Las Hermanitas Discípulas del Cordero que viven en el centro de Francia, forman la primera comunidad contemplativa en el mundo que recibe a personas con Síndrome de Down en la vida consagrada
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Hermanitas Discípulas del Cordero | © Cyprien Viet |
«Visité
varias comunidades que acogían a personas con discapacidad, pero descubrí que
estas personas no podían encontrar su lugar en estas comunidades porque no eran
adecuadas para ellas», explica Madre Line, convertida poco después en la Madre
Superiora de las Hermanitas Discípulas del Cordero (Petites Soeurs Disciples de
l'Agneau). «Y fue el encuentro con la joven Véronique, una niña con síndrome de
Down, la que nos inspiró para un nuevo comienzo. Me prometí a mí misma ayudarla
para cumplir su vocación».
Véronique
había sentido la llamada de servir al Señor, pero el síndrome de Down hizo que
la rechazaran en todas las comunidades donde había ido. De hecho, el derecho
canónico y las reglas monásticas no prevén la admisión a la vida religiosa de
las personas con discapacidades mentales. Line y Véronique tardarán 14 años
para que sean reconocidos los estatutos de esta comunidad especial, que tiene
su propio estilo original.
El progresivo reconocimiento de la
Iglesia
El
comienzo de Line y Véronique fue en 1985 en un pequeño apartamento, una casa
popular; sucesivamente, se unió otra joven con síndrome de Down. En 1990 le
preguntaron a Mons. Jean Honoré (1920-2013), arzobispo de Tours y futuro
cardenal, de reconocerlas, inicialmente, como una asociación pública de fieles
laicos. El apoyo del cardenal Honoré, quien defenderá su caso en Roma, les
permitió dar a esta comunidad su primer reconocimiento.
En
1995, el creciente número de «miembros» obligó a las Hermanitas a mudarse: se
establecieron en una propiedad en Le Blanc, una ciudad de 6.500 habitantes en
la diócesis de Bourges. Mons. Pierre Plateau (1924-2018), arzobispo de esta
diócesis del centro de Francia, les acogió calurosamente y su intervención les
ayudó a seguir progresando en Roma, en vista de obtener el estatus de un
instituto religioso contemplativo, que finalmente obtuvieron en 1999. «Mons.
Plateau fue realmente un padre para nuestra comunidad: era muy cercano a las
personas con síndrome de Down», dice madre Line. Las hermanas desarrollaron
gradualmente el priorato y la capilla y en 2011 obtuvieron el reconocimiento
definitivo de sus estatutos, gracias a la intervención del Arzobispo Armand
Maillard, quien también había brindado su apoyo a la comunidad, fuente de vida
y alegría en este territorio.
Una
comunidad de vida entre hermanas capaces y Down
Las
Hermanitas discípulas del Cordero son actualmente 10: dos monjas capaces y ocho
con Síndrome de Down. La comunidad sigue siendo frágil y espera dar pronto la
bienvenida a otras hermanas capaces, porque las hermanas Down necesitan apoyo
en sus vidas diarias. Sin embargo, en realidad, «son autónomas, ya que la vida
contemplativa les permite vivir a un ritmo regular. Para las personas con
síndrome de Down, los cambios son difíciles, pero cuando la vida es muy
regular, logran gestionarla bien», explica la madre Line.
La
vida cotidiana recorre las funciones diarias, la misa se celebra todos los
martes en la capilla y las diversas actividades: talleres de tejido y cerámica
y, más recientemente, la creación de un jardín de plantas medicinales. En
definitiva, su extraordinaria vocación se expresa en una vida ordinaria, en la
humildad de servicio, siguiendo el «pequeño camino» revelado por Santa Teresa
de Lisieux, cuya espiritualidad es su gran fuente de inspiración.
«Han
pasado 34 años desde que sentí la llamada de Jesús. He intentado conocer a
Jesús leyendo la Biblia y el Evangelio», dice la hermana Véronique. Nací con
una discapacidad llamada Síndrome de Down. Soy feliz, amo la vida. Rezo, pero
estoy triste por los niños con síndrome de Down que no sentirán esta misma
alegría de vivir«. Para aquellos que se sintieron llamados a vivir, como Santa
Teresa, la vocación al amor, el viaje ha sido largo pero su paciencia y su fe
dio sus frutos. «Jesús me hizo crecer en su amor. Después de haber sido
rechazada en la comunidad, mi alegría fue cuando, el 20 de junio de 2009, pude
hacer votos perpetuos en el Instituto de las Hermanitas, discípulas del
Cordero. Es mi mayor alegría, ser la esposa de Jesús»
Deja
que el amor se desarrolle
«En
un momento en que la sociedad, sin puntos de referencia, ya no parece encontrar
un sentido en la vida ni darle valor, nuestra comunidad quiere, con el simple
testimonio de nuestra vida consagrada a Dios, reafirmar el carácter sagrado de
la vida y de la persona humana», dicen las Hermanitas.
Para
garantizar que toda la fuerza del amor inscrito en los corazones de estas
jóvenes con Síndrome de Down se exprese plenamente en una vida consagrada al
Señor, las Hermanitas nos invitan a un momento de discernimiento »jovenes
tocadas por el espíritu de pobreza y devoción, preparadas para ofrecer toda una
vida al servicio de Cristo en las personas de sus hermanitas con síndrome de
Down«. Para las mismas jovenes con Síndrome de Down, »el discernimiento se hace
como con todas las demás vocaciones: cuando una persona se realiza, es allí
donde el Señor la llama. De lo contrario, vuelven a casa. Es como cualquier
vocación. Saben entender muy bien si no es una verdadera vocación«, explica
madre Line.
El don de una simple amistad con
Jesús
Madre
Line encuentra en las religiosas con síndrome de Down una increíble fuerza
espiritual. »Conocen la Biblia, la vida de los santos, tienen una memoria
fabulosa. Son almas de oración, muy espirituales, muy cercanas a Jesús«, dice
asombrada, viendo en su sencillez un signo profético para nuestro tiempo. »¡Sus
almas no están incapacitadas! Al contrario, están más cerca del Señor, se
comunican con Él más fácilmente. Las hermanas hábiles de la comunidad aprecian
particularmente su capacidad de perdonar, la capacidad de animar a sus hermanas
encontrando la frase correcta de la Biblia que da sentido al día.
La
comunidad ha sido marcada, en 2013, por la muerte prematura, a la edad de 26
años, de Sor Rose-Claire, una monja rodeada de un aura de santidad, tras las
huellas de Santa Teresa de Lisieux, a la que amaba mucho. Madre Line cuenta la
reacción de las Hermanitas con Síndrome de Down, de las cuales temía la gran
sensibilidad emocional, pero que finalmente acogieron este acontecimiento con
serenidad, poniendo todo bajo la mirada de Dios. «Cuando a la mañana siguiente
fui a su celda a hablar con ellas, la primera me dijo: 'Es el deseo del cielo';
el segundo me animó: 'Debemos resistir'. Tengamos fe».
La experiencia atípica de esta comunidad parece responder realmente a un deseo del Cielo, así como a un desafío antropológico para el mundo de hoy, sujeto al dictado de la eficiencia y la productividad, en el que las personas con Síndrome de Down son silenciadas. Su capacidad de amor y, para los que han recibido el don de la fe, su cercanía al Señor, sin embargo, son portadores de una fecundidad insospechada. «Ciertamente es un mundo por descubrir», concluye Madre Line. «Traen alegría a la sociedad y, sobre todo, traen amor al mundo, que tanto lo necesita.
«Ante
nuestros ojos y haciendo eco de las primeras palabras de San Juan Pablo II,
significa atreverse a decir ‘no tengan miedo’ a un mundo en el que el hombre
tiene miedo del hombre, de las debilidades inherentes a su naturaleza y a su
condición, como la discapacidad o la enfermedad. Significa atreverse a afirmar,
más que nunca, la belleza y la grandeza de la vida en su misterio de
sufrimiento.
No
tengan miedo de seguir a Jesús y de compartir esta vida ofrecida a nuestras
Hermanitas, ciertamente frágiles, pero no sin fuerza, al contrario, fuerte en
el orden más alto: la del corazón.
No
tengáis miedo de dar testimonio, a los ojos del mundo, de una vocación
generosa, orientada hacia los demás y capaz de ir más allá de la condición de
los minusválidos, demasiado a menudo marginados, y capaces de abrirse más
profundamente a una mirada plenamente humana».
Fuente: Cyprien Viet/VaticanNews