Estos días estoy construyendo un
molino de agua para el Belén de una hermana. A ella le encanta todo lo que
tenga que ver con esto, así que me puse a hacerlo para regalárselo por su
cumpleaños.
Para ello tuve que andar
estudiando un poco cómo funcionaban los molinos. Hay de muchos tipos, pero
concretamente el que le estoy haciendo es uno de noria.
El mío es solo una simulación que
hace que se mueva la noria, pero el molino real es impresionante: por fuera
solo vemos la noria, pero por dentro hay un sistema de dos ejes: uno horizontal
conectado en un extremo con la noria y en el otro extremo con una rueda
dentada, y un eje vertical con una rueda arriba que engancha con la rueda
dentada, y dos enormes piedras de molino abajo.
Pero lo mejor es verlo funcionar:
la fuerza del agua mueve la noria. Esta, al girar, hace que su propio eje gire
simultáneamente, haciendo que la rueda dentada interna mueva el eje vertical, y
este a su vez mueve la enorme piedra superior. De manera que, al echar el trigo
por una especie de “canal”, cae entre las dos piedras y con el movimiento se va
moliendo el grano hasta dar la harina.
Y es que nuestra mentalidad está
configurada así, con inmediatez, y claro, esto mismo lo trasladamos a la vida
interior. Y, cuando vemos algo, queremos que sea ya, o queremos cambiar ya, y
tantas otras veces que sea el otro el que cambie ya. Sin embargo, todo lleva un
proceso. Todo necesita ir pasando por el molino, para que luego se suavice, y
se convierta en finísimos granos de harina...
Hoy el reto del amor es pedir al
Señor el don de la paciencia. La paciencia no es esperar a que de pronto un día
ya todo cambie, sino es saber descubrir cada día cómo Él lo va haciendo, cuál
es el proceso por el que va a ir pasando nuestro trigo... Esa es la paciencia
que nos lleva a alabar, porque es la que nos hace estar expectantes a
descubrirle a Él a cada instante.
VIVE DE CRISTO
Fuente: Dominicas de Lerma
