Rosario pagó a plazos un nicho para Samuel porque su pensión de viuda no le daba para hacerlo de una vez. Cada día visita en el cementerio la tumba de este niño congoleño, que se ahogó en el mar junto a su madre
![]() |
Rosario limpia la lápida de Samuel. Foto: José Luis Sánchez Hachero. Dominio público |
«Cuando se encontró el cadáver fue
un shock para todos. Era muy pequeño. Al poco,
celebramos allí una vigilia y le dimos una sepultura cristiana en el
cementerio», rememora Jerónimo Vicente Ruiz, secretario de la Fundación Tierra
de Todos y colaborador del Secretariado de Migraciones de la diócesis de Cádiz.
Se trata de una obra de misericordia —enterrar a los muertos— que la Iglesia
gaditana practica habitualmente con los migrantes que fallecen tratando de
llegar a nuestras costas y cuyos cuerpos son arrastrados por el oleaje hasta la
orilla.
Samuel era uno de ellos. Con tan
solo 5 años, se ahogó junto a su madre, Veronique, después de subirse a un
cayuco con el que soñaban llegar a España para tratar el cáncer de ella. En su
país, el Congo, los médicos no disponían de medios adecuados para atenderla y
la aconsejaron ir a Europa. La idea era que Veronique y Samuel viajaran juntos,
mientras que Aimé, marido y padre respectivamente, se quedaba en tierra con los
cinco hermanos de Samuel.
Por problemas burocráticos con el
visado, después de una espera de ocho meses, madre e hijo se vieron abocados a
subirse a una patera. En la embarcación viajaban once personas, dos de ellas
mujeres y un único niño. Nadie sobrevivió. La corriente marítima separó los
cuerpos: A la madre la mandó a Argelia y a Samuel a España, condenando al
pequeño a descansar eternamente lejos de quien pudiera llorarle y rezarle. Pero
Rosario, que parece que tiene la misma enfermedad de la madre de Samuel, no
estaba dispuesta a eso. «Lo que ocurrió es que iban a poner al pequeño en un
nicho de los de arriba, pero ahí ella no llegaba, así que pagó de su bolsillo
uno en la primera fila para poder limpiarlo y ponerle flores. A veces incluso
deja algún juguete», detalla Ruiz.
El pago, sin embargo, se tuvo que
hacer a plazos. Con una pensión de viudedad de 600 euros, Rosario no podía
afrontar de golpe la factura. Fue ahorrando a base de quitarse pequeños gastos:
esos yogures que tanto le gustaban, y que ya no metía en el carro de la compra,
o cosas por el estilo. «Imagínate el esfuerzo que tuvo que hacer la señora, que
nosotros la conocimos porque en algún momento ella ha sido beneficiaria de
Cáritas». A pesar del esfuerzo, el dinero solo le alcanzó para el nicho y no
para la lápida, y el Ayuntamiento de Barbate recogió el guante y sufragó el
coste. En ella se lee: «Dios nos los dio y Dios se lo llevó. Bendito sea Dios».
Enterrado al lado de su hijo
Una vez terminado todo el proceso,
Rosario no se olvidó de Samuel. De hecho, «acude al cementerio todos los días»,
asegura Jerónimo Ruiz. Hace una visita por la mañana, desde las 08:00 horas
hasta las 10:00 horas, y otra por la tarde, desde las 15:00 horas hasta el
cierre del camposanto, que está previsto a las 17:00 horas. Allí se detiene ante
la tumba del pequeño, la cuida y reza como si fuera su propio vástago. Acto
seguido, hace lo mismo con la tumba de su hijo, de nombre Antonio, que también
está enterrado allí. Murió a los 23 años de forma súbita. Simplemente, un día,
no se despertó por la mañana.
Ahora Rosario afronta los últimos compases en la tierra. Ya pronto se reunirá con Samuel y con su hijo Antonio, que previsiblemente le habrán cortado un enorme ramo de flores del jardín del Edén, en el que tanto cree Rosario. «Es una mujer muy religiosa, no perdona su Misa», concluye el colaborador del Secretariado de Migraciones.
Fuente:
Alfa y Omega