Al centro del perdón está Dios que nos abraza, no la lista de pecados y nuestra humillación
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Confesiones en la plaza de San Pedro. Foto de archivo |
La confesión es
un "sacramento de la alegría", incluso una "fiesta", en el
cielo y en la tierra. El martes 14 de septiembre, en el estadio de Kosice, fue
como si el Papa Francisco mirara a los ojos de cada uno de los jóvenes que
habían venido a recibirle para invitarlos a vivir el sacramento de la penitencia
de una manera nueva. Y lo que el Sucesor de Pedro les dijo fue un consuelo no
solo para los presentes, sino para todos los que siguieron el encuentro por
televisión o por la web, o incluso simplemente leyeron el discurso papal. Lo
que ha cambiado no es el sacramento, poco recurrido hoy en día. Lo que
Francisco propuso fue una visión completamente diferente de la confesión en
comparación con la experiencia vivida por tantos cristianos y bajo cierto
legado dejado por la historia.
En primer
lugar, el Papa advirtió que en el sacramento está "el remedio" para
los momentos de la vida en que "estamos decaídos". Y a Petra, una
joven que le preguntó cómo podían sus contemporáneos "superar los
obstáculos en el camino hacia la misericordia de Dios", le respondió con
otra interrogación: "Si te pregunto: ¿en qué piensas cuando te confiesas?
Estoy casi seguro de la respuesta: en los pecados. Pero, ¿son los pecados
realmente el centro de la confesión? ¿Quiere Dios que te acerques a Él pensando
en ti, en tus pecados, o en Él?".
El camino
cristiano, había dicho Francisco dos días antes en Budapest, comienza con un
paso atrás, con apartarse del centro de la vida para dejar espacio a Dios. Este
mismo criterio, esta misma perspectiva aplicada a la confesión puede provocar
una pequeña-gran revolución copernicana en la vida de cada uno: en el centro
del sacramento de la penitencia ya no estoy yo, humillado con una lista de
pecados -quizá siempre los mismos- que hay que contar con dificultad al
sacerdote. En el centro está el encuentro con Dios que acoge, abraza, perdona y
levanta.
"No se
acude a la confesión -explicó el Papa a los jóvenes- como personas castigadas
que tienen que humillarse, sino como niños que corren a recibir el abrazo del
Padre. Y el Padre nos levanta en cada situación, perdona cada pecado. Escuchen
bien esto: ¡Dios siempre perdona! ¿Han comprendido? Dios perdona siempre
". No se va a un juez para ajustar cuentas, sino "a Jesús que me ama
y me sana".
Francisco
aconsejó a los sacerdotes "sentirse" en el lugar de Dios: "Que
se sientan en el lugar de Dios Padre que siempre perdona y abraza y acoge.
Demos a Dios el primer lugar en la confesión. Si Dios, si Él es el
protagonista, todo se vuelve hermoso y confesar se convierte en el
Sacramento de la alegría. Sí, de la alegría: no del miedo y del juicio, sino de
la alegría".
La nueva mirada
al sacramento de la penitencia que propone el Papa nos pide, por tanto, que no
permanezcamos presos de la vergüenza por nuestros pecados -vergüenza que
"es algo bueno"-, sino que la superemos porque "Dios nunca se
avergüenza de ti. Él te ama justo ahí, donde te avergüenzas de ti mismo. Y te
ama siempre”. A los que todavía no pueden perdonarse creyendo que ni siquiera
Dios puede hacerlo "porque siempre caeré en los mismos pecados", Francisco
les dice: "Dios ¿cuándo se ofende? ¿cuándo vas a pedirle perdón? No,
nunca. Dios sufre cuando pensamos que no puede perdonarnos, porque es como
decirle: ‘Eres débil en el amor’... En cambio, Dios se alegra de perdonarnos,
cada vez. Cuando nos levanta cree en nosotros como la primera vez, no se
desanima. Somos nosotros los que nos desanimamos, no Él. No ve pecadores a los
que etiquetar, sino hijos a los que amar. No ve personas equivocadas, sino
hijos amados, tal vez heridos, y entonces tiene aún más compasión y ternura. Y
cada vez que nos confesamos -no lo olviden nunca- hay fiesta en el Cielo. ¡Que
sea lo mismo en la tierra!”.
De la vergüenza
a la fiesta, de la humillación a la alegría. No es el Papa Francisco, sino el
Evangelio, donde leemos acerca de aquel padre que espera ansioso a su hijo
pecador, mirando continuamente el horizonte, e incluso antes de que tenga
tiempo de humillarse, detallando todas sus faltas, lo abraza, lo levanta y hace
fiesta con él y por él.
Andrea
Tornielli
Vatican News