![]() |
Dominio público |
Llama la atención que Jesús haya previsto lo
que va a suceder: «Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis
un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si
alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo
devolverá pronto» (Mc 11,2-3). Todo sucedió así, según la visión profética de
Jesús. Se dice además, del pollino, que nadie lo ha montado, subrayando de este
modo la primicia y el estreno solemne de su cabalgadura. Esta novedad recuerda
otras tradiciones judías: la de las piedras para un altar, que debían ser sin
tallar, para no profanarlas; o las cosechas de los árboles frutales, que no
podían comerse hasta la quinta cosecha. El Mesías trae la novedad. De ahí que
el sepulcro para depositar el cuerpo de Jesús, será también nuevo, donde nadie
había sido sepultado.
Jesús prepara, por tanto, una entrada solemne,
aclamado con versos litúrgicos que se cantaban en la Fiesta de las Tiendas y en
otras ocasiones. Se le identifica con el Mesías que viene en el nombre del
Señor y con el rey que desciende de David, al que se le da el nombre de «padre»
como si fuera un patriarca. No cabe duda de que la comunidad cristiana expresa
así su fe en la persona de Cristo que trae la paz a través de los
acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección.
Esta escena de triunfo y exaltación da paso, ya
en la liturgia de la Eucaristía, a la lectura de la pasión que prepara a la
comunidad cristiana para el Triduo Pascual. Dos veces se lee completo el
Evangelio de la pasión: el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. La pasión y
muerte de Jesús se sitúan en el centro de atención del pueblo cristiano. Hay
que recordar que los evangelios nacieron como relatos de la pasión. Eso explica
la precisión con la que describen los acontecimientos de esos días, que
nosotros recorremos como si fuéramos contemporáneos de lo que sucedió. Hasta se
puede seguir cronológicamente el desarrollo de la historia de la pasión, lo
cual subraya su importancia.
Las otras lecturas de este domingo presentan a
Jesús como el Justo perseguido, el varón de dolores, que Isaías presenta
proféticamente como si estuviera contemplando la pasión. Y san Pablo, en su
célebre himno de Filipenses, que recibió posiblemente de una tradición anterior
a él, profundiza en el significado del anonadamiento de Cristo, rebajándose
hasta una muerte infame, en el suplicio de la cruz, con plena obediencia a la
voluntad de su Padre. Naturalmente, el himno termina con la exaltación de
Cristo sobre el cosmos, recibiendo un nombre-sobre-todo-nombre, que es el de
Señor.
El Domingo de Ramos es un díptico de gloria y
de cruz. Cristo es aclamado como Príncipe de la paz y Señor que planifica con
soberana libertad su propia entrega; y, al mismo tiempo, es presentado como el
Siervo humillado que se despojó de su rango para mostrarnos el amor de Dios
hacia la humanidad. Un hermoso pórtico para entrar en la Semana Santa con
gratitud, profunda devoción y recogimiento. Solo así podremos entender que «por
nosotros y por nuestra salvación» Cristo se entregó a sí mismo.