Varias familias vulnerables, entre ellas dos venezolanas, se han mudado a pueblos de León para habitar casas rectorales convertidas en viviendas sociales gracias al acuerdo entre Administración e Iglesia
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Foto: Cedida por Yenifer Carrero |
En los dos casos migró primero un integrante de la familia y
luego el resto. Y las dos –más coincidencias–, viven en pueblos de León, en
antiguas casas rectorales rehabilitadas gracias a un convenio firmado entre la
Junta de Castilla y León y el Obispado dentro del programa
Rehabitare. Una iniciativa que, a la vez que ayuda a familias vulnerables con
hijos, da vida a los pueblos de la España vaciada.
Según explica Pedro Puente, vicario de Asuntos Económicos y
Sociales de la diócesis leonesa, en los últimos años se han puesto a
disposición de las autoridades ocho casas. Cinco ya están ocupadas, una se está
terminando y otras dos están en proceso de reforma.
Rafael y su familia llegaron a la de Cimanes del Tejar, a
media hora en coche de León, hace menos de un año. Concretamente, el 18 de
mayo. Tienen la fecha grabada a fuego, pues partieron en una furgoneta barata
recién comprada rumbo a una nueva vida aún en Estado de alarma y tras pasar el
confinamiento, el matrimonio y sus dos hijas, en una habitación alquilada en
Madrid. En aquel espacio de 20 metros cuadrados vivió Rafael solo durante unos
meses –él llegó a Madrid el 31 de diciembre de 2018 y se mudó ahí en agosto– y
desde el 8 de diciembre de 2019, cuando viajó el resto, vivieron los cuatro.
Como esos días encerrados en una habitación, todo el proceso
migratorio fue un ejercicio de superación personal. Rafael se estudió la Ley de
Extranjería española y, nada más llegar, solicitó asilo. Admitieron su
solicitud a trámite y fue derivado a Accem Madrid, donde entró en el programa
de acogida. Lo sostuvieron económicamente durante unos meses, en los que no
podía trabajar por ley, tiempo que aprovechó para formarse, pese a tener título
universitario y haber desempeñado trabajos relevantes en Venezuela. Así se
convirtió en contratable: estudió electricidad, fibra óptica, riesgos
laborales… «Esto me permitió, una vez me notificaron que denegaban el asilo,
pero me otorgaban la residencia por razones humanitarias, trabajar en una
empresa de electricidad, mudarme a una habitación y, más adelante, comprar los
billetes para el resto de la familia», explica.
Una experiencia inesperada
La posibilidad de trasladarse a un pueblo de León llegó
gracias a la experiencia de otra familia, también venezolana, que los puso en
contacto con Accem León, entidad, junto con Cáritas, encargada de buscar
familias para ocupar estas casas rectorales del programa Rehabitare. Entrar en
la casa fue la primera experiencia inesperada: «Nos encontramos con una
vivienda maravillosa. Con nevera, lavadora, menaje, termo nuevo, caldera de
pellets y de madera, televisión, armarios, ropa de cama, toallas, mantas… Tuvimos
que quitar hasta los plásticos a los colchones. También había comida y
productos de limpieza e higiene personal».
La segunda la protagonizó el pueblo, que se volcó con ellos.
Los vecinos se fueron acercando –«siempre con las medidas de distanciamiento por
la pandemia», explica Rafael–, para saludar o llevar pan, tortas, frutas,
hortalizas… «Fue extraordinario», reconoce.
No es para menos, porque la presencia de esta familia
venezolana, además de revitalizar la zona, ha hecho posible que el colegio del
pueblo siga abierto. Fue gracias a su hija pequeña: «Si no hubiese sido la
quinta alumna de la escuela, la hubiesen cerrado». Además, Rafael ha encontrado
trabajo en el mismo Cimanes del Tejar. «A fecha de hoy –concluye–, esta familia
de venezolanos está totalmente integrada en la sociedad española».
En Arcahueja, un pueblo del Camino de Santiago, con 200
habitantes empadronados y a apenas ocho kilómetros de León, viven Yenifer
Carrero y sus tres hijas desde octubre de 2018. También en la antigua casa del
párroco, que tiene tres habitaciones, dos baños, cocina, salón y un amplio
terreno donde cultivar hortalizas y verduras y criar unas pocas gallinas. En
este caso fue Cáritas Diocesana de León la que gestionó la entrada de la
familia en esta vivienda. Yenifer se lo pensó mucho –«me lo preguntaron hasta
cinco veces», cuenta– y, finalmente, decidió cambiar la capital por el pueblo.
Y ha merecido la pena.
Y eso que, a los pocos meses de llegar a la casa, tuvieron
un problema con la electricidad que las obligó a alojarse durante un mes en el
hostal de peregrinos de al lado. Una circunstancia que, lejos de ser un
problema, las ayudó a conectar más con la gente de Arcahueja. Luego llegaron
las visitas, las comidas compartidas –unas veces con paella y otras con arepas–
y los consejos de los vecinos para sacar el mayor partido a la huerta y a los
animales. «El pueblo nos ha cobijado fenomenal. Igual que Cáritas y el Obispado
de León. Ahora puedo decir que no llevo a mis hijas sola, pues tengo a mucha
gente detrás», reconoce.
Conseguido este mismo año el permiso de residencia, Yenifer
y su hija mayor son las que sostienen con su trabajo a la familia. A pesar de
ser profesora de Educación Infantil, trabaja como auxiliar de geriatría
cuidando a una pareja de personas mayores. «Aunque tengo mi profesión, me he
enamorado mucho del cuidado de pacientes. Te haces muy humano y descubres el
valor de la vida. Además, estoy escribiendo la historia de cada persona que
cuido; es una manera de conocer a la sociedad», explica.
Atrás quedaron las dudas a la hora de afrontar el proceso
migratorio y meter toda la vida en una maleta de 23 kilos, de romper el cordón
umbilical con su patria y la familia, o de la renuncia de su hija mayor a una
beca para estudiar Medicina y poder llegar a España como avanzadilla, trabajar
y alquilar una habitación para cuando llegase el resto. O los tres años en
situación irregular, los trabajos mal pagados o las dificultades para cubrir
todas las necesidades.;
Defiende que los pueblos son una buena opción y que necesitan gente con ganas de trabajar y de dar vida. Por ellas no va a quedar. Tienen toda la intención de seguir creciendo y emprendiendo. Hoy son ya parte del alma de Arcahueja. Yenifer no lo dice, pero sonríe cuando se le deja caer.
Fran Otero
Fuente: Alfa y Omega