salve, sigue llamando,
llama y asi es más fácil escucharlo”, sentencia el párroco de La Paloma.
Javier Lozano
Fuente: ReL