María José Hernández logró dejar la Nueva Era y volver a la fe para contarlo
ReL |
Cuando María José Hernández, una mujer de Madrid, acabó la
universidad, la vida parecía sonreírle, ascendía en el trabajo y el dinero
nunca fue una preocupación. Mucho tiempo atrás había abandonado la Iglesia, pero
continuamente sintió un vacío interior que durante años buscó llenar con el yoga y el
reiki. Gracias a su hijo y a la Virgen, cuenta en Cambio de Agujas,
acabó siendo consciente de la oscura
verdad a la que había entregado su vida.
Nada más empezar la universidad, María José comenzó a sentir “un
gran vacío, una crisis
existencial” en la que nada le llenaba. Aquellos años abandonó toda
práctica religiosa, pero nunca
olvidó por completo la fe que le enseñaron sus padres.
Por eso, buscando superar su crisis empezó un curso de angeloterapia, una de las
muchas terapias de la Nueva Era que,
según dicen, permite contactar
con “ángeles de luz” para mejorar su día a día.
"Muchos católicos"
frecuentan la New Age... y desconocen sus riesgos
“Empecé con los ángeles, pero pronto supe que realmente no lo
eran. En ese mundo hay muchos
católicos que se meten en la angeloterapia y no saben que lo que hay detrás de
esos seres de luz no son los ángeles del Señor”.
Pronto María José y su marido sufrieron dos abortos espontáneos. “Quedé muy afectada, pero me decían
que solo eran células y no podía expresar mi duelo ni mi dolor. Comencé a caer
en picado y solo me
recomendaron una solución: el reiki”.
Como ya había practicado otras meditaciones orientales, tenía
facilidad para dejar su mente en blanco. Pero desde la primera sesión
comenzaron a sucederse lo que María José no quería ver como otra cosa que
extrañas “casualidades”.
“Noté algo”,
recuerda. “Ellos –los maestros– lo llamarían energías. Salí fatal, mareada y vomitando, a punto de perder
la conciencia…”.
Pero más que las “energías” o su desagradable estado, a María José
le impactó la reacción de
su mentora. “Me dijo cosas íntimas que solo podía saber yo. Me chocó mucho,
y era la prueba que necesitaba para saber que ahí pasaba algo de verdad”.
Abriendo puertas prohibidas,
supo que el reiki "no podía ser católico"
Solo volvió una vez más. Durante la segunda sesión “la Virgen me cogió la mano, dejé
la mente en blanco y empecé a rezar avemarías”. En aquella ocasión y
especialmente más adelante, no podía entender “cómo había tantos católicos practicantes, de misa diaria,
sin tener ni idea de dónde se metían”.
Un día María José asistió a lo que podría ser su primera manifestación.
“Eran como unos haces de luz en la sala, lo vimos casi todos. Ellos hablaban de
ángeles de luz”.
Su desconfianza aumentó cuando hablando con su profesora, le dijo:
“Si seguís adelante, cuando lleguéis al nivel más alto, sabréis quién es vuestro ángel. Y
os vais a sorprender”.
Convencida de que aquello "no podía ser católico", dejó
el Reiki y trató de olvidarlo. Pero había dejado “puertas abiertas”. Y llegaron las consecuencias.
Consecuencias
"inexplicables"...
Años después, la vida de María José comenzó a desmoronarse.
Dedicada por entero a su trabajo, muchas cosas personales se resintieron, y de repente, enfermó.
“No me podía levantar de la cama, me hacían pruebas de todo tipo, en una de
ellas llegué a entrar en parada… Me iban dando sustos y me decían que tenía un
tumor, pero no encontraban nada”.
“Mi hijo es muy pequeño, no me importa que me lleves, pero
necesita una madre, y mi esposo no se puede quedar solo”, rezó asustada.
Poco a poco se
unió más a su marido, y fue recuperándose hasta que un día le dijo a
la doctora que estaba bien y que no se haría más pruebas.
“Fue consecuencia
del Reiki, porque siempre abres puertas, y todos los que he conocido que lo
practican teniendo problemas, van cayendo en problemas mayores”, afirma.
Por eso, cuando se presentó la posibilidad de adentrarse en el yoga, no lo dudó. “Empecé con algo físico, pero lo
que yo estaba buscando era espiritual”.
Adorando dioses con posturas del cuerpo
“Para mí era ideal, la meditación se me daba muy bien y nos decían
que no era una creencia religiosa. Yo meditaba en un punto de luz, pero mi
profesora me decía que podíamos meditar en cualquier flor o paisaje, en Jesús,
en Buda…”
Pero conforme avanzaba, descubría que el yoga está “intrínsecamente unido al hinduismo” junto
con algunas verdades poco agradables.
“Todo el mundo piensa que cuando hace Yoga solo hace ejercicio,
pero cada asana –cada una
de las posturas de yoga, matiza– es una adoración a una deidad hindú”.
Entonces su hijo comenzó a asistir a catequesis. “Nuestro párroco
nos dijo que fuésemos coherentes, que si queríamos que nuestro hijo hiciese la comunión, teníamos que
ir a misa”.
María José, sin conocer “las incompatibilidades entre el yoga y la
fe” le dio la razón, pero empezó a percibir que al principio, cada vez que salía de la iglesia,
le invadía un malestar.
“Pese a ser incómodo, una obligación y pensar que el sacerdote era
un retrógrado, empecé a encontrarme con una alegría que no venía de mí y
siempre salía con una
felicidad inmensa”, confiesa.
La victoria de María:
confesión, confirmación y "sed brutal" de Dios
“Y aquí, cuenta, entra la Virgen”.
“Entonces yo tenía un Yapa Mala, una especie de rosario budista, y rezaba en sánscrito sin saber lo
que decía. Nada tenía
sentido”. María José cogió su rosario –el nuestro, matiza, `porque yo nunca
había dejado de ser católica´- y empecé a rezarlo”.
Desde aquel momento, explica, “la Virgen tiró de mí hacia ella y empecé a tener una sed brutal
de Dios hasta que di el paso de confesarme e hice la confirmación en 2016”.
La posibilidad de que el yoga y la fe fuesen irreconciliables le preocupaba cada
vez más, pero necesitaba
una prueba definitiva.
“Un día me pusieron un vídeo de un religioso, el padre Joseph Marie
Verlinde”, un maestro del yoga durante 20 años converso a la fe.
“En el momento clave le dijo a su maestro que en Europa el yoga se practicaba
como una disciplina física, no como una creencia. El maestro se rio y dijo
que daba igual, porque los
efectos eran los mismos. Aquella fue la respuesta que necesitaba, y deje el
yoga”.
No tardó en hacer sus primeros ejercicios espirituales ignacianos,
donde fue consciente de lo que había sido su vida hasta entonces. “Estaba adorando al diablo y
abriendo puertas muy oscuras”, concluye. “De aquello me sacó el Señor y la Virgen y yo soy de Jesús”.
Fuente: ReL